jueves, 18 de julio de 2013

Venganza (a ella).

Yo te maté ayer. Aún estabas conmigo, con una calidez imaginaria, y una compañía imaginaria, y una sonrisa imaginaria. Estabas en mi cama, como lo habías estado la mayoría de las noches en las que eras de piel y huesos, o en las que eras solo de humo y cenizas. Yo te maté ayer, te abrazaba y me preguntabas por qué iba a hacerlo. Que te habías ido, que ella se había ido, pero que tú no lo harías. Que tú estarías a mi lado todo el tiempo que yo quisiera, todo el tiempo que siguiera amándote; me prometiste que no te irías, ¡me prometiste que no te irías!, como me lo prometió ella cuando aún estaba, como me prometió que no me haría daño, o que envejeceríamos para echar carreritas en sillas de ruedas. Te abracé, me abracé a tu cuerpo cálido, y te dije: lo siento. Saqué aquella pistola debajo de la almohada, esa pistola de mis sueños, y te metí una bala en la cabeza. Te busqué por todos mis recuerdos, por todos los rincones de la casa, una y otra y otra y otra vez; para matar a cada una de las tú que quedaban conmigo. Te busqué por todas las playas que conocimos para seguirte asesinando, por todas las carreteras, por todas las peleas los chistes las sonrisas las carcajadas, las madrugadas eternas que cambiaban a mañanas con la luz, los semáforos, los berrinches, los almohadazos, los celos, los engaños, las llamadas por teléfono en las que te quedabas dormida, los abrazos en el camellón donde, también, te quedabas dormida. Puta madre, te maté cada una de las veces que hicimos el amor (hasta la última, la penúltima, la primera), y por todos los lugares que lo hicimos; te maté tantas veces como pude hacerlo, hasta que ya no aparecías en ningún recuerdo; hasta que ya no apareciste en ninguna esperanza del futuro. Te maté hasta que dejaste de hablarme, hasta que las cobijas dejaron de ser tu cuerpo y volvieron a ser cobijas. Te maté tan bien, me doy cuenta, que ahora te extraño como la chingada, como si realmente ya no te tuviera; como si te extrañara por primera vez.

sábado, 13 de julio de 2013

CAPÍTULO 4



Les dejo, como regalo de mi cumpleaños, este capítulo. La próxima semana (como lo iba a hacer) colgaré los dos capítulos extra.

 

