jueves, 24 de diciembre de 2015

Nochebuena spoiler

Día de mierda
Mes de mierda
Año de mierda
sí, lo sé, no todo es blanco o negro
pero eso no le quita lo mierda
fin del comunicado

sábado, 31 de octubre de 2015

llorar


Arder en frío
no por fricciones
sino por distancias
no en fogata
no en el pecho
arder en mar
en la garganta
arder sin luz
en silencio
en los ojos
como si se tuviera el infierno
en los lagrimales
y aun con tanta humedad
seguir ardiendo

viernes, 2 de octubre de 2015

2 de octubre... sigue sin olvidarse

A propósito de los fines del mundo... hay por ahí una serie de memes qe difunden la imagen de: "sobreviviste al fin del mundo del 2000, 2006, 2012, 2015". Es curioso, el mundo siempre se está acabando. Hace como siete años me quedé en casa de la que sería una gran musa y la experiencia fue fantástica, precisamente un dos de octubre, precisamente después de una marcha a la que llegué por accidente, precisamente cuando ya andaba en casa (cuando vivía con mi madre) y cuando aún existía messenger; quedé viciado de las caricias en el cabello y la actitud déspota reparada con los apapachos oportunos y suministrados bajo control riguroso.

Unos años después, un 24 de diciembre (sí, lo sé, malditas fechas), comenzaría una historia mágica, loca, humana... boy meets girl, una chica que ni siquiera estaba en el país, pero que llegaría poco tiempo después y que se quedaría sólo durante un lapso de casi tres años (dos y nueve meses para ser más preciso). Ella partiría justamente un 2 de octubre; pocos días antes habría de partir un trailero al que quería mucho, y en pleno desajuste emocional el desastre: no volvió (y estoy seguro de que, al igual que él, no volverá nunca más). El fin del mundo llegó a mí un 2 de octubre del año en que los mayas habrían predicho su propio término de era.

No fue fácil, tardé años en reponerme a los estragos del cataclismo; me hice mierda todo el tiempo que pude, y nunca quedé igual. Las heridas cerraron, pero aún hoy estoy tullido, caí desde el cielo y sobreviví... <> diría alguien por ahí, y sin embargo lo fue. Aquella mujer que se volvería en mi más grande inspiración se llevó todo y me dejó nada, y como lo haría la civilización ante un apocalipsis, empecé a construirme de cero. Varias veces el abismo me seducía por las noches (a veces lo sigue haciendo), como las sirenas a Odiseo, y me yo tenía ganas de saltar desde mi barco hacia las vías del metro. Sin embargo me sobreviví, logré vencer a las sirenas aun cuando sus cantos retumban en el eco. No sé qué me salvó, ni por qué razón, ni durante cuánto tiempo más. Pero sé que nada será igual desde ese momento, sé que nada ha sido de la misma manera, y estoy seguro de que eso no cambiará. Un 2 de octubre que no se olvida y que no dejo de tener presente para saber que el mundo, a veces, sí se acaba...

(Y, peor aún, se sobrevive)

martes, 22 de septiembre de 2015

Yo, conmigo en el trabajo.

--¿Sabes, viejo?, yo sé que no tengo por qué importarle a nadie. Estoy acostumbrado a que en el sema no te miren y si te miran te vean feo, como si les fueras a pegar algo. Digo, sé que no toda la gente te mira de esa manera pero, ¿alguna vez te has preguntado si alguien de los que te ven se acuerde de ti después? ¿Crees que alguien lo haga? No les importamos y está bien, no tenemos por qué importarle a nadie, no somos el asunto de nadie, pero... ¿sabes? En verdad me gustaría tener a alguien a quien importarle de vez en cuando...

lunes, 21 de septiembre de 2015

Ayer, hace tres años...

Ayer, hace tres años de aquella época: el comienzo del fin... ayer, a tres años... sigo sin poder salir del todo de ahí.

