miércoles, 11 de diciembre de 2013

Fragmento aleatorio de una novela

Qué tal. Hace un ratito que estoy ocupado y no he tenido la agradable posibilidad de seguir llenando bytes del ciberespacio con mi basura. Pero aquí les dejo algo fresquecito, tiene menos de 24 hrs. de que me salió.
Saludos.

¿Qué somos?
Pues yo soy niño y tú niña

¿y qué más?
personas

¿viajeros?
Caminantes. Trotamundos, soñadores. Lo que tú quieras

¿y somos también aquella playa?
Somos esa playa de aquel día
esas olas
esa arena
esa salada comezón que rosaba en las piernas.

¿y esa luna?
Claro, y esas estrellas
y esas gotas gordas que nos empaparon

¿y las gotitas?
¡y las gotitas!

Pero se secaron
Y así nos secaremos nosotros.

Yo no quiero secarme, quiero ser algo que no se seque.
Todo se seca; el sol seca, el viento seca. La vida seca.

Quiero ser algo que no se seque.
Todo se seca.

No todo, esa playa y esa luna no se han secado.
¿Cómo sabes que no está ya seca?

Porque tú y yo nos acordamos. No dejes que me seque.
¿cómo?

Con un nombre, llámame con un nombre que no olvides, pero tampoco recuerdes de nadie más si lo oyes. Que al escucharlo nada más puedas evocar mi cara y mi cuerpo; un nombre que no se pondría nadie más.
¿Qué nombre?

Llámame Lilith.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Divagaciones decembrinas

Todo sigue demostrando que cuando quieres algo, tienes que aguantar. Esto es lo más trascendental, pero no es lo único. Después de un año de intensa escritura, me he dado cuenta que hay que tener mucha paciencia, seguridad en uno mismo y, sobre todo, la maldición de no poder hacer otra cosa. Estoy en un medio rodeado de tantas envidias por parte de colegas, y quizá no tanto envidias, pero sí desinterés: siempre están con la disposición de apuntarte con el dedo en cuanto ven un error, pero rara vez (casi nunca) hacen acto de presencia cuando se acierta. El problema realmente es que no se puede saber si hay aciertos reales en las cosas que uno escribe, y termina jodido. Aquí no hay (por lo menos hasta el momento) faro, boya o banderita que te diga: ahí vas. Solo hay algo que realmente sirve. Seguir haciéndolo; iba a decir "seguir intentándolo", pero no se trata de intentar, es algo que padeces, escribir es un padecimiento, una suerte de enfermedad crónica y mortal, que carece de antibióticos, el que escribe sencillamente no puede dejar de hacerlo, y se da cuenta de que no puede, porque aun después de recibir críticas desfavorables, sigue haciéndolo, más que necio: condenado. El sentido común ataca, te dicta: busca un trabajo, consíguete una novia, haz una familia; y el que escribe, por más que considere un acierto la vocecilla del sentido común, no puede hacer nada. Se sienta y lee, y escribe y piensa qué más cosas tiene que hacer para escribir mejor. Sabe que en el intento se está jugando la vida, medio come, medio duerme, medio vive en este mundo para medio vivir en otro... pasa el tiempo y es consciente de que cada vez está más viejo y cada vez será más difícil encontrar un trabajo que tenga una remuneración decente, y lo único que puede hacer es seguir escribiendo.

Bukowski decía que la soledad es un regalo. Mentiras de un borrachín que violentaba con el uso de un lenguaje soez y escatológico. La soledad es una elección, siempre lo he pensado y lo sigo comprobando, uno prefiere ponerse a leer y a escribir, a pensar, que a dejarse seducir por alguna chica que no solo le lanza los perros, sino que además le avienta los calzones todavía calientes; claro, quizá tenga que ver con el hecho de que no hay realmente una chica con la que me llame la atención tener algo, quizá llegue alguna, y ahí, mi elección de la soledad se corroboraría... pero me conozco, por ello necesito seguir escribiendo, seguir mejorando, seguir aprendiendo cómo escribir, cómo imaginar, cómo crear sin "inspiración", cómo usar lo que aprendí mientras estaba solo. La soledad, hace mucho que dejó de ser un peso, ha sido una herramienta más, una compañera de loqueras y locura, para patinar por la ciudad mientras mienta uno madres por tantas calles cacarizas, que se comen poco a poco mis ruedas, o llenas de piedritas que te frenan de golpe, o alguno que otro imprudente sin cultura vial al que quieres esquivar y termias estrellándotele, pero igual aguantas, aunque te caigas, aunque te duelan las piernas, aunque sientas que puede aplastarte cualquier imbécil en cualquier momento; no hay mucha diferencia de la escritura, sigue siendo un acto suicida disfrazado, jugando al borde de la línea, esperando el momento en que te caigas al precipicio o llegues a lo seguro, a la roca maciza que desde hace mucho tiempo me ha augurado mi asesora, una mujer a la que vale la pena creerle si ha formado y asesorado a escritores desde hace más de treinta años.

Pero qué más da todo eso. Entre soledad, locura y aguante, lo único que me queda es seguir escribiendo, esperando que la vida me sorprenda un día, con alguien por ahí... con alguna buena noticia por allá. Debrayes, para no distraerse del fauno (séfiro, o la chingadera que fuera) que dijo al rey Midas, que lo mejor que podría desear es no haber nacido, pero como ya estaba hecho, lo siguiente era morir cuanto antes. Círculo vicioso, por escribir uno se junta con su locura y su soledad que siempre le andan coqueteando a la ventana del cuarto piso y, sin embargo, es la misma escritura la que impide que la ventana se vuelva tan atractiva; juego de ilinx que parece seguro porque uno se esconde detrás de una hoja para jugarlo, pero la hoja en blanco siempre es potencia de cuento, de poema, o de nota suicida.