4. Febrero loco y marzo no tanto (afortunadamente).




Después de tres meses de locura, entre que sí y que no me quiere, por fin algo de cordura: lleva cuatro días viviendo conmigo, se le alocó; la convencimos de que lo peor que podría pasar es que las cosas no salieran tan chido y se regresara a su casa. A sus papás les dice que está quedándose con una amiga porque le queda más cerca de la escuela. Al menos es lo que acabo de escuchar que decía por teléfono. Algún día, en algún momento, les tendrá que decir que no la aceptaron. Pero ambos nos sentimos tan bien juntos. Despertar uno a lado del otro. Al menos es más fácil con este nuevo trabajo 'chale, no duramos ni dos meses en el otro'. Pero de seguro nos dará más tiempo para escribir; entramos a las cuatro de la tarde, incluso tengo tiempo de ir a la escuela en las mañanas. Nah, mentira, las mañanas son nuestras para pasarlas con Liliana, al medio día, tal vez, ya empezamos a carburar mejor… Me encanta hacer el amor con ella, el colchón vuela del piso, temo que un día los vecinos vendrán a reclamarnos por tanto ruido, o se caerá el suelo en los de abajo de tanto que brinca el colchón; pero es tan rico, y yo cada vez que cierro los ojos mientras lo hacemos veo circulitos de colores. Un color a la vez, un color por ocasión. Pero eso no es lo mejor. Me arranca suspiros a cada rato, verla dormida y que me conteste los besos tronados; o cómo me agarra de la mano y se aferra a ella, entonces a recostarme a su lado y acariciarle el pelo con la mano que me deja libre. Ya colgó.
                —Lilu, un día no te van a creer que estás con tu amiga.
                —Pues ya ni modo, les tendré que decir, pero es que yo quiero estar contigo, me encanta cómo hueles en las mañanas, no puedo despegarme de tu lado.
                Me hace cosquillas cuando empieza a olfatearme en el cuello y el pecho. Y después cuando se frota contra mí como si fuera gato… qué linda mirada. Aunque su cuerpo tenga una contorsión extraña, su sonrisa de niña chiquita me jala a mí una.
                —Mar, ya se te respondió una de las dudas del poema que me diste cuando empezábamos a salir.
                —¿Qué duda?
                —Qué se sentirá dormir a mi lado. ¿Te gusta?
                Dí, me guta mudcho.
                —¡Aaww, mi vida! Te amo.
                —Oh, qué linda, ¿por qué te tapas la boca? Yo también te amo.
                —¿Y por qué no me lo habías dicho?
                —No sé, me daba penita, ¿además qué tal si tú no sentías lo mismo?
                —No Mar, así no se vale. Tú eres el que tenía que decirlo primero.
                —¿Cuenta si lo pensé primero?
                —No. Eres un cruel.
                —Bueno, ya. Te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo te amo. Ya, de todas las veces que te lo tenía que haber dicho antes.
                —Jajajaja, bueno, yo te quiero a madres.
                —No, no mames, Lilu, ¿otra vez vas a quererme menos?
                —Bueno te quie… tecito.
     ¬.¬ Liliana. No mames.
                —Ay Mar, no aguantas nada.
                —Pues no, me dejaste traumado con tu, lunes: te quiero. Martes: te quiero mucho. Miércoles: te quiero. Jueves: te quiero a madres. Viernes, ya no sé si te quiero.
                —Jajaja, tampoco es para tanto.