lunes, 7 de septiembre de 2015

TRISTIA Capítulo 0

Aun hoy, a un año de que ella decidiera marcharse, su nombre le sigue quemando en la lengua. En aquel entonces la carretera a las costas nayaritas se había vuelto muralla; una muralla de curvas y tierra entre él y el destino; una muralla de arena y espuma que, además, se habían vuelto cobijo.
Pero él no piensa en ella ni en eso; no por el momento. Fuma un cigarro. Dentro de poco aparecerá su hermano: Caín. Lo sabe. Mira sin mirar las paredes que otrora albergaban risas y reclamos, ahora humo y silencio, y recuerda.
Acaricia en la memoria la familia de seis que solía tener: los dos hermanos separados por algo más que siete años, las tías gemelas, la abuela y las profecías. Después la abuela los dejaría en cinco y más tarde pasarían a ser dos: él y los otros.
El día que decidió alejarse de todos también estaba en esa misma ventana en la que ahora fuma, acariciando el mismo recuerdo en el que la abuela aferraba las manos cadavéricas a un tubo de papel lacrado: cuánta solemnidad en el detalle que, si bien no le ponía los pelos de punta, sí le generaba una especie de malestar en la panza y en la nuca.
Odiaba las profecías, las había odiado toda su vida, y que de pronto, aquel ser a quien su propia calavera le iba comiendo cada vez más el color y los ojos y los párpados, decidiera terminar su estancia física dejándole un regalo de ese tipo, se le hacía el colmo de la burla: como era natural en ella, no podía irse sin joderle más las cosas, dejarle anidando entre letras un último ave de malagüero.
Hacía mucho tiempo que la matriarca estaba imposibilitada para proferir oración alguna que no fuera interrumpida por tos o jadeos, pero la fuerza dejó de socorrerle en los dedos hasta después de mucho tiempo, dejándole las manos libres para su cometido; era seguro que lo sabía, si sabía cosas de las demás personas, era inevitable que supiera lo propio. Así que había escrito y lo había guardado como regalo funerario en el lecho de muerte iluminado por velas.
¿Y qué es lo que él pensaba en esos momentos? Maldecía, seguro y seguido maldecía, maldecía tener oídos sanos con los que pudiera escuchar, y maldecía tener ojos con los que pudiera leer. Porque siempre había algo por ahí, una tía o la otra, o la abuela, dispuestas a decir algo. O este caso, a entregar algo. Maldecía hasta la nariz que era capaz de oler en esos momentos el olor a cera, ese aroma a viejo; a eso olía su futuro: a pasado, al aroma de la cera y el de la palma, esa palma bendita que la abuela encendía cuando alguna tormenta arreciaba; esa palma y el humito y el aroma, cera y palma , y los rezos (Glorifica mi alma al Señor...), aquellos rezos que decía la abuela mientras intentaba controlar la naturaleza con humo y palabras (...cuya misericordia se extiende a todos cuantos le teman...) . ¿Por qué tenía la abuela esa necesidad de que todo fuera controlado por ella? (...disipó el orgullo de los soberbios trastornando sus designios...) Por eso se sentía decepcionado de las tormentas cuando bajaban su intensidad después de los rezos, sentía que la escuchaban, la obedecían. ¿Por qué no podía dejar la abuela que las cosas sólo siguieran su curso? (...desposeyó a los poderosos y llenó a los humildes...) Que dejara durar a la tormenta su tiempo, aunque la casa cayera a granizos, y el agua entrara a borbotones por las coladeras, y tuviera que remar con escobas la lluvia a la salida (...y así nos libre de accidentes, huracanes, tornados...). Pero la lluvia siempre cedía, se aquietaba en chipichipi ante los rezos y los movimientos en cruz y la ascendencia del humo (...rayos y de todo mal...); salvo una vez… aquella vez de niño en que con coraje y odio hacia la abuela, susurraba que la lluvia no pararía, que seguiría hasta que descargara lo que tuviera que descargar (...Bendito sea Dios en el Santísimo Sacramento del Altar...). Pero de aquello ya no se acordaba, había olvidado su victoria entre todas las derrotas (Amén.). Y sólo le quedaba pensarse marioneta: el muñeco sodomizado del destino.
Por eso no quería leer el contenido del tubo, no quería saber del lacre ni del papel que eran su caja de Pandora. Pero no podía quemarla, romperla o hacerle cualquier otra cosa, algo dentro de él lo impedía: la curiosidad de abrirla cuando fuera el tiempo: ya viejo, ya en el lecho de muerte: ya cuando todo hubiera acabado. Por eso había decidido dársela a guardar a su hermano: La curiosidad dejó de existir o, al menos, de hacerse presente.
No había necesidad de recordar tal profecía cuando siempre habían algunas desperdigadas en la corriente de aire por la que él pasaba. Y en una de esas ventiscas de palabras se enteró de la pérdida de su amigo y el abandono de su novia: hechos que lo afianzaron a la certeza de los oráculos, que lo llevarían a la decisión de restringir, lo más posible, las relaciones con todos.
La única profecía que le había gustado en verdad, más que condena, le pareció revelación: se dedicaría a la literatura. Pasaba los días leyendo, buscando ahogarse entre los mares de letras por los que pasaba y en los que pasaba los días, las horas y hasta los meses. Iba a dar clases a la escuela y de ahí a su casa y de su casa a la escuela. Olvidando lo que era mirar al cielo, quizá era lo mejor para él, porque, a veces, en el cielo llovían estrellas, de ésas que suelen cumplir deseos. Aunque, si lo hubiera visto, no habría sabido qué pedir, aun cuando muy dentro lo tuviera claro: ella no dejaba de aparecer, escondida y a cuentagotas aparecía, unas veces callada en un aparente olvido, otras en el momento preciso por el que pasaba el recuerdo.
Desde su temprana adolescencia soñaba con ella. Aparecía en un parque que conoció muchos años después, pero que, para ese entonces, ya no reconocía. Con un camisón transparente que se ajustaba a las curvas de sus senos resaltando sus pezones. Ella estaba sentada, arrancando hojas de pasto, mientras él la miraba desde la distancia. Se le hacía muy bella. Pese a que su sueño era en blanco y negro, él sabía que la piel de aquella chica era clara, no blanca, pero clara. Su cabello no era rubio, pero sí de un castaño más dorado que café. Sabía también, confundido por el mundo onírico, que su olor era a otoño.
