lunes, 30 de junio de 2014

Re-post

No es falta de creatividad, vida mía, es sólo un re-post (del facebook)... ay, así no va la canción, pero Tin Tan me lo perdonaría...

—Estás sufriendo por mi culpa.

—Cálmate, Lilith. Yo soy mi propio infierno. No te sientas tan importante.

Lo había vuelto a hacer. Sin darse cuenta había soltado el golpe y la ponzoña. Ahora, seguramente, Lilith se iría. No lejos, no pasaría de un berrinche y unas lágrimas tiradas por las escaleras. Habría que adivinar si a la azotea o a la calle. Pero esta vez estaba seguro de que no la perseguiría pidiéndole disculpas. A veces la única fuerza para seguir, es la de no tener la fuerza suficiente para dejar de hacerlo. Era su mantra; sin embargo, no le importaba en estos momentos. No tenía ánimos ni apetito de seguir haciendo nada. Si Lilith se iba la dejaría hacerlo, sabía que o había vuelto a perder su juego de llaves y por lo mismo podía dejarla que se marchara a su antojo, seguramente regresaría, pero si no era así, daba lo mismo. Sin embargo Lilith no se fue, al menos no se fue de la casa. Se metió al baño y se encerró. Lo único que dejó tras de sí fue el rastro auditivo de la puerta cerrada con violencia tras de ella. Esa reacción lo enojó más que si se hubiera marchado. Había algo en él que no podía evitar sentir cierto grado de enojo. Se veía a sí mismo poseído por la rabia, llegando al baño y rompiendo la puerta a patadas; todo lo contrario a los embates que había hecho Lilith alguna vez cuando jugaba en el cachodeo donde no había mucho que hacer. Cuando Lilith lo miraba con esos ojos, él sabía que la única salida era correr al baño, atrancar la puerta y gritar fingiendo ayuda. En realidad, a veces no la fingía, pero algo dentro de él realmente quería que Lilith lo tomara y lo hiciera suyo, una anestesia de corto efecto sobre el peso de su propia vida. Durante esos momentos, en los que ella se apoderaba de su cuerpo, él no era más dueño de nada, quizá no era ni esclavo, más parecía una especie de zombie, y como buen zombie, sólo sabía gruñir y jadear. Pero eso era después. Las primeras veces Lilith terminaba tumbando el marco de la puerta, se asomaba y decía "Come out come out, wherever you are. Here's Lilith". Luego él gritaba presa de un miedo real. Pero no había mucho que pudiera hacer. Estaba condenado. Lilith cambiaba su tono a uno más sutil, empujando cuidadosa las palabras donde le decía si realmente no tenía ganas de hacerle el amor. Pateaba el resto colgante de la puerta y se desabotonaba la camisa que le había robado en los primeros días, para llamarla de su propiedad y usarla como pijama. Con las siluetas de los senos descubiertas de la tela, el miedo se iba combinando con la excitación que le producía el cuerpo joven de la chica, y entonces la voz destruía todo lo demás. Toda la duda y el plomizo miedo, se convertía en dorada lujuria. Promesas de un cielo que sabía más a cielo porque pese al tiempo que llevaban juntos, él no dejaba de tener presente el hecho de que Lilith aún era menor de edad, pero lo peor era saber que no duraría para siempre, un par de meses para que el reloj llegara a ceros, y el fruto prohibido fuera una manzana más con ganas de ser pera.

Por esa fecha tachonada en el calendario es que tenía un miedo a sus comportamientos. Legalmente él era esclavo de Lilith. Sin embargo, esta vez, no le importaba. Estaba demasiado enojado por su comportamiento, y quizá no era ése el problema pero sí se había vuelto el mensajero de una noticia que había olvidado; así que había que matar al mensajero, y si no matarlo, al menos dejarle en claro que estaba harto de sus berrinches.

Sin embargo, al acercarse a la puerta, pudo escuchar colarse por las hendiduras el rastro amargo de los sollozos de la chica, y junto con ellos un murmullo casi inaudible. Pegó la oreja a la ría pintura de la puerta de madera y prestó atención, ignorando a su vez la cólera que lo había llevado hasta ella. Maldijo el tránsito que también se colaba entre los ruidos de Lilith, haciendo una mezcla sonora que le impedía entenderla.

Durante unos segundos pudo escuchar a Lilith, con su voz grave y áspera, entre cortada y raspando la garganta. Se decía a sí misma que era una estúpida por estar preocupada por él, por querer interesarse, por estar enamorada.

Quizá habría podido escuchar más de aquella charla que Lilith tenía en confianza consigo misma, si no hubiera sido porque escuchar decir a Lilith que estaba enamorada lo tomó por sorpresa. En todo el tiempo que llevaban juntos, nunca la había escuchado decir nada de eso. Y ahora, una confesión se le escapa entre pintura y tránsito y voces rasposas que ella misma deseaba acallar. Algo se le removió en ese momento. Como si se le hubieran vuelto un licuado las tripas y la estatua de Lilith se rompiera poco a poco. No era invulnerable, y de alguna manera estaba herida. La había herido en medio del pecho y quizá el orgullo, y eso lo hacía sentirse importante y poderoso. Por ello decidió aprovechar su ventaja, arrancar la puerta y por fin, poder dominarla.

De una patada tumbó el marco provisional de la puerta.

—Come out, come out. Here is…

—Cállate. No me estés chingando.

Y ahora, veía una nueva faceta. Lilith nunca le había hablado con tal violencia y eso le regresó los pies a la tierra, haciéndolo caminar descalzo por piedras calientes que le gritaban a cada instante el recuerdo de que estaba a su merced. Que era suyo y no podía dejar de serlo, de darse el lujo, siquiera, de intentar cualquier locura o abuso, ni ponerle el dedo o u pétalo, ni media servilleta encima que no repercutiera en un grito que atinara el oído de algún vecino chismoso capaz de llamar a la policía. No estaba seguro de si eso podría pasar, pero prefería no arriesgarse.