                —¡Híjole, qué mentirosa!, si hasta te estoy haciendo quedar bien, porque en lugar de lunes, martes, miércoles, era: mañana, mediodía, tarde noche. Jajaja.
                —Eres un tonto.
                Y ahora sácale la lengua y hazle una trompetilla. Jajaja, su cara de puchero. Mandémosle un beso, yyyyy, ahí viene el beso de vuelta. Muacckkksss. Jajajaja.
                —Oye, amor.
                —¿Qué?
                —¿Me ayudas a estudiar para poder hacer el otro examen y ver si ahora sí me quedo?
                —Sí, preciosa. Y si quieres también puedes meter solicitud en mi uni, no hace examen, es por sorteo, y a lo mejor alguna carrera te llama la atención, o la mía de Creación Literaria, ahí te pueden enseñar cosas relacionadas con el teatro, hay clases de Dramaturgia, Guion, y no sé qué cosas.
                —No sé, es que quiero estudiar teatro teatro. Eso es lo mío, me encanta, lo amo. Aunque me gusta más dirigir que actuar. En mi clase de dirección en el CEDART me felicitaron. Fui la única que se aventó a dirigir a maestros, dirigí a mi amigo Roberto que nos enseñaba malabar y a Brisa que nos daba corporal. Así aun estando en silla de ruedas y con el collarín y todo.
                —¿Fue en la época de tu accidente?
                —Sí, por esas fechas. Y ya, mis amigos me abandonaron con mi proyecto y tuve que hacerlo sola porque no les parecía, y no sé qué madres y por eso les pedí a ellos dos que me ayudaran. Hice todo un libreto sin diálogos, puras acciones guiadas con la música, porque en el teatro es muy importante el movimiento que luego puede decir más que las palabras. A todos les encantó.
                —Guau, si yo sabía que tenía una novia chingona.
                —¡Pues a wevo!
                —Jajaja, eres una vulgar.
                Nel, nel, nel, manto, así vulgar, lo que se dice vulgar, pos sí, a veces, la neta, jajajaja.
                Qué divertido me la paso con esta chica. De todo nos andamos riendo, hasta parecemos locos. Está tan rico, así encuerados, sentados en la cama, cagándonos de la risa. Puta. Si no fuera porque tengo que trabajar, me la pasaría todo el día con ella, a ver qué haciendo.
                —Pero oye, Mar, ¿por qué dejaste fiolos?
                —¿Fiolos?, no, yo dejé Filos. Y la dejé porque no pude con las dos, lo intenté un semestre, pero no mames, me despertaba a las seis de la mañana para ir a Creación, y de ahí me iba a las doce a Filos, me dormía una o dos horas en las Islas de CU, y vámonos a las clases, hasta las nueve de la noche. Pero ese no era el pedo. El pedo era que lecturas por aquí, lecturas por allá, y escribir por los dos lados. Y luego el pedo más grande es que las lecturas de Filos estaban más complicadas, tenía que releer el texto varias veces, y me harté, además yo me metí a Filos para escribir, y pues en Creación es lo que hago. Aunque mi asesora me dice que deje el ciclo básico y que me meta de una vez al ciclo superior.
                —¿Y hay alguna chica que te guste ahí en la escuela?
                —(Pregunta tramposa. Maniobra evasiva) Lilu, ¿por qué sacas eso?
                —Es que no me parezco a Karina, y me da miedo que un día me cambies por una chica como ella, o que regreses, que aparezca en al bar te salude, y te vayas.