Otoño era la única palabra que encontraba para describir ese aroma que estaba seguro ella emanaba. A maderas y hojas secas, a un atardecer con un cielo en llamas; a calidez. Entonces, mientras él la seguía mirando, ella volteaba hacia él, le sonreía con una sonrisa radiante y oscura. Él se asustaba, seguro de que había alguien más allí, entre las hojas, entre la sombra, esperando. Entonces ella le sonreía con más agrado, extendiendo una invitación reforzada por el gesto de su mano. Después volvía a sonreírle y él, como cervatillo cobarde, avanzaba poco a poco hacia ella. Se detenía mirando a los lados y, aunque él sabía que era él, también sabía que era una especie de ciervo al que podían saetear en el campo abierto: carne de sacrificio.
Había algo en ella que le impedía detenerse; no tenía más intención ni deseo que acercarse a la chica. Aguzaba las orejas y la nariz esperando detectar el aroma, el crujido, la señal que le diera el pretexto para salir corriendo lo más lejos posible hasta que de cervatillo pasara a ser hombre. Sin embargo se acercaba y todo seguía en orden, sólo estaba ella con su mano estirada, con su sonrisa amplia de otoño arrebolado.
Cuando estaba al alcance de la mano de la chica, retrocedía, se quedaba quieto, expectante al sonido de la cuerda tensándose, o el clic metálico del martillo de un arma. Entonces ella se acercaba y él se daba cuenta de que ya tenía la caricia en el mentón y nunca había sido nada más que humano; entonces ella depositaba su mano en la mejilla y le acariciaba con el pulgar la piel entre el pómulo y la nariz, haciéndolo sentir protegido, privilegiado, inmune. 
Con el paso del tiempo el sueño se fue marchando; a veces regresaba con algún nuevo dato, una imagen extra. Pero cada vez que aparecía lo hacía para irse por más tiempo. Las últimas veces que el sueño lo visitó, todo terminaba cuando se tocaban los labios y no había tiempo ni para saborearla un poco con la lengua, ni para la saliva, ni para los mismos labios; a penas un roce, una prueba de éxtasis, de comunión sacra con un mundo ajeno y lejano. Tierra y cielo se unirían en un periquete entre truenos y rayos y lluvia.
De la tibia espuma brotaba un cuerpo lozano y sedoso, lo etéreo se había vuelto sustancia, y por un instante todo era eterno: el limbo entre ósculo y beso, la mera caricia de labios, el toque efímero entre belfos que al juntarse los separaba: el despertar infame de un día soleado.
Cuando llegaba a pasar, detenía su mundo. No salía de casa, ni de cama. Se quedaba guardado bajo las cobijas, no a la espera de capturar de nuevo el sueño (hacía mucho que había perdido la esperanza de lograrlo), sino de reunir las fuerzas, supurar la ponzoña: expeler maldiciones, amenazas y reclamos. Sentir nuevamente la seguridad del vacío de su casa, la protección de sus paredes, del techo, hasta que pudiera regresar a sus viajes de la casa a la escuela y viceversa... hasta que ella fuera olvidada y volviera a aparecer.
En el último par de avisos que tuvo de ella incluso pudo escucharla. Mientras la veía a los ojos, uno de un color y otro de otro, con voz sedosa que lo acariciaba, ella le decía que él no era su propio dueño, que era de ella, pero que aún no era el tiempo. Con los años, ella se escondió en el umbral de la cabeza; desde ahí lo acechaba y quizá, si hubiera salido esa noche a mirar el cielo, ella habría aparecido nuevamente, y nuevamente lo hubiera hecho como deseo de aparecer. 
Quizá ella habría aparecido de todas maneras, quizá por obra y gracia del tipo a oscuras que desde la calle lo miraba, como si con esa mirada pudiera atravesar paredes y puertas; o quizá por las estrellas, o por conjunción de las tres. Pero no apareció de inmediato. Primero vino una llamada telefónica. Era imposible que fuera alguien más que su familia. Aquella familia que formaba el grupo "los otros". Aquella familia que lo conocía dentro de lo que cabe, y hasta donde él había podido hacerlos permanecer a raya; una raya que si no era violenta sí contundente. Por eso, la voz femenina le instó a que no colgara el teléfono, a que aguantara al menos lo necesario  para escuchar lo que le debía de decir.
Se trataba  de un trabajo, se había abierto una plaza para profesor de literatura en una preparatoria pública, la misma preparatoria a la que asistía su hermano Caín, la misma prepraratoria donde conocería a aquella joven de ancas macizas, y ojos dispares. Aquella chica que durante mucho tiempo también fue olvidada en el umbral del mundo onírico y el de la vigilia. Aquella chica que en ese entonces y durante muchos meses careció de nombre. Aquella, la única capaz de hacerlo regresar la vista del suelo al horizonte.
Así fue que, cuando todo había ocurrido y él regresaba a casa, mientras veía sus paredes vacías y llenaba de humo su sala, oscurecida, y en compañía silenciosa de aquella sombra, esperaba a Caín. Sabía que su hermano llegaría en cualquier momento y sería justo entonces cuando las cosas empezarían a cambiar. Aquella pared que era el destino y que no había terminado de caer nunca, por fin empezaría a tambalearse. Todo lo que tenía que hacer era esperar, aguardar el momento justo para que todo acabara. El fin de las profecías, y de aquella vida de otro tiempo que le llegaba por oleadas a la memoria. Aquella vida que había empezado casi tres años atrás, cuando ella había llegado a casa y que había terminado hacía un año en las costas de Nayarit, dejándolo con la duda y el abandono y el odio.
Ahora prende un cigarro más y es imposible que, entre tanta nube, no pueda recordarla a ella. La recuerda tal como llegó, en algún punto límbico; entre la duda y la certeza. No sabe si fue algo que vivió o decidió inventar, como consuelo de antes de su llegada o de cuando ya se había ido. Pero puede verla con claridad, pese al año de distancia. Con la sonrisa y su piel clara, y también escucharla meliflua y nítida. Pero es todo lo que hay, sólo puede verla y escucharla, como si estuvieran en un inmenso fondo blanco, donde no hubiera nada más.
—¿Qué somos?
—Pues yo soy niño y tú niña.
—¿Y qué más?
—Personas.
—¿Viajeros?
—Caminantes. Trotamundos, soñadores. Lo que tú quieras.
—¿Y somos también aquella playa?
—Somos esa playa de aquel día.
—Esas olas.
—Esa arena. Esa salada comezón que rozaba en las piernas.
—¿Y esa luna?
—Claro, y esas estrellas y esas gotas gordas que nos empaparon.
—¿Y las gotitas?
—¡Y las gotitas!
—Pero se secaron.
—Y así nos secaremos nosotros.
—Yo no quiero secarme, quiero ser algo que no se seque.
—Todo se seca, aunque brinques; el sol seca, el viento seca, la vida seca.  
—Quiero ser algo que no se seque.
—Todo se seca.
—No todo, esa playa y esa luna no se han secado.  
—¿Cómo sabes que no está seca?
—Porque tú y yo nos acordamos. No dejes que me seque.
—¿Cómo?
—Con un nombre, llámame con un nombre que no olvides, pero que tampoco te recuerde a nadie más si lo oyes. Que al escucharlo nada más pienses en mi carita y mi cuerpo.
—¿Qué nombre?
—Llámame Lilith.