Parado en la entrada, con una gota de sudor frío atravesándole la piel, el espinazo y el tuétano, escuchó nuevamente la voz de aquella sirena.

—Ven y bésame.

Y entonces, como solía ser costumbre en él, no hubo nada que pudiera hacer para evitar seguir la orden, aunque dentro se molestara, más con él que con ella, por ser in capaz de decirle nada. Por eso la tomaría de los hombros, la sacudiría para removerle una o dos ideas, y le diría que se estaba pasando, que era un abuso y estaba cansado, lo ensayaba en su mente a cada paso, y a cada respiro. La vio de espaldas, le daría la vuelta y se lo diría, le haría saber aquello que tenía a medio cogote; pero para ello primero habría de voltearla, mirándola a los ojos y no agachar la mirada, ni cubrirse con los párpados o la pena, o la falta de confianza. Sin embargo al voltearla, no pudo contra sus ojos claros, ni el embate de sus labios, y entre saliva y saliva, la cabeza no dejaba de reclamarle la cobardía. Repetía su mantra: A veces la única fuerza para seguir, es la de no tener la fuerza suficiente para dejar de hacerlo... sólo que ahora le agregaba que era un cobarde.

Abandonad toda esperanza

Muy bien, Marquito, lo estás haciendo de puta madre: andar diciendo en el facebook que no se haga  una reunión por parte de tus amigos para tu cumpleaños. ¿Adónde te lleva? ¡Un paso más cerca del fondo! Nunca es suficiente para llegar a él. Ahora ya viste los reclamos y el: "si ya saben lo mamila que es Marquito". Poca madre, romper relaciones y quedarte más solo. Esa estrategia tuya está dando resultados. Dentro de poco hasta el gato se escapará a la primera oportunidad. Además ese mujer fue una de las que se ofendió por tu comentario: "eres un pinchi aguafiestas". Pero eso es lo que querías, estar tan roto que llamaras su atención. Veamos si funciona tu estrategia, pero sabes que el berrinche pendejo nunca ha sido un aliciente. Pero no hay problema, la verdad no importa nada. La verdad ahorita no importa nada. Importa seguir escribiendo, importa mejorar tu nivel de escritura, e importan sus ojos, sus ojos y su cara bonita, y su voz grave. Importa esperar que algún día (esperemos pronto) te llame diciendo que se siente mal y que quiere que la escuches. Importa que te diga: Ya wey, no seas mamón, tómate unas chelas conmigo, y entonces vuelvas a fantasear durante semanas porque ahora no dejarías pasar la oportunidad, ya fuiste lo suficientemente caballeroso una vez como para volver a serlo, porque sabes que cuando vuelva a pasar será para que las cosas se den. Mientras qué queda: el trago, la lluvia y los cigarros, la poca comida, las letras. Las letras nunca se marchan y tú la quieres cubrir a ella de letras. La ventaja es que tu locura te consuela, sabes que ella será, que estará aquí, que vendrá, que, quizá para ese momento, ya estés en el abismo como tiene que ser. El abismo y la soledad ya no son feos, han cobrado cierta belleza, cierto agrado. Te hacen compañía cuando apagas la luz en tu cuarto y te dispones a dormir, y la sueñas, y entonces por fin tienes besos, y entonces, por fin, tienes su piel suave, y sus comentarios graciosos, y tienes su risa, y su risa ilumina todo y hasta el abismo deja de estar tan oscuro, porque te ilumina mientras van cayendo... No te enamores de mí, sálvate y no te desperdicies porque yo estoy muy rota y te voy a hacer daño. Pues bueno, rompámosnos, así será más grande la victoria ante el abismo, aun en la incertidumbre ella está contigo, porque siempre has sido así, cuando esa persona no está tú la tienes contigo, a palabras a letras, a pequeños textos como este, porque cuando está a tu lado, tú sabes que la tienes y entonces sólo queda estar, estar a manos y a piel, estar a oídos y a bocas, estar a salivas y a abrazos, no a escrituras, no a poemas, no a letritas; y así siempre está; y sabes que ahora ella está contigo, está a tu lado mientras escribes, está en el suspiro y en la memoria y en la imaginación, pero está, te acompaña en el camino a la condena. Pongámoslo así:


Y ahí estaban, abriéndose ante mí, las puertas del infierno. Conducido ante él, por los ojos bonitos de un ángel. Recordé el famoso: "abandonad toda esperanza". Me serví otro trago y me dejé abrazar por los gritos de los otros que, antes que yo, habían llegado para corear mi llegada. Me pregunto si en verdad había terminado de abandonar las esperanzas; pero la duda y el pequeño temor que me palpitaba en las manos, me hacían creer que no era así. Sin embargo no había marcha atrás. El barquero había recibido sus dos monedas y se había marchado sobre las aguas del Aqueronte, como si volara sobre ellas, en su barca de plata que era incapaz de hundirse. Me dijo: me llamo Caronte; y me prometió que al final de mi viaje se encontraba el Leteo como promesa del descanso eterno; y yo sólo quería descansar.