                —(Trampa evadida) Lilu, amor, yo quiero estar contigo.
                —Mar, contéstame, no me cambies el tema.
                —No Lilu, no me gusta ninguna chica de la escuela (No, no lo hagas, cállate, suficiente, en serio, déjalo ahí). En Filos conocí a una que fue mi musa, pero no la veo desde una semana después de terminar con Karina.
                —¿Y le escribías cosas más bonitas que a mí?
                —(Puta madre, estamos caminando por terreno peligroso. Respira, piensa) Voy por un cigarro.
Muy bien, así ganamos unos segundos. Qué le podemos contar y qué no… 'pues chingue su madre, ¿qué tiene de malo decir la verdad?'. Que después nos lo va a reclamar.
—¿Para qué quieres que te cuente amor?, luego vas a reclamármelo.
                —No, Mar, no tendría por qué hacerlo, eso ya fue, ¿no?
                —(Con cuidado, cualquier pregunta es una mina) Pues sí, ella nunca quiso nada conmigo.
                —¿Entonces por qué le escribías?
                —No sé, estaba loca. Peor que tú, pero a ella no la aguanté lo que a ti y también cambié de escuela y pues la dejé de ver tanto. Yo creo que ella ayudó a que siguiera intentándolo contigo, ella me preparó para tu bipolaridad. Y pues tal vez por ese afán de lograr que fuera algo mío es que le escribí tanto.
                —O sea que a mí ya no me vas a escribir porque ya estoy contigo.
—No es eso, lo que pasa es que solo me sale, escribo porque de repente un día tengo ganas y ya. Generalmente escribo cuando estoy enamorado.
                —Entonces de ella estabas enamorado.
                —(Puta, ya pisamos una mina, a ver si solo fue un raspón o ya me chingué una pierna) Pues me gustaba, ha sido mi amor platónico.
                —O sea que todavía sientes algo por ella. Yo pensé que me tenía que preocupar de Karina, pero creo que me tengo que preocupar más de esta chica.
                —(Chingó a su madre. Pisé otra y creo que ya me chingué las dos piernas) Tranquila Lilu. Dijiste que no me ibas a reclamar (ni modo, juego sucio, igual que ella).
(…)
                Ahora ya llevamos dos horas sin hablar, ni me invitó a bañarme con ella, no sé si sea porque ya se resignó a que no soporto el agua caliente, o de plano, lo más seguro, sigue molesta conmigo. Chale ojalá pudiera hacer algo para calmarla, quedarme con ella y darle un masaje o algo, quizá en la noche, ahorita me tengo que ir a trabajar. No me gusta estar peleado, ojalá se le pase rápido.
—Ya me voy, amor, nos vemos en la noche.
Está toda seria. Ni nos voltea a ver, está viendo la tele.
                —Hoy no, voy con mis papás.
                —¿Qué tienes?
                —Nada.
                —¿Segura?
                —Sí, estoy bien.
                —Liliana, dime.
                —No pasa nada, Marco.
                —Ok, amor, como tú quieras, con cuidado. Te amo.
                —¿Ya te vas?
                —Sí, ya es tarde para ir a trabajar.
                —¿A trabajar?
                —Sí, Liliana, puedes ir al bar cuando quieras para que veas a quién me estoy cogiendo.
                —Eres un imbécil.
                —Lo sé, pero si vas, no olvides llevar tu IFE si no, no te dejan pasar.     
                —Ok.
                —Te amo.
                —Sí.