miércoles, 2 de septiembre de 2015

EL APELATIVO

--Shhh. No digas ese nombre.
--¿Por qué?
--No es bueno despertar a los muertos.
--¿No estás siendo un poco dramas?
--Si tú dices...
--¡No jodas! ¿Qué se supone que significa eso?
--Lo dicho.
--¡Cómo pudiste!
--No podía seguir así.
--¿Así cómo?
--Así, berreando como sirena de ambulancia en las noches, deslumbrando a gritos la madrugada, mirando por las ventanas, buscando... Era cansado. Era desesperante. Era cruel.
--¿O sea que le asesinaste por compasión?
--No puedes asesinar a algo que no ha estado vivo.
--Pero lo hiciste, le asesinaste.
--¿Y qué esperabas? ¿Querías que le siguiera mintiendo, que le contara historias, cuentos de hadas, que le dijera que las cosas siempre pueden mejorar, que si cree lo suficiente sus deseos se cumplirán?
--¿Preguntaba por mí?
--No hacía falta, siempre estaba recordando todo lo que habíamos hecho, cómo jugábamos con las almohadas antes de dormir y cómo nos espantábamos cuando se iba la luz y cómo un día, entre bromas, había surgido...
--¡Vaya! ¿En serio lo has hecho?
--...
--No tenías derecho, también era parte de mí.
--¿Qué querías? Dijiste que no ibas a regresar.
--¿Y no me conoces... me conociste lo suficiente?
--¿Sí?
--¿No? Lo sabías, sabías que iba a volver. Si no qué haces aquí ahorita; por eso no me dices nada, no haces preguntas. Lo sabías.
--...
--Tu frialdad, tu distancia... Le extraño.
--....
--Te dije, le tuve que matar.
--¿Entonces por qué estás aquí?
--También le extraño.
--Cari...
--Shhh, deja a los muertos en paz.

viernes, 7 de agosto de 2015

Desviaciones mentales

Todas las decisiones que he tomado a lo largo de mi vida me llevan a este momento, un momento parecido al de la semana pasada, y al del mes anterior... al de hace medio año, al de hace un año y medio... Sí, las cosas cambian: engordo, enflaco, río, lloro, sonrío, leo un libro nuevo, sí, todo cambia: termino una novela más que no será publicada, así como no ha sido publicada la anterior, ni la anterior a ésa, y quizá tampoco sea publicada la que viene a continuación de esta que estoy haciendo. Hay un ron nuevo, o hay cerveza, llueve, o hace frío, o hace mucho calor, o sólo está nublado y fresco. Todas las decisiones me han llevado a este momento: estar a solas, escondido, atrapado en mí mismo y en el vacío de la no compañía, en estar sin familia o sin pareja, o sin amigos al lado, sin mascotas  ni visitas. Solo, del verbo "soledad, te jodiste", conjugado en presente perfecto: "trágatela entera", con opción a un futuro: aviéntate por la ventana ahorita... todo lleva a ese presente perpetuo en el que tarde o temprano llega la incidencia de la pregunta: ¿por qué no me he aventado? y más importante aún: ¿Por qué no me aviento ahorita?