miércoles, 25 de junio de 2014

Diálogos internos destructivos

--Busca a alguien y pide ayuda.
--¿Para qué?
--Porque o puedes seguir así.
--Pero nunca hay nadie.
--Siempre hay alguien dispuesto a ayudarte.
--Nunca hay nadie. Por eso estoy hablando contigo.
--No mames, qué pinche necedad la tuya de sentirte solo.
--¿Necedad? No mames, como si a alguien le gustara realmente estar solo.
--A ti parece que te gusta.
--Me caga, pero qué más podemos hacer. Siempre estamos solos. Siempre estamos ahí para los demás cuando nos necesitan.
--¿Y por qué no dejas a los demás estar ahí cuando los necesitas?
--Porque no, porque no vale la pena decirles nada a los otros. Porque de qué serviría decirles algo.
--Para sentirte menos mal.
--A nadie le interesa.
--No empieces a regodearte en tu mierda.
--Me da igual, no sé siquiera si me estoy regodeando. Lo único que quiero es estar solo.
--¿Y por eso me hablaste?
--Sí, porque estar contigo es estar solo, estar platicando contigo es ponerme a platicar conmigo y seguirlo confirmando.
--Vales verga. Qué complicado eres.
--No lo soy, sólo estoy harto y aburrido, cansado.
--Tu primo tenía razón, por lo menos te la hubieras cogido.
--No mames, es mi amiga, o era, y tiene novio. Ya no somos los mismo de antes.
--¿Cuándo te ha servido hacer lo correcto? Tienes una novela ahí donde cuentas cómo hiciste lo correcto y todo valió verga. Hacer lo correcto nunca ha servido de nada; nadie lo valora, nadie pone importancia en esas acciones; y ahora perdiste una amiga de a gratis. Por lo menos te la hubieras chingado.
--Nunca nos ha interesado coger por coger, siempre hemos preferido ser honestos.
--Y la honestidad siempre nos ha llevado a estos malos ratos.
--Da igual, ¿no?
--¿Y las cartas suicidas?
--Bah, sabemos que si no nos matamos con lo otro, menos con esto. El pedo está en que duele.
--Siempre dolerá.
--Y siempre seguirá doliendo. Y quizá, algún día el dolor sea lo suficientemente fuerte. Más que nosotros, y entonces, tal vez entonces lo haremos. Mientras sólo nos queda seguir escribiendo.

domingo, 22 de junio de 2014

Liberarse de un alma

Destierro de un alma a base de narcóticos, suspiros y esas madres. Llenarse de todo lo que se pueda, hasta que el cuerpo se hinche de tanta llenadera y no le quede otra cosa que empujar el alma pa'fuera, expulsarla de una buena vez y dejar en su lugar humo y alcohol, humo y químicos, humo y humo, y a veces un poco de aire, y seguir metiéndose hasta los dedos con tal de que no quede un hueco por donde quiera entrar de vuelta, meterse los dedos por la nariz y por la cola, meterse los dedos por los ojos, hasta estar seguro de que ahí no caben más que ojos, y en la nariz no caben más que mocos, y en las orejas un poco de cerilla y algún bicho que se ha colado, pero nada de elementos sobre naturales, no más almas, ni propias ni ajenas, rellenar los huecos que dejan cuando se marchan a base de cemento y sudor, a base de gemidos, a base de vómito y mareos, y nostalgias, y desfantasías y desueños. Rellenarse a base de vacío, de oscuridad y de nada; salir a la calle mientras llueve para llenarse de enfermedad y de alegría, de un resfriado, de una neumonía. Llenarse de gotitas y de humedad los pulmones, llenarse el hígado de piedras y la sangre de grasa, llenarse de desesperanza, ante este mundo y esta vida, ante el sujeto que aparece en el espejo y en los recuerdos y, si se ha hecho bien hasta ahorita, el que estaba en las fantasías.

Reminiscencias

--Hola.
--¿Sí?
--Hola.
--No, otra vez tú.
--Síííí.
--No mames, pensé que ya estabas muerto, habíamos quedado que ya estabas muerto y que la última vez que te vería, o que sabría de ti, sería en la novela.
--Lo siento. Así funciona esto, preciosa.
--No me jodas. Pero... pero... pero, te habías muerto. No mames.
--No puedo morir, soy parte de ti.
--Pero no estoy tan ebrio. ¿Para qué apareces?
--Soy el fantasma de las navidades pasadas y te vengo a recordar las cosas.
--No mames, qué cosas.
--Tú sabes qué cosas.
--¿Y no se te había ocurrido que no quiero saber de ti otra vez? Ya de había dejado morir en paz, tuviste una bonita muerte. Hay lectores que me han dicho que hasta lloraron con tu muerte.
--No puedo morir.
--Vales verga. ¿Qué quieres?
--Que dejes de cagarla.
--¡Ahora qué hice!
--No mames, qué estás haciendo... estás enamorándote de una morra que tiene novio (¿te suena familiar?).
--No es así como pasan estas cosas.
--A ver, aguanta, no me estoy poniendo como antes, no tengo ira, hasta parece que somos el mismo (otra vez).
--Porque en realidad, hasta en la novela, siempre fuimos el mismo.
--Vales madre.
--No, tú vales madre, Mario.
--Marco, Marco, Marquito.
--No me digas así, así me dice ella.
--Lo sé. Yo sólo estoy aquí como recordatorio. Como advertencia a tantos cigarros y tantos litros de alcohol diario.
--No son litros. Vas a asustar a nuestros lectores.
--Ok, sé que no son litros, pero los asustas tú, con tus publicaciones donde parece que no sólo son litros sino galones.
--Es parte de la ficción.
--Sigues siendo un fraude como escritor.
--Y tú sigues siendo un pretexto para escribir cosas raras.
--Ok, te lo concedo. Pero aun así sabes que te estás metiendo en problemas.
--Siempre nos metemos en problemas.
--Sí, pero generalmente lo escribes cuando ya pasaron, ya que sabes cómo es el final de las cosas. Y aquí estás a la deriva. Como un barquito de papel miniatura esperando no ser tragado por el desagüe del inodoro.
--Tengo miedo.
--No mames, tú nunca tienes miedo de esas cosas. Lo que pasa es que realmente lo quieres. Quieres que esa morra se quede contigo, y no te puedes aguantar tanto las ganas que me has revivido para platicar con alguien, porque, otra vez, estás solo.
--Te odio.
--No es cierto. Soy tu mejor amigo, soy el único que siempre está y que siempre tiene palabras para ti, ya sean de aliento o desaliento.
--Eso no quita que te odie.
--Ok, me odias. Yo solo vine a que tomaras conciencia de que estás pensando mucho en un morra que ha tenido más penes que tú en la mano.
--Pendejo, yo sólo he tenido mi propio pene en la mano.
--Y el mío.
--Si eso fuera verdad, sólo lo sería porque es el mismo pene.
--Para el caso ha tenido muchos, muuuuuchos más de los que te gustaría saber. Así que sólo vengo a recordarte que estés consciente de ello y que no fantasees de más. Como se lo dijiste a tu amiga la otra vez: no te enamores solo. No le hagas la chamba a esa morra.
--Te odio.
--Lo sé, soy esa parte sensata de ti. Está chido, está guapa, alta, es inteligente, es buena onda, te hace reír, tiene un carácter poca madre y está bien rota (además de sus ojos claros que no parecen ojos claros). Es todo lo que te gusta. Te mueve la hormona, el ego (nada más para joderte quiero recordar que es modelo) y el intelecto (su promedio en su universidad es de 9.7... tsss, no mames, es hasta más inteligente que tú). Y, además de esas tres cosas, te mueve las entrañas porque vive en el abismo. Te vas a dar bien bonito en la madre aunque no pase nada. La cagas, pero la aventura está poca madre. Trata de que dure lo suficiente. En estos días ya le has escrito páginas y páginas de textos. Es buena musa. Trata de no cagarla y no la asfixies. Sólo venía a eso. Ahora puedo regresar a mis cenizas que soplaste al amanecer por la ventana. Por cierto: NO LA CAGUES!!!!!