viernes, 5 de julio de 2013

CAPÍTULO 1 y 2



Qué tal a todos. Sé que me he tardado en hacer entradas, pero la verdad ando un poco ocupado últimamente. Esta novela la terminé hace unos tres meses, ya está incluso concursando, y estoy en correcciones finales para checar con un asesor a qué editorial la podría mandar. 

He decidido empezar a colgarla por aquí para hacerme publicidad. Antes que nada, les diré que no es una novela apta para puristas y mogigatos, tampoco esperen una gran obra maestra; sin embargo les aseguro que les divertirá (entre otras cosas).

Disfruten su lectura.

 

1. Endorfinas




Bueno, aquí estoy con Marco, sentados. Él luego no entiende mucho de lo que pasa, pero a lo largo de estos años ha aprendido la manera de llevarnos bien, en medida de lo posible, por mucho que en momentos no me escuche.
Piensa que nadie se da cuenta. Pero basta verlo como ahorita, sentado, con la mirada perdida entre los coches y el camellón. Con un cigarro de la trompa al piso. Tal vez los demás, que no saben lo que piensa, crean que está buscando la manera de conquistar el mundo, o solo metiéndose en sus pensamientos como cualquier persona introvertida. Pero a mí no me engaña, últimamente piensa en el suicidio. No sé si un día tenga el verdadero valor para hacerlo.
Todo está tan confuso desde que Karina se fue. O mejor dicho nos dejó. Por fin, el momento en que sus papás la convencieron de meternos una demanda por ser mayores de edad. Al final, tanto esfuerzo a lo wey.
Hace unos meses, Marco le encontró una carta en el Facebook, le dije que no buscara, pero no quiso escucharme. Primero la sonrisa se le fue de los cachetes, y empezó a sentir caliente todo el rostro. Al final...
Es que claro, ¡de qué otra puta manera se iba a poner! Leer que tu novia piensa en los ojos verdes de tu amigo mientras se masturba y que quiere ser derretida por esa mirada y en esas caricias que solo sus manos le serían capaces de dar. Pero lo dejamos de lado e intentamos seguir con esa relación durante un mes más, hasta que así, de la nada, ¡madres! Una orden de restricción que, de violarla, nos metería derechito a la cárcel por ser más viejos.
Nuestra primera novia, nuestra primera vez, y nuestra primera decepción. Luego a las dos semanas Mario se suicida, él era el único al que le podíamos contar nuestras cosas... Extraño coger con ella, y extraño sus besos, aún después de estos tres meses, y más con Liliana que a cada rato dice que nos quiere menos. Por si fuera poco, mamá se ha aliado con mi tío Armando para andarnos chinga y jode con la escuela; lo cual no importaría tanto si no fuera porque le tenemos que pedir dinero para salir pues no tenemos trabajo.
¿Así o más jodido?
¿Por qué no te suicidas?
Ni cuenta me di cuando apareció este wey tan agresivo. Como si me conociera. ¿Qué pedo? No es alguien que conozcamos.
Neta, Marco, no lo entiendo, neta que no lo entiendo.
—¿Qué?
En serio. Todos tus desmadres... ¿Qué necesitas para meterte plomo en la cabeza o unas pastillas?
—¿Quién eres?
Quizá aún no es suficiente, o de plano te faltan wevos, ¿le tienes miedo al castigo divino? Yo aquí te pongo el tiro entre ceja y oreja.
Siento como si el tiempo se detuviera, nunca había visto una pistola real en mi vida; pese a eso, no nos sentimos amenazados. Hasta cierto punto quiero que lo haga. Ya, de una vez por todas, a chingar a su madre y ver si existía un cielo, un infierno o un útero nuevo formándome poco a poco.
No, si vas a morir tiene que ser por tu cuenta; sería muy fácil, y así no se hacen las cosas. Recuerda cuando escribas: nunca puedes matar a un personaje como si nada, no tiene chiste, es una salida falsa y te puede arruinar la historia. Sigue escribiendo, en lugar de andar buscando cuatro pares más de labios para tener pedos.            