viernes, 17 de julio de 2015

Allá arriba el cielo azul

Allá arriba
el cielo azul
azul cielo
grisáseo
se va oscureciendo
acá abajo
la calle se va llenando de noche
de luces blancas y amarillas
de pesadas latas sobre el asfalto
que murmuran a alta velocidad su lejanía
las banquetas titilan
el eco cansino de unos zapatos negros
el goteo acallado cotidiano
acá adentro
la música de una fiesta cercana
no llega
ni el borboteo
—glup, glup—
de los vasos o las copas
ni el calor etílico
aquí adentro
el frío
la noche
el sueño

sábado, 11 de julio de 2015

Cumpleaños

Hace mucho pensaba que éste no era un día tan bueno. Después empecé a pensar que era un día de mierda... hoy dudo que pase algo que lo haga cambiar... aunque siempre puede empeorar.

viernes, 3 de julio de 2015

Aquí no pasa nada

Estamos escribiendo
lo cual significa que aquí no pasa nada
a fuera llueve a ratos
y a ratos el agua se calla
sale el sol
sale la noche
en algún lugar alguien se enamora
por primera vez
para siempre
por allá, lejos, alguien es "silenciado" extraoficialmente
un abuelo se despide
a alguien le da un paro cardíaco
por ahí alguien descubrió
por primera vez
cuánto dura el amor eterno
alguien nace
y algunos cuantos buscan crear vida en una cama
se apaga una estrella que sólo la NASA sabe que existe
aparece una nueva nebulosa de diecisiete dígitos
Aquí adentro
en un quinto piso
la vista al suelo tiende a hacerse bella por las noches
y la cornisa es el mejor sitio para mirar el cielo
el desastre ha mudado de piel tres veces en la semana
el polvo se come los libros
le tinta de mi pluma se evapora en su cartucho
las navajas se marchitan
en silencio
como el colchón
y la comida
y el ruido
y el ánimo
como los días
todos los días
aquí no pasa nada

lunes, 22 de junio de 2015

Reminiscencias

Bajé al mundo de los muertos otra vez
a mirar mi cuerpo cansado
en la orilla hecho añicos

Y yo que otrora había sido sonriente
y la felicidad me recorría entero
do quiera que iba

no me queda más que sombra
que se recuesta durmiente
en la oscuras arenas

Ya los ojos cascados
ya la sonrisa vieja
ya el ánimo marchito

ya toda cama sabe a lecho
y poco importa a la lengua
el manjar o la ceniza

Ahora todo sueño
sea despierto o dormido
es pesadilla

Ahora todo día
no deja de ser
otra cosa que agonía

Y así fenece lento lo ya fallecido
ahogándose los ojos y la garganta
por mirar las playas en la memoria
alejarse

lunes, 1 de junio de 2015

Antídoto


--En la mayoría de los casos se siente como si mataras a alguien.

--¿Alguna vez..?

--No, viejo, cómo crees. Pero supongo que así se debe sentir. Después de eso, bum, no hay marcha atrás. La vida vuelve a empezar para los dos.

--¿Cómo fue?

--Ojete. Una mierda. No hay marcha atrás. Te llenas de poder, y es como si pudieras sentir el corazón palpitando en tu mano y sólo tuvieras que apretarlo para que dejara de latir. Entonces te mira; sabes que lo sabe y sin palabras su mirada te suplica que no lo hagas, y cuando lo haces es como si escucharas cómo se parte. Y no tiene nada que ver con las lágrimas, todo se hace lento, el aire pesa, y la saliva se vuelve densa como si quisiera resistirse a que la tragues. Entonces sólo estás tú y la mirada y la duda. El corazón te late en los oídos y la cabeza se te acalora, y a la vez las manos te sudan pero están frías. El tiempo se alarga tanto. Entonces sólo lo haces, lo dices y con la lengua le atraviesas el pecho. No sangra, pero te juro que el corazón se le para, se detiene como se detiene todo lo demás. Entonces todo vuelve a moverse, te das la vuelta y no miras para atrás. Sabes que después nada vuelve a ser igual, y ambos renacen, pero es al revés: el mundo ya no tiene tantos colores, y todo se siente gris y nublado, pero no llueve, todo es árido y vacío, monótono, ya no hay chispa ante nada.

--Suena como a estar muerto.

--Algo así.

--¡Vaya! Entonces por qué...

--Porque debes y no quieres que nadie más le haga daño. Porque te aseguro que no se puede matar algo que ya está muerto.

domingo, 31 de mayo de 2015

Avergonzado

Tengo un miedo atroz. Entre pesadillas y vagos recuerdos. Rara vez me había arrepentido de algo. Ahora me arrepiento de un acontecimiento pueril. Me avergüenzo de mí mismo y no duermo; tengo cruda de desvelo, tengo cruda moral. Me quiero arrancar el insomnio pero no puedo, cierro los ojos y pienso, y trato de recordar, pero no recuerdo. He decidido no salir más, hasta no ser más que polvo, y entonces no salir sino ser sacado por el viento, en silencio, sin que nadie se dé cuenta.

