Me pregunto cuánta sangre tiene que salirme para que me dé
cuenta de las cosas. Cuántos golpes más me tengo que dar antes de irme, Cuántos
suspiros, y frustraciones y noches sin dormir, cuántas horas, cuántos días y
dolores de panza para escuchar dentro de mí y decir: es suficiente.
¿Por
qué sigues cuando las cosas tienden a repetirse en un ciclo eterno? Es raro
pero nunca puedes encontrar tan fácilmente la medida para el dolor anímico. No
entiendo por qué cuando uno quiere tocar fondo nos volvemos como un hoyo negro y devoramos
incluso la luz que tenemos cerca.
Pero el
problema no es hoy, ni yo ni nadie, es esa necedad humana de seguir al lado del
vacío, quizá el vacío es muy seductor, y queremos caer, porque bien lo dijo
Kundera, “Aquel que se cae está diciendo ‘levántame’”.
Pero lo que nunca dijo fue lo que pasa al que levanta, y levanta, y levanta… y
levanta ¿Algún día deja uno de caer, o algún día deja uno de levantar? ¡Cómo
fascina ese vértigo y esas ansias de seguir en el suelo!
Porque
todos caemos, y todos seguiremos cayendo -quizá es que estamos solos-, cada quien
cae tanto que quizá no es capaz de levantar a su compañero; se ve a sí mismo en
el piso, derrotado y vencido ¿Pero caer significa tocar el fondo? ¿Cómo sabemos
cuando hemos caído por completo y suficientemente abajo? Parece ser que el homo-mensura platónico–gorgiano aquí
tampoco está bien definido. Pero uno se mira tan agotado y tan abatido… hay que
tomar ánimos, mirar al compañero y si según cada uno lo cree, levantarse o jalar el
gatillo.
Porque
curiosamente muchas veces pasan estas cosas cuando estamos junto alguien, el
vértigo no se antoja tanto en solitario, el vértigo se vuelve entonces
en motivo, para no abandonarse. Solo en compañía del otro queremos tocar fondo,
porque hay apapacho, hay protección, solo en compañía del otro somos
desvalidos.
¿Hasta
cuando dejar de caerse, o cuándo caer cada vez más?