(…)
No sé qué nos pasó… Este beso…  debe ser Liliana, sí, así recuerdo que se sienten sus labios, tan suaves, con todo y sus fierros de ortodoncia... Mariposas en la panza, y sangre al miembro. Que no se dé cuenta; qué pena, va a pensar que nada más me la quiero coger.
—Te quedaste dormido.            
—No.
—No te estoy preguntando, es en serio, por eso te desperté con un besito. Beso rico.
Puta, que si besa rico. No mames, podría hacerlo durante horas. Más, dame más.
—Te diré.
—Ash, grosero, está bien; ya no te voy a dar besos. Una quiere ponerse linda y tú me quitas las ganas.
—Bueno, entonces te beso yo.
Madres, nos esquivó los labios, hay que abrazarla a ver si así.
—Es en serio, no te voy a dar más.
—Ay, qué fresa.
—Bueno, uno en el cachete.
¿Neta, nada más esto? No debí de haberle dicho nada. No la puedes contradecir porque se le aloca. Pero bueno, vamos de la mano caminando por la calle. Marco mira a todos lados buscando al extraño. ¿Quién habrá sido?, ¿de qué hablaba?, ¿cómo sabe que escribo y que he pensado en matarme?, ¿será que todo lo habremos soñado?
—¿Qué tienes? No hablas.
—Así soy, serio (no, por favor, no lo digas, te vas a arrepentir si lo haces). Además lo hago en protesta porque no me vas a dar más besos (y sí lo dijiste. Pendejo).
—Bueno, pues yo también me puedo quedar seria.
—Jajaja, ¿tú quedarte seria?
—Sí.
—Bueno, si tú lo dices.
Qué bonita se ve; más trompuda por los frenos, y esa mirada de niña chiquita, tiene granitos, pero en serio es bonita; frentuda y con las encías grandes, pero bonita; los ojos también, siempre me han gustado más los ojos de color. Karina era todo lo contrario: flaca, morenita, ojos chicos y cafés; tenía bonitos ojos, y bonitos labios, y también su nariz es más bonita que la de Liliana, más fina. A Liliana se le ven entradas, no es tan grave, seguramente nosotros terminaremos más calvos…
—¿Qué tanto me ves?
—La frente.
Ahhhh.
Ay, ahora sí la cagaste. Está bien que no la tengas que adular todo el tiempo, pero… ¿no te podías quedar callado? Hay que alcanzarla antes de que se vaya más lejos. ¿Pero es que quién la entiende? Le hablas bonito y nada, le hablas feo y se ofende, no le hablas y te manda a la chingada, ¡carajo!
—¡Déjame!
—Ya, no te enojes.
—Pues no me insultes.
—No te insulté, tú me preguntaste qué te veía, y yo te dije la frente. Pero está bien, te veía la cara completa. Estaba pensando que me gustas mucho.
—Tengo hambre, por acá hay unas hamburguesas bien buenas. Me traían mis papás cuando estaba más chica.
—Pero no traigo mucho dinero.
—Yo pago la mía.
Bueno, está seria pero no está tan mal. Aún nos deja tomarla de la mano. Hay que saber cuándo no ser tan imprudente. Por lo menos no está con su “creo que te voy queriendo menos”; puta, ahorita lo menos que necesito es que se ponga así. Está más llenita que Karina; se parece un tanto a Eloísa. Ojalá esté bien después de lo que le hice: terminar con Karina, andar con Eloísa y después cambiarla, de nuevo, por Karina. No quería, pero me ganó el amor. ¿Qué podía hacer? De haber sabido lo que iba a pasar, nos quedábamos con Eloísa, pinche Karina puta; pero es la última vez que cambio una relación por otra. Si tan siquiera Grizel viviera aquí… Claro, primero se burlaría de lo que pasó con Karina “por fin te diste cuenta de que tu naquita no te convenía”; o si Jimena apareciera, ah ¡Carajo!, esa mujer, cuánto nos hizo escribir, tan buena musa y tan desgraciada como chica, solo juega conmigo. Pero bueno, ahorita las cosas parecen mejorar con Liliana. Y luego ese wey… ¿habrá sido un sueño? Se veía muy real, pero… debería de desvelarme menos… tantos libros, luego creo que terminaré como Alonso Quijano y me llevaré a mi primo de Sancho Panza…
—Aquí es. Hay que pedir rápido que se tardan un chorro en hacerlas.
—Vas.
—Yo invito el refresco, ¿cuál quieres?
—Del que sea.
—¿Qué pasa?, andas raro.
—No sé, ¿no viste a nadie conmigo cuando llegaste?
—No, estabas solito, como vago, dormido en la banqueta. ¿Por?
—Porque sí besas rico.
—Jajaja, ya lo sé.
Bésala, aprovecha que ya cambió su humor. Madres, solo un piquito, bueno, va mejorando, peor es nada. Nos vibra la pierna.
—¿Es tu teléfono?
—Ah sí. Qué más da. Déjalo que suene (y claro sigamos con esto de los besos… qué ricos se sienten, sobre todo cuando ya se animó a más que los piquitos).
—Marco, sigue sonado.
—¡Qué?
Oh, sí. Benditas endorfinas…