Pigmalión

Apagué las luces. A tientas tomé las cobijas y poco a poco les fui dando forma, pero la forma era inconsistente, falta de algo más. Entonces rellené de ropa, aquella vieja ropa que tenía guardada en los cajones que no había abierto y por lo tanto no había perdido su aroma. Convencí a mi recuerdo de que así es como debía de sentirse, y pasé mis manos durante horas por aquellas curvas recubiertas de seda. Abracé y aspiré, mientras el sueño me fue llegando. Era un sueño pesado, como nunca lo había sentido; Venus me iluminaba a través de la ventana, y felizmente abracé a aquel sueño alado, a aquel cansancio infinito y oscuro que transformaba al tacto la tela en carne.

Al final ambos, inertes, ya nos estamos volviendo polvo, Galatea.

lunes, 18 de mayo de 2015

De viaje

En su cabeza ya no quedaba un rostro. Sólo características imprecisas: Frente, cabello, ojos, dientes; quizá abstractas: bonita ¿Bonita? Divertida ¿Divertida? Linda ¿Linda? Algunas pasiones: la añoraba, la deseaba, la amaba ¿La amaba?

En los primeros días escuchó por ahí que le dijeron que volvería. Pensó que sería pronto, y cuando pasaron las semanas, ella parecía volver; sin embargo sólo aparecía. Después se iba. Durante un año apareció constantemente, siempre apareció en el anonimato de otros nombres. Apareció en comentarios también anónimos. Él pensaba que volvería, que quizá sólo estaba necesitando tiempo. Después se enteró que se casaba. Quizá eso es lo que necesitaba, pensó él. Juntarse con alguien para que lo extrañara, recibir la dosis de monogamia aburrida que le recordara la vieja monogamia chueca que habían tenido. Poco a poco dejó de aparecer, y él pensaba en alguna mujer que se le cruzaba de repente, pensó una y otra vez que con una y otra sería capaz de conseguir un nuevo paraíso. No era así. Ella apareció más esporádicamente, lo cual lo hacía creer cada vez que reaparecía que era para regresar; no regresaba. A él dejaron de interesarle las relaciones, las demás chicas le causaban fatiga. Tenía fatigados los ojos para mirar más, y tenía fatigados los dedos para tocar otra piel. Le fatigaba hasta la cama, el hueco entre él y el borde que prometía dejar caber a alguien más.

Vino la duda, ¿regresaría? Se habría equivocado aquellos oráculos. Desapareció por meses, casi llegó al año, reapareció en silencio, de la nada, y se marchó. Se había ido; sabía las cosas que tenía que decirle para que se marchara, quizá no segura y no tranquila, pero para que al fin se fuera. Él seguía siendo un imbécil, no al estilo patán, sino al inconsciente, al idiota, al torpe. ¿No, después de tanto, se conocieron? No se había ido en paz, pero se había ido. Se habían dejado descansar. La paz vino al pecho, el alivio. Siguió el paso del tiempo, ella espiaba pero no aparecía. Él empezó a aceptarlo. Era cierto, lo que ella le llegó a decir era cierto. Se había ido desde hacía mucho tiempo, sólo le quedaba el cuerpo en aquella casa, pero se había marchado antes de terminar, lo supo al descubrir algunas cartas que había dejado olvidadas; "él sería perfecto si no fuera él", decía ella. "Quisiera que esto cambiara, pero ya no regresaría". Él lo entendía, y de alguna manera no le dolía, había dejado de dolerle. Había regresado a pensar que era inútil preguntarse qué habría cambiado o si hubiera sabido esas cosas antes ¿habría cambiado? ¿habría importado que cambiara para ella? ¿habrían encontrado otras cosas por las que pelear? Pero ella también lo había dicho, se la habían pasado bien. Sí, se la habían pasado bien. Y ahora ella estaba feliz; se había casado y había encontrado a su pareja ideal, y él... bueno, él se había resignado, a quedarse callado y pensarla de vez en cuando en silencio y en secreto, a no molestarla y había empezado a crecer, había dejado de enfocarse en el amor y mejor lo hacía en sus cosas, en sus proyectos. Leía, investigaba, creaba. Aún no lo sabía, pero en poco tiempo él se iría, se iría para no volver. Se iría a la aventura que da una mochila en otros lugares, su patria sería más grande que su país, y si no era por la mochila se iría en alguno de sus proyectos, pero se iría lejos. A ella le gustaba viajar; dentro de todo también por eso se iría. Pensaría en ella mientras mirara las ventanas y las nubes: Frente, cabello, ojos, dientes, aquellas imágenes que seguirían borrándose con el paso del tiempo... y otras más claras, que se quedaban afianzadas; cosas abstractas como el amor.

domingo, 26 de abril de 2015

Un dolor añejo

Eso es todo
un dolor añejo
que no me deja de doler
en el esternón
en las manos
cuando bebo
cuando hace frío

eso es todo
un dolor añejo
una herida de guerra
que a veces se abre
justo antes de dormir

no es nada
es como el pie fantasma
que sigue picando
una vez amputado

sólo que aquí es la mano
que le falta a mi mano
y que no deja de doler

jueves, 5 de febrero de 2015

Somníferos, por favor, que sea con somníferos.