sábado, 21 de junio de 2014

Para seguir callando

Tú le escribes a ella, lo revisas, lo corriges, dudas. Lo ocultas. Esperas que algún día lo lea sin leerlo. Esperas que sienta lo que escribes. Desde hace un tiempo piensas en ella, la tocas en ese calor que se acumula en tu cuarto, sientes que te toca en ese frío que se acumula en tu cuarto. Le sigues hablando en silencio y a escondidas, esperas que te hable, que te cuente de sus frustraciones, de sus miedos y sus planes a futuro. No te das cuenta de que te involucras, de que la anhelas acompañarte algunas noches en la cama. No por el hecho de cogértela, no por el hecho de tocarla; por la compañía, por su aroma, por la vitalidad que irradia, como si supieras que aquella vitalidad te revitaliza, como si quisieras ignorar que se vacía, que se expone y se sigue vaciando. Sientes que se vacía hasta la muerte, en su sonrisa se vacía. Y quieres ser el tapón que la ayude a no derrarmarse entera, el tapón que pare el seguir manando a esa herida que es su sonrisa. Pero esa sonrisa te da vida, te hace pensar que a veces puede sonreírte por algo más que la fantasía de una amistad sincera. Te da vida pensar que esos labios que le enmarcan la carcajada se cierren en torno a tus labios, que esos ojos curiosos paren su curiosidad en tus pupilas, detengan el tiempo. Ella es ella, así como se ha mostrado, en esa sincera caricia de su voz áspera y grave, en esa caricia que se detiene tras de sus anteojos, y que, a veces, se muestra en la necesidad de un abrazo, donde se quita los lentes y llora sobre tu hombro. No te gusta que llore, pero sabes que los ojos se le hacen más bonitos cuando se le caen unas lágrimas. Cuando le apagas la luz para que llore a gusto, y después te diga: ¿Por qué apagaste la luz? Y tú le contestes que no es nada, que sólo respetas su intimidad, y a ella no le quede más que decir que se ve fea llorando, y a ti no te quede más que decirle que es mentira, y que ella lo sabe, que ella seguirá siendo hermosa tenga una sonrisa o un llanto colgado de la cara. No te interesa mucho nada, sólo esos momentos de compañía, hasta que de pronto se aparezca en tu casa, y te acompañe en la bebida, y platiquen horas en otras lenguas, y beba, y sigan bebiendo; hasta que le gane el sueño, y te pida dejarla dormir y le ofrezcas tu cama, y ella te ofrezca dormir a su lado. No seas mentiroso, esto ya lo habías fantaseado, te toma por sorpresa sin tomarte. Tú sentías que sólo era cosa de estar un día a solas, de dejar que se desvistan los tapujos y las moralidades, de abandonarlos o beberlos con ron hasta que desaparezcan. Tú sabías, ella te lo había transmitido: el día que estuvieran a solas algo pasaría. ¡Y entonces qué haces! Le haces piojito, con un brazo que le sirva de almohada, y la escuchas plácida y placentera sentir las caricias, y la sientes mover su cuerpo hacia el tuyo, y te dejas llevar hasta que la culpa te detiene, hasta que ella misma platica, hasta que se queda dormida otra vez, y te dices a ti mismo que es momento de parar, que hay que ser sensato y no hacer nada porque tiene novio, y no quieres que engañe a su novio, no quieres ser motivo de culpa, no quieres que por ti pase lo que sabes que tiene que pasar y, más aún, no quieres ser uno más. Uno de esos que sólo la han visto como objeto, como una chica guapa, linda, hermosa, con la cual sacarse una tercia de orgasmos, para pensar después en ella, pero no como un ella, sino como esa muñequita que coge rico, a la que sólo se la quieren coger otra vez. No, tú lo que quieres es la niña asustada detrás de esa máscara de mujer liberal. Tú lo que quieres es lo que tiene atrás del pecho y no del brassier. Y entonces respetas, le haces piojito y evitas los embates de su cadera que busca tu pelvis, y sólo la quieres plácida y apacible, recostada a tu lado, como esa promesa de un beso que será algún día, y será sincero y será, sobre todo, incierto. Pero eso no evita tu duda, tu sensación de que la cagaste, de que debiste aprovechar la oportunidad y cogértela; de haber sido como cualquier otro, porque nadie toma en cuenta ese tipo de detalles, y todos prefieren acordarse de la buena cogida, o de la cogida que pudo haber sido, pero que no quisiste aprovechar. Y entonces, solo te queda aferrarte a la idea de que hiciste lo correcto, y de que lo correcto fue no haberle sacado ni un beso, y olerla, y metértela en la cabeza y en el pecho, y en la imaginación y en la memoria, y en la incertidumbre. Y entonces no te queda más que la incertidumbre y la vocecilla que dice que la cagaste, y se pelea con la vocecilla que te dice que hiciste lo correcto. Y la dos tienen razón, y las dos apestan, y las dos lo saben. Y todo tú lo sabe, pero ella no. Así que callas, y escribes para seguir callando.