2. Tramoya



Cuando un personaje se mata, no sirve mucho para una historia, y menos cuando en realidad no tiene un motivo que le dé fuerza a su acción. En lo personal creo que es un problema con la construcción del mismo. Quizá aún no sé crear personajes tan complejos y por eso todos han terminado suicidándose, pero no todo lo que se escribe tiene que irse a la basura, algunas cosas de todas esas historias diferentes me sirvieron para ver a Marco cuando aún estaba con Karina, platicándole todos sus desmadres amorosos a Mario, el personaje que había bautizado con mi nombre con la intención de contar mejor mi historia, y que al final se suicidó. Entonces volteé a Marco, empecé a ver a Karina, ella se parecía mucho a la Karla que yo conocía, su edad, la berrinchuda forma de ver el mundo, la situación en la que estaba, todo empezó a cuadrar. Me di cuenta de que quizá el problema no era que no supiera crear un personaje, sino que no quería decir las cosas. Tenía miedo, me agarraba de las bolas y me autocensuraba.
                Quizá tampoco sabía qué quería escribir.
                ¿Qué quería escribir? ¿Por qué lo quería escribir? ¿Para qué? ¿Quería escribir? ¿Por qué Lola no regresaba?
 ¿Qué diría Lola si alguna vez se cruzaba con lo que escribía? Seguramente arruinarían todas mis intenciones de volver con ella. Pero Lola ya no leía mis publicaciones, ni mis historias, ni nada, se había ido.
                No contaré, mucho de lo que había pasado en esa historia, al parecer Marco va por el mismo camino que yo, por lo menos con los detalles importantes. Igual que él, un día estaba sentado en esa banqueta desgastada, fumando, esperando a Lola, y también me pregunté por qué no me había matado cuando tenía tantos problemas en casa que generalmente se hubieran resuelto corriéndome de ella; o cuando pasaba algo con Karla, que siempre encontraba la forma de endulzar la mierda con su voz y decirme que hiciera algo más con mi tiempo en lugar de escribir, pues, a su juicio, no servía para ello. Cosas que la verdad duelen cuando te las dice alguien a quien consideras especial e importante.
                En esa banqueta pensaba el porqué no lo hacía, ¿cobardía? Solo era agarrar el carro más bonito que pasara y aventármele de frente. Incluso había pensado antes formas más poéticas de hacerlo: seis de la tarde metro Pantitlán, Hidalgo o Tacubaya; brincar a las vías en el momento que pasara el tren. Mi muerte no habría sido en vano; quizá si estaba de buenas, buscaría la forma de meterme con una bomba a la cámara de diputados y volarme junto con aquellos de los que todos se quejan y a mí me venían valiendo madre.
¿Por qué Lola no podía sencillamente regresar? Unos besos por aquí, unos por allá, risas, carcajadas, películas. Camas que nos comían por horas y de las que no podíamos salir por ningún motivo.
                Estaba harto. Cansado. Dos cajetillas diarias de cigarrillos, alcohol, dulces, ayunos, insomnio, siestas de doce horas; pesadillas con ella siempre lejos de mí, casándose con alguien más, huyendo cuando la llegaba a ver. O sueños de ella y yo nuevamente de la mano, besándonos, abrazándonos, yendo a cenar, al cine; al final, pesadillas disfrazadas a las que se les caía la piel de cordero cuando despertaba.
                La historia la repetía tantas veces en mi cabeza que terminé contándola a todos mis amigos, hasta que terminaron hartos; no los culpo, yo también ya me había cansado de decírselas y decírmelas. Él único que tenía tiempo para mí, era yo mismo.
                Uno de esos días resolví mandar todo al carajo. Agarré un pedazo de piola, lo metí por los agujeros del cinturón de piel, y la piola a su vez la usé para ponerla en un árbol. Acerqué una piedra de buen tamaño que encontré por ahí, me subí en ella, me puse el cinturón en el cuello, lo corrí por la hebilla para ver la medida, rectifiqué lo largo de la piola pues sí era capaz de tocar el piso; me volví a subir a la piedra y rogué porque la piola no se rompiera. Mis ruegos fueron escuchados, pero se rompió la unión de la hebilla con el cuero. Recuento de daños: una rama que se cayó sobre mí después de haberme caído yo en el piso, lesionado el pie con la piedra, cortado en el mentón con el metal de la hebilla, y claro, moretones y dolor en el cuello.
                Puta, de nuevo al alcohol, pérdida total de la conciencia. El último día incluso, después de haberme acabado el del botiquín, mezclándolo con café, decidí tomar mi orina para no desperdiciar nada. Con jugo no sabía mal, o quizá ya había quemado mis papilas gustativas. Entonces tomé las pastillas para dormir que me había conseguido un amigo, después de convencerlo (claro está) de que no me iba a meter una sobredosis, al tratar de ayudarme con el insomnio. No sé cómo logré metérmelas a la boca con todo dando tantas vueltas. Me quedé dormido después de tomarlas, desperté al día siguiente, ardiéndome un poco la cara que tenía sumergida en un charco de vómito y donde vi a todas las putas de blanco casi deshechas por completo, como pequeñas novias con sus largas colas bailando en una misma y viscosa pista hedionda.