A veces me ponía a pensar por qué me llegaban momentos de apatía. Cuál era la razón que los detonaba. A qué se debía. Me preguntaba si era una depresión que tenía escondida. Después se iban, se cambiaban por otros estados anímicos, incluso tenía momentos de franca emoción. Pero siempre terminaban llegando estados en los que todo me daba igual. Quizá siga deprimido en un nivel que soy incapaz de confirmar. Últimamente cuando leo, las lecturas me terminan dando una gran sensación de tristeza y, curiosamente, muchas de las lecturas con las que me he encontrado tienen temas del suicidio... Camus tenía razón: la única pregunta verdaderamente importante para el hombre es por qué no se suicida. Creo que todo el que tiene una idea del futuro es menos propenso a tomar dicha determinación, o al menos un futuro no tan atroz, o tan trágico, porque queda claro que si alguien ve en su futuro el hecho de una enfermedad que lo va a llevar a la desintegración del cuerpo y la psique, terminará más cercano a la acción del cese de la vida por voluntad propia y consciente.
     Sé que el suicidio tiene que ver con la etapa en la que se encuentra uno, y que es una forma de decir que no quiere seguir viviendo esa etapa; vaya, un suicida en realidad (la mayoría de las veces) no quiere matarse, sino matar todo lo de afuera, pero la única forma que termina encontrando es haciéndolo consigo mismo...
     Pensaba que quizá la soledad era el problema; pero he salido y me doy cuenta de que no me interesa estar con nadie. Pensaba que el dinero era el problema, pero estuve en un buen trabajo, donde hasta me hice el tatuaje que quería desde hace años, y tampoco me sentí tan diferente. Lo único que ha seguido en mi cabeza es ponerme a escribir, no es algo que me entusiasma demasiado, y a la vez es algo que me apasiona, y quizá ése sea el gancho que realmente me tiene aquí. No veo el suicidio como una solución a una vida que me desagrada; y es que el problema básicamente es ése: estoy apático: no me desagrada mi vida, pero tampoco me agrada. No quiero estar aquí, pero tampoco me afecta estar. No quiero estar soltero, pero tampoco quiero estar acompañado... en resumidas cuentas, salvo por escribir, no me interesa nada; no hay odio, no hay amor, no hay furia, no hay miedo, no hay esperanzas, no hay desesperanza, no hay preocupación; ni siquiera el tomar me produce una sensación de ese estilo; antes tomaba para sentir esa agradable nostalgia que se impregna con recuerdos, esa añoranza, pero ahora ni estar ebrio me llama la atención... y a la vez no dejo de sentir efimeramente las cosas, río cuando hay que reír, lloro cuando hay que llorar, maldigo, me enojo, me pongo triste, me emociono, me lo que sea, sólo que ya nada permanece; es raro...
     Hay una sola cosa que sí le agradezco a mi soledad (además de dejarme escribir, y leer): esa deficiente capacidad para formar vínculos con los otros, me han hecho darme cuenta que cuando eso de la escritura se acabe (y si no llega otra cosa parecida), no habrá nada ni nadie capaz de evitar mi resolución, pues nada ni nadie me interesa realmente (o al menos tanto como para hacerme cambiar de opinión). Quizá tengo demasiado tiempo libre para pensar. Por ahí decían que el pensar durante mucho tiempo (los escritores) detonaba esas tendencias suicidas. Quién sabe.
   



A seguir con esa novela.

Tengo prisa

Debo escribir una gran novela. Después, quizá sólo después, confirme que mi vida no ha tenido nunca otro sentido que escribir esa gran obra, y podré irme tranquilo, aunque los demás piensen que me habré ido demasiado pronto. Tengo que ser mejor y lo tengo que ser pronto; a veces, hay días en que ya no aguanto.

domingo, 1 de febrero de 2015

Terezinha

Terezinha... hace mucho tiempo que buscaba esta canción. No recuerdo de quién la escuché, creo que venía de una época antigua cuando una de mis tías cantaba. En realidad no sé por qué cantaba. Yo recuerdo que la familia decía que era buena cantando. No sé por qué dejó de cantar. Ahora que lo pienso, tampoco sé por qué la cantaba, quizá eran los recuerdos de un amor del que nunca nos enteramos, como nunca nos enteramos de algún otro amor posterior. Entonces suponía, sin suponerlo, que era el canto a un tiempo sin tiempo para los demás, a unos oídos que eran otros oídos diferentes a los que llegaba la voz, la melodía y la letra.

Terezinha me sonaba a Teresa, y ésta a su vez, con trenza; entonces cuando escuchaba Teresa, me imaginaba la parte posterior de una cabeza llena de cabello amarrado en una enorme trenza; y por asociación con mi tía, aquella trenza era de un cabello chino, o al menos ondulado. Terezinha, por tanto, carecía de rostro, carecía de ojos de mirada y de nariz, carecía de boca, pero no de voz; era, por tanto, una sombra que hablaba de tres amores, que hablaba desde lo oscuro, en la noche, y que de la voz le brotaba un oso de peluche, y un broche de amatista. Después le salía un borracho sin playera, con garrafa en mano y malos modales, que se sentaba a la mesa devorando todo sólo para desaparecer nuevamente en la oscuridad y el silencio. Y después brilló una nada, otra oscuridad, donde estaba aquella Terezinha, aquella trenza; y en aquella oscuridad, se sentía calidez, aunque nunca hubiera brotado de su boca palabra alguna que se le pareciera un poco.
No fue sino hasta muchos años después, cuando esa canción ya había sido olvidada donde son olvidadas las pláticas con los abuelos y las canciones de Cri-cri con las que me arrullaban de chiquito, que apareció Terezinha. Apareció con otro nombre y sin trenza, y aunque el cabello era ondulado, no era oscuro sino claro, y tenía nariz, ojos, bellos ojos, y tenía también boca, bella boca, y en la punta de la boca una voz que cantó durante un tiempo antes de asustada decir: no.