Not yet

Ojalá no me hubiera dicho nada. O, mejor aún, me hubiera dicho que sencillamente no le gustaba, que estaba muy feo, muy gordo, muy flaco, muy alto, muy clavo, muy pendejo, cualquier cosa diferente... Pero no, me tuvo que decir que ella sólo se enamora de gente rota y que yo no estaba tan roto como yo mismo creía. Ojalá no me hubiera dicho que ella vivía en el abismo, tratando, como yo, rescatar almas descarriadas. Qué mierda. Si no lo hubiera dicho, no habría entrado en mi cabeza la idea de irme cada vez más abajo. Porque de algo estoy seguro: cuando estuvo entre mis brazos, cuando me susurraba preguntas sobre por qué la había elegido a ella, cuando me susurraba que no me enamorara, a mí me parecía una invitación, un: pase usted joven, desmádrese hasta que no pueda más porque yo lo salvaré; y entonces no habría empezado a idear (iconscientemente) un plan para darme bonito en la madre para "dejarla que me salve", pues, la verdad, yo también quisiera salvarla a ella. Quisiera dejarle en claro que la vida es bonita por muchas cosas mierda que pasen, y hacerle ver que toda esa sarta de cursilerías, son cursis porque estadísticamente tienden a ser tan reales como las cosas jodidas. Pero no, no fue así, mientras más me decía que no me enamorara de ella, más se me metía en la cabeza, más sentía que me pedía lo contrario. Me lo dijo tanto como si fuera una letanía y, entonces, yo terminé rezando:

-- No te enamores de mí.
--Ya es tarde.
--No te enamores de mí.
--Ya es demasiado tarde.
--No te enamores de mí.
--Yo ya estaba enamorado.
--No te enamores de mí.

Y recordé que en verdad, ya me había enamorado de ella, me había enamorado mucho tiempo atrás, me había enamorado cuando la vi hace años por primera vez, pero la ignoré y el tiempo nos hizo olvidarnos un poco, me enamoré cuando hace menos de un años se metió en una charla, me enamoré cuando nos dieron un aventón a toda la bolita en el carro y yo venía estorbando el retrovisor, y me dijo que me recargara en su hombro, y me entró hasta por la nariz. Y después me volví a olvidar de que ya estaba enamorado, la consideré mi amiga y así la quería, y así la habría seguido queriendo si no me hubiera dicho y re-dicho que no me enamorara... si no me hubiera dicho que nos conocíamos de otra vida, si no me hubiera dicho que a mí me gustaba desde entonces en esa otra vida, si no me hubiera dicho "aún no estás listo", y yo no hubiera leído entre líneas: estaremos juntos pero todavía no. Not yet, my darling. Not yet, mon chérie.