                Todo parecía indicar que ni para matarme era bueno, y me burlaba de esto en poemas ácidos; la mayoría eran mis cartas suicidas:
                Me dicen que podría morir por mis descuidos. En lo personal, últimamente me vale verga. Total, lo peor que podría pasar es que me muriera, y hoy, al menos, la muerte no me da miedo; podría esperarla sin pedir clemencia. Quizá pediría un par de minutos para escribir mis últimas letras mientras me fumo un cigarro, y (en las circunstancias actuales) ver mi último video porno, que me tome justo cuando acabe. Que los demás me vistan con su pudor por verme muerto con el miembro en la mano.
                Pero la muerte no llegó ese día. Hija de puta. Así que si yo era demasiado estúpido para matarme, lo intentaría de manera que alguien más me ayudara. Salí un par de veces por las calles oscuras del Pedregal de Santo Domingo y no encontré a nadie. Me aventuré un poco más lejos, por donde había escuchado que asaltaban seguido. Un parquecillo en Tepocatl, con un pequeño altar en el centro. Dos cabrones medio raros estaban ahí.
                —Oigan, un paro. Denme un puto plomazo.
                —Nel, morro, tú estás loco. Mejor saca el varo.
                —¿Y si no se los doy? ¿Me matan?
                Había escuchado a un amigo, hace muchos años, que una vez hizo lo mismo estando pedo. Entonces el tipo al que se le acercó, en lugar de hacerle algo, se fue asustado. Mi suerte fue otra. Después de poner la cabeza justo frente al cañón, incitándolo a que le jalara, el otro me agarró; yo pataleé, escupí, solté golpes a donde cayeran, y le pegué al que me había agarrado, pensé que ahora se cumpliría mi deseo. Sin embargo, solo recibí unos buenos golpes en el estómago, los brazos y la cara. Al despertar vi que la gente pasaba de largo, como ignorándome; adolorido y, sintiéndome estúpido y desgraciado, descubriendo que los daños no eran graves,  moretones, cortadas en la cara, rasguños… ni un puto hueso roto, o algo que requiriera sutura; me fui a mi casa.
                Me veía en el espejo y me reía de mí mismo. Ni para eso servía, ¡qué pendejo! Nada más fui a que me quitaran mi dinero. Quizá debí haberles dicho que les pagaba porque me mataran. Puta y lo peor de todo, estaba más feo de lo que ya era; peor aún, hasta reírme me dolía. Seguramente Lola si me viera, no querría estar conmigo así; un ojo chiquito, un labio hinchado, raspones en la sien derecha. Hijos de puta, ¡y medio diente!
                Unos días después me he dado cuenta de que quizá, no buscaba morirme, si lo hubiera querido realmente, habría hecho algo que fuera más seguro que me matara, eso del metro sonaba en verdad divertido. Un héroe anónimo: un gran desgraciado; aunque quizá hacerlo en la mañana sería mejor, cuántos no llegarían a destiempo a sus trabajos. ¿Y si lo hiciera en fechas de exámenes?, además de trabajadores, podría chingarle la calificación a uno que otro infeliz, o varios.
                Regresé a escribir poesía, jajaja, sí claro, como si a eso se le pudiera llamar poesía. Pero daba igual, a mí me divertía la posibilidad de que Lola pudiera leerla y se preocupara por mí, o de menos se enojara, o en el mejor de los casos, se le hiciera linda.
Por el momento se acabó lo cursi:
No más besos de buenas noches antes de dormir.
No más tinta rosa con corazoncitos.
No voy a llenar de “mierda” mis textos para parecer más interesante
porque no necesita de palabras soeces para hacerse presente.
Esto es mierda aunque le llamemos: popó o caquita.
Esto es mi vida y mis historias.
Y no diré: que feíto está lo que me pasa
para referirme a que me está llevando la chingada.
Pues está feíto y me está llevando de igual manera
sin importar las palabras que use para decirlas.
Eufemismos para los que se sonrojen
por llamar pan al pan y vino al vino,
Carajo a lo que me está llevando
y puta a esta puta noche,
a esta puta vida.
                A la chingada, se habían acabado los poemas bonitos.
                Después escribía alguna que otra historia, donde pasara lo que pasara, se podía leer entre líneas: Muere, muere, muere, muere, muere, muere, muere, muere… y después: regresa, regresa, regresa, regresa, regresa…
                Cuando me aburrí, me puse a pensar en que quizá aún no había tocado fondo. La gente dice que cuando llegas, lo sabes, y yo sentía que siempre era posible llegar más abajo, sobre todo habiendo sido rechazada mi solicitud de ingreso al cementerio. Siempre se puede estar peor.
Entonces, divagando, pensé: por qué no me había matado. Pero ya no con asombro, ahora sí tenía una duda; qué me había detenido.  Creé historias de diferentes personajes con diferentes nombres: Mario, Marco. Y ahora Marco está pasando lo que yo, siendo empujado, porque no se puede forzar a un personaje, hacia las mismas situaciones, y yo solo me encargo de recoger lo que le pasa, por más raro que se me haga.