Olvidos

El fregadero se le había mosqueado nuevamente. Se dio cuenta de ello mientras prendía un cigarro; mientras buscaba un vaso para servirse un poco de veneno. Claro que no era veneno para ratas, o cucarachas, era el clásico veneno socialmente aceptado que mezclaba con un poco de coca. Entonces vio el pequeño enjambre volar por la cocina, fue al baño y tomó su desodorante en spray, regresó a la cocina y prendió un cerillo ¿Y si se quemaba él mismo? Había pocas posibilidades, pero no le tenía miedo, sería una quemada inocua y rápida que dejaría un rastro olfativo como de "pollo". Apretó el despachador y quemó tantas moscas como pudo. Repitió la acción, una y otra y otra vez, y aun una más. No sabía si eran demasiadas moscas las que pululaban o en realidad se trataba de que las desgraciadas habían logrado escapar, así que dejó de hacerlo, no porque creyera que sus intentos de implementar un insecticida improvisado fueran fútiles, sino porque el aroma dulzón del desodorante estaba empezando a marearlo, por ello decidió dejar eso de lado, tomar el vaso de plástico y servir la mitad de agua, después vertió ron, el ron que tenía guardado en el congelador y que fluía espeso hacia el vaso, después rellenó con coca. Era un poco insípido, pero lo prefería al exceso de azúcar al que se había sometido durante meses y que ahora no podía soportar del todo. Quizá porque se le subía más rápido, y más que un quizá, era una certeza, el quizá, aquella duda en realidad era para averiguar si se le subía por el azúcar, le asustaba que después de dos años de tomar seguido (casi diario), el hígado empezara a mermar su funcionalidad. Terminó de servirse y saboreó con desagrado el insípido trago, después siguió fumando. Pensó que había sido una mala idea lo del desodorante, ahora el dulce pululaba, igual que las moscas por todo el departamento, un dulce olor empalagoso de chocolate, artificial: diabetes olfativa. "Ojalá esas pinches moscas mueran por diabetes en aerosol". Una idea vacía. Pero estaba acostumbrado al vacío, él mismo se consideraba lleno del mismo. Acogido y arropado por aquella vacuidad de la vida, cálida vacuidad, tan cálida como el frío que se volvía cálido después de unas horas de padecerlo, pero esta vacuidad, recién había empezado a volverse cálida, después de meses, decenas de meses acompañándolo. No era soledad lo que le hacía compañía, lo que le tomaba la mano en la calle, lo que le susurraba una canción de cuna, que sólo podía escuchar él, antes de dormir, era vacuidad, pura y llana vacuidad; vacuidad ante una vida llena de las cosas que tenía que hacer, de realizar las acciones correctas para él mismo, y de soportar el peso de los juicios ajenos que no habían calado por lo duro sino lo tupido; chipi-chipi de una vida que sabía pegar paciente pero constante, que más que llovizna parecía una neblina capaz de respirase no sólo por la nariz, sino hasta por los poros, permeándose hasta los huesos, hasta el tuétano y, si es que existía, el alma. Esa alma que se le aparecía en el brillo de los ojos cuando se miraba ebrio al espejo tratando de encontrarse en esa imagen dinámica, en un repetido dinamismo lento, que iba de arriba para abajo al mismo tiempo, mientras el resto del mundo seguía girando en su cabeza, centifrugándole constante las ideas y el ánimo, deshaciéndolo, volviéndolo una masa amorfa que se parecía a él mismo en alguno de los recuerdos que tenía de sí mismo hacía pocos años atrás; en una casa más habitada que en la que vivía, o al menos habitada por seres reales y no sólo el conjunto de fantasmas con los que platicaba en el delirio etílico o de las fiebres que lo azotaban cuando llegaba a enfermarse y que, entre las dos, le habían reducido veinte kilos de una vida pasada dentro de esa misma vida. De esa vida a la que se sentía ajeno cada vez que miraba a lo que había hecho incluso minutos antes, y que le dejaban recuerdos y dudas o, mejor dicho, recuerdos dudosos; reafirmándole que su vida, en sí misma, era dudosa, incierta y distante; como si estuviera exento a las leyes de la física y las del tiempo, como si fuera solamente una vasija de memorias y fantasías... imaginaciones, deseos, añoranzas. Toda esa vida que, se daba cuenta, sólo había vivido en su cabeza; en una cabeza que parecía no tener fondo, y donde siempre cabían más recuerdos, más memorias y más dudas, y que tenía la capacidad de vaciarse por voluntad propia, sin preguntarle siquiera, si el recuerdo que no aparecería nunca más era útil o no, si podía ser desechado o si valía la pena mandar al olvido

miércoles, 18 de junio de 2014

Asesinato 1

Hoy maté un pez
lo clavé a un palo afilado

 después maté un cocodrilo
          mientras un niño corría
lo maté a palazos
               arrancándole pedazos de cuello
con cada golpe que el cocodrilo
                                me dejaba darle
y cada golpe le quitaba
      pedazos de madera
              alrededor de su cuello
hasta que no le quedó
              más que un tubo
                        inmune a los embates
que me revelaba
      por qué me dejaba
             pegarle

 lo golpeé incluso con metal
                   pero no hacía nada
no lograba nada
       y entonces vi que el tubo
                              tenía cuerda
y entonces vi que la cabeza
                          se enroscaba
y entonces lo tomé de la cabeza
                     de su cabellera china
mientras alguien más
               le hacía girar el cuerpo
y entonces me agarró de las manos

       desesperado

 mientras lo separábamos en dos
                                        entre dos
                y yo me daba cuenta
        de que no era bestia
sino niño

 y la cabeza se le hacía ligera
y el borboteo de sangre
golpeando sonoro el piso
y la desesperación
y la culpa
el llanto

 y la condena

Sueño etílico (Yo sólo me enamoro de los que están en el abismo)

Sueños etílicos que convergen
     en una niña de piernas bonitas
   de cara bonita
                 de actitud bonita

sueños que convergen etílicos
      en una bonita voz que susurra:
"¿Por qué yo?"
    y luego susurran más
mientras le acaricio el cabello
   después de una mala noticia
que sólo escribo lo que me dictan

y susurra
    y sigue susurrando:
         no te enamores.

Nostalgias X

¿Cómo era la vida antes del alcohol? ¿Realmente no estaba tan roto como creía? Quizá, como se lo habían sugerido, todo se trataba de una fantasía suya donde creía que estaba mal. Era una mierda, una mierda para usarla de pretexto y escribir en tercera persona, logrando con este juego no hacerse responsable de él mismo y su situación. De algo sí estaba seguro. Era una especie de grito de auxilio para que alguien le prestara atención, para que alguien lo tomara y se importara por su vida. ¿Y después qué seguía? No mucho, seguir usando el pretexto de la tercera persona para sacar un poco de esa mierda que lo tenía consumido por dentro y que, aunque fuera fantasía, no lo hacía menos real. Llegando a un punto en el que se olvidaba cuántos días seguidos llevaba bebiendo. En realidad estaba seguro de no tener más de una semana, pero haber perdido la cuenta era algo digno de preocupación, y  a la vez nada le preocupaba. Se sentía cayendo en un pequeño abismo donde sólo cabía él, un pequeño abismo que no estaba exento de las leyes de la física a las que agradecía para que su misma mierda no cayera más lento que él, suficiente con la sensación de tener el esfínter descontrolado como para sentir cómo su propia mierda le caía en la cara, en realidad le caía por todos lados, pero no le llegaba a la cara, y agradecía que sus pegajosas entrañas expuestas tuvieran la decencia de no meterse por su nariz mientras seguía cayendo en esa vorágine que amenazaba con no tener fondo. Parecía tan sin fondo que si alguna vez lo tocaba, el piso terminaría rompiéndose para dejarlo seguir cayendo, hasta la muerte, después seguiría cayendo en el infierno, el purgatorio y el cielo y, seguramente, la siguiente vida. ¿No se trataba todo de esto? De seguir cayendo de manera interminable, de manera infinita, en su propio abismo y en el abismo que para los demás no parecían reparar: hay gente que está peor. Sin embargo, creía que ninguno podía estar peor de lo que uno mismo podría estar, cada uno es su propia varita medidora y era imposible medirse con la de alguien más. Al menos, si no imposible, sin sentido. Pero justo cuando llegaba a ese punto, a ese momento donde el nonsense se hacía presente, tomaba el vaso old fashion y le vertía un poco de ron, un poco más que en el último trago, para después agregarle refresco de manzana. Dos tragos más tarde el vaso estaba vacío, su vida también. Tenía cuatro paredes, y quizá lo que le hacía falta era perderlas a todas, y eso le asustaba, a veces sus palabras escritas se volvían una profecía que terminaba autoinflingiéndose y autocumpliendo, a veces también sus palabras orales tenían el mismo efecto; una vorágine que se lo seguía tragando para llevarlo al punto en el que ni siquiera lo podría escupir. Beber, beber y beber, y entre trago y trago una bocanada de humo, por si el alcohol no servía de mucho o de suficiente. No era la intención matarse de golpe, prefería hacerlo poco a poco, la razón era sencilla, no tenía miedo a la muerte, tenía (le costaba aceptarlo) esperanza, la creencia de que en algún momento las cosas mejorarían y terminarían por llenarlo de sonrisas, y no quería no estar, dejando que fuera demasiado tarde, que la vorágine también se aplicara a otros aspectos de su vida, porque, dentro de todo, había tenido buenos momentos y era por esos buenos momentos que tenía la intención de esperar a que pasaran unos nuevos que se parecieran a los viejos. Entonces regresaba al alcohol,  pensando que el alcohol tenía un poco de esos recuerdos, algo de esos viejos tiempos, algo de esas promesas, de un futuro, tan incierto como amanecer al día siguiente. Y entonces lo que hacía era escribir, seguir escribiendo, usar esa tercera persona impersonal disfrazando la ficción con la realidad, dejando la duda de si lo que escribía era algo sacado de su mente o de su vida… esperado que alguien más dudara, siguiera dudando como dudaban los otros, de que lo que pasaba fuera un cuento, una historia para divertir a los lectores: un ellos, una nueva tercera persona, un plural que los englobara de manera anónima, mencionado sus propias ficciones y sus fantasías.

jueves, 12 de junio de 2014

Sin título orgásmico

Ella tenía un culo hermoso, era un culo al que de repente le salían granitos, y que tenía estrías, era un culo que mostraba cierto grado de celulitis. Como si un culo liso fuera algo natural; ni las actrices culonas como Scarlett Johansson tuvieran culos tallados en mármol. Ella tenía un culo hermoso, con finos pelitos y una piel firme, apretado, tan apretado que le dolía cada vez que la penetraba. Hay quien dice que el dolor se va con las reincidencias, pero a ella nunca se le fue, sin embargo aprendió a volver el dolor en placer, en gritos constantes que la llevaban al éxtasis, el orgasmo inevitable que empezaba con lamidas a los vellos que le rodeaban el ano. El sabor no era feo, sabía a piel, era un sabor real, y no el de las fantasías producidas por los videos porno que pululan en la red. Era un sabor dulce, como el de sus pezones acres, como el de sus senos, como el de su espalda, como el sabor que tenía toda su piel, incluso con el olor a jabón que tenía al llegar a mi cama y me contaba en secreto que se había bañado antes de verme. Que había lavado su piel blanca y tersa sin pudores, o al menos con pudores desvestidos. Esa piel sedosa, jovial, que pedía mi lengua en sus nervios, que pedía ser estimulada por la húmeda caricia de mi saliva y sus labios, y para sus labios, y en sus labios. Y entonces me regalaba unos gemidos que confirmaban un buen trabajo. Y entonces nos volvíamos pegajosos a la piel del otro, cálidos, húmedos y pegajosos uno para el otro; implosionando en su cuerpo con un orgasmo que la dejaba abatida durante unos minutos satisfecha donde, al recuperar el aliento, pedía nuevamente más, volviéndose una fuente, una pequeña fuente en mi cama, mojando las sábanas, las cobijas y el colchón. No había nada más en el mundo que no fuera ese momento de éxtasis, de explosión primigenia que hacía nacer al mundo en su boca y en su mirada, y en sus pulmones, a través de suspiros que nos daban la ilusión de ser uno, al menos por un par de segundos.

Carta no entregada a una niña que me quiere o me habría querido

No es que sea realmente tan malo, tampoco es que esté tan roto. De igual manera mentiría si dijera que estoy completamente bien; sin embargo, todo se trata de una especie de prueba (no sé por qué pongo pruebas, pero sé que es la única manera de acercarme a ti). Si dijera que todo está bien, que soy el tipo que esperas, el sujeto inteligente y carismático que crees que soy (porque no soy ni inteligente, ni carismático), las cosas no valdrían la pena. Hago esto por una razón: si quieres estar conmigo me gustaría que lo hicieras en los momentos que tienen un poco menos risas de lo normal. Que vieras los peligros por los que transito, esos momentos de humo y alcohol que me llevarán a malos ratos (e inolvidables, e invaluables). Porque estar con alguien en los momentos buenos no tiene ningún mérito, todos pueden estar a lado de alguien mientras el aire huele a rosas y sexo, a mañanas y desvelos, a risas; pero estar con alguien cuando lo único que tiene es úlceras, y pus, y dolor, un hedor a vómito matutino, a dientes podridos como sueños, ahí está lo difícil. Estar con alguien que ríe siempre es más fácil que con alguien que siente el dedo de dios cazándolo para darle una buena aplastada: el olor al culo roto por ángeles guardianas que no saben hacer otra cosa que sodomizar a cambio de sus favores de protección. Estar con alguien en los momentos jodidos, no es lo mismo que estarlo siquiera en los malos ratos... por eso, siempre que me buscas hablo de más, no soy sutil al aceptar tus invitaciones, advierto de antemano que las aceptaré con la intención de apresarme a tu par de labios finos, a tus caricias, a tus ojos, advierto aceptar esas reuniones de ansiedad cabrona donde no sabré hacer otra cosa que meterme en tus brazos. Sé que eso te alejará, que impedirá que me mandes un mensaje durante semanas, que te hará pensar en la distancia. En realidad no quiero que te alejes, sé que me alejé yo mismo, pero lo que realmente quiero es que me preguntes a qué me refiero cuando digo que hay cosas que no deseo mencionarte para evitar que te preocupes; por eso no te digo que bebo más y fumo mucho, porque no quiero que llegues a mi casa, que te aparezcas de repente y me digas: tranquilo, he venido a salvarte, y me abraces, y me metas en la cama, para que después de cogerme solo me vuelvas a abrazar. No le digo a nadie esta problemática, porque también me asusta que estés, que realmente estés y te preocupes, y me apoyes de verdad y, entonces, no tenga más opción que llorar, y seguir llorando, de tristeza, de soledad, de compañía, de arrepentimiento, de ayuda y gratitud. Por eso no quiero decir nada, no quiero que estés, no quiero tu cercanía, no quiero hundirte en mi agujero, porque es mío, es un hoyo que he cavado y al que le tengo aprecio pues es verdaderamente mío y sé que no me dejará nunca.

Un minuto de silencio porque no sabes nada

No digas nada
no sabes nada de la vida
si no has terminado
en una cama
tirado por semanas
con el corazón roto
porque te lo hicieron mierda
si no has terminado
tirado en una cama
porque alguien que querías
se ha ido
si no has terminado en una cama
porque estás enfermo
solo
abandonado
no sabes nada de la vida
si una ventana no ha clamado tu nombre
por días
por semanas
durante todas las noches
no sabes nada de la vida
si aún tíenes sueños
si aún vives a la espera de un mañana
si piensas
de manera certera
que amanecerás
que la noche no te comerá
las entrañas
los dedos
las ideas

no sabes nada de la vida
si no has tenido otra persona
con quien hablar
que no sea la del espejo
la que está en un asiento vacío
si no has platicado con tu sombra
si no has dicho
a los vientos
y la soledad
que se vayan a la mierda

no sabes nada de la vida
si no sabes
lo que se siente ser seducido
por las navajas
o la cuerda que cuelga del cortinero
si no has recogido
de la basura
los fragmentos
de las sonrisas
llenas de recuerdos
sin las charlas de amigos que se marchan
en el fondo de un vaso
si no has sabido
la inmensa ansiedad que causa
pensar en que todo el alcohol del mundo
no es suficiente
para aguantar las lunas
y las nubes
y los cigarros
que acompañan
días y días
y noches
madrugadas
que te dan ámpulas en los pies
por compañía

no sabes nada de la vida
si no has sobrevivido
la carcajada vacía
de una voz que no reconoces
y que te dice
no sabes nada
de la vida

martes, 3 de junio de 2014

Poema

SOLEDAD

Y poco a poco
lo amargo
comenzó a saber dulce
como la memoria
la cerveza
y el dolor

Por ahí... un poema


No hay consciencia social
para un poeta al que no le queda
     ni un pedazo de sí mismo
       al que asirse
que vive en una orfandad
humana
     donde sólo hay maestros
y Borges, y Baudelaires, y doctores
     honoris causa              Nobels y Cervantes
que le dictan para escribir
   legiones de reglas
      tablillas que pesan
         en el alma
       los dedos 
        y hasta la tinta
No hay consciencia social
en un poeta
       que recurre a las musas
de ubres secas
                violadas
     por Hemingway y Bukowski
y se compra dos cervezas
que acompañen la noche
para platicar consigo mismo
y con todos
    fragmentos de un mundo
que cada vez está más roto
cada vez más fragmentos
espejos que lo devoran
y le vomitan
      sonrientes
imágenes rotas
     una tras otra en un dédalo quebrado
que no deja de vomitarle
su no pertenencia
su estado ajeno
    a un mundo
      de gatos
de inmediatez completa
que satura una soledad
acrecentada
      en más espejos
de letras
    de otros

que no paran de gritar:
Estás solo
¡Estás solo!
¡Estás putamente solo!
Y roto
y solo
y cada vez más roto
y cada vez más solo

lunes, 2 de junio de 2014

Me muero

No sé si la cirrosis
o el enfisema
o la soledad
o algún virus raro de gato
no sé si la calvicie
o la nostalgia
o la tristeza
o la añoranza

no sé si los deseos
las fantasías
la nicotina
o el alcohol
(o la repetición)
o los teXXXtos

no sé si los corajes
o los riñones
o los sueños
o las pesadillas
o el hambre
o el desvelo
o la realidad
o la vida

o hasta la misma muerte
o hasta la puta muerte
o hasta la chigada muerte
o hasta la muerte
a secas
sin adornos
sin adjetivos
sin nada
desnuda
agarrándome
a medio sueño
a media paja
o a media esperanza
en total abandono
a pelo
al chingadazo

al frío
(o al infarto)
al abandono
(o al cáncer)
al olvido
(o a la embolia)
al adiós
((o al sarcoma)
al perpetuo adiós
( o a la chingada
bien y bonito
a la chingada)