sábado, 31 de enero de 2015

Como si amar fuera importante; como si dejar de amar, voluntario

Me caga la palabra amar
como si amar fuera importante
como si dejar de amar
voluntario

falacias
para llamar
un conjunto de ritos funerarios
extremaunción

Salve, César
los que vamos a morir
y te saludan

pedazos de intestino
y pecho
en arenas del tiempo
esparcidas por los meses
y a veces por los años

Ave, Caesar
murituri te salutant

el culo lo sigo arrastrando
y los wevos
y los labios

Ave, Caesar
los que vamos a morir
te saludan

y ahí está el coliseo
la gloria de la fama
lo efímero
en intento de lo eterno

Salve, César
murituri te salutant

el tullido
el amputado
la piltrafa de humano
que era humano

(por esta santa unción)
se vuela
(y por su bondadosa misericordia)
se quema
(te ayude el Señor)
se mutila lo propio
(con la gracia del Espíritu Santo)
se machaca lo ajeno
(Para que)
se vuela
(libre de tus pecados)
se quema
(te conceda la salvación)
en eterno rescoldo
(y te confronte en tu enfermedad)
por los siglos de los siglos
(Amén)

Ave, Caesar
murituri te salutant
Y ahora sumido
en vestigios de soledad
y cenizas
de polvo y amnesia
evocaciones
con intención de invocar
una sonrisa tangible
una caricia certera
y no las caricias
que el alcohol
te deja sentir
ella se fue hace tiempo
y a pesar de todo ese tiempo
de innegable ausencia
él no le ha dejado
de hacer el amor

El loco ha perdido a su dios
lo han matado todos los hombres
y, la tierra, descarriada
adónde ira
sin Sur o sin Norte

caminando con una linterna
a pleno día encendida

El poeta ha perdido su Luna

se ha vaciado el mar
se ha borrado completamente el horizonte
la tierra ha perdido su sol
y no hay más lugar dónde caer
que a todos lados

El poeta ha perdido su dios
el loco ha perdido su Luna
y no hay iglesias donde yacer
que no sean monumentos funerarios
de polvo
ceniza y amnesia
y de cantos
(¡Dios ha muerto, viva Dios!)
en coro
para una Luna
que no ha dejado de amar


lunes, 19 de enero de 2015

El loco

¿Dormir mirando una fotografía hará posible el soñar con esos muertos? ¿En esas tierras congeladas a veces más eternas que la memoria? Y si uno construye una fantasía, ¿podrá, acaso, construir un recuerdo? un recuerdo de lo que aún no ha pasado, que se olvide, y sólo aparezca para decir: no sé cómo pero esto ya lo había vivido.
El loco fuma un cigarro, mira la fotografía, y construye un recuerdo que todavía no ha vivido.

lunes, 12 de enero de 2015

Evocaciones

Quisiera, en un estado de sobriedad, evocar. No los lugares de antaño, no los lugares de un porvenir incierto. Un lugar suavecito, una cama chiquita, perdida en el tiempo. Una habitación oscura, cálida, con tu aroma y el mío, y el del suavizante de telas. Quisiera evocar un lugar de un ruido quedito. Donde la calle apenas susurre, donde se respete nuestro espacio. Un lugar donde retumben las risas, en un eco apagado, por cobijas. Un lugar acogedor, pachoncito, suave al tacto, a la piel desnuda y erizada. Un lugar donde quepamos, y si está muy chiquito, puedes caber en mi brazos. Un lugar donde se apaguen los besos en un chasquido y otro, y otro más, y así, que vayan desde tu frente, y recorran tu sien, y la parte de atrás de tu oreja, y el cuello y la nuca. Donde te apuchurre un poco más en cada beso tronado, y te respire la piel, y te respire en la piel, y te acaricie el aliento. Y entonces estés al alcance de la lengua, o de los labios:de nombrarte, de un beso. No sé necesita mucho: una habitación chiquita, oscura, perdida en el tiempo, con una cama. Y un baño, es inevitable salir al baño; y un poco de agua; un poco de luz y de aire, aunque duelan los ojos y se cuele un poco el frío. Sí, seguro sientes eso: el suave susurro, la caricia, y el silencio, la sutileza de unos labios, la serenidad, el chasquido, el sueño, la sonrisa. Sí, seguro sientes eso, el susurro, la caricia, el silencio. Sí, el susurro, la caricia. Shí, shí, shh... el silencio.

Círculo vicioso

Es un círculo vicioso
difícilmente alguien se enamora de tu tristeza
pero no me interesa que se me quite lo triste
ni que alguien se enamore de mí
lo mío es meramente egoísta
ego, ego y más ego:
que alguien me dé un beso
que me abrace
no por el hecho de sentirme querida
sino por la vanidad de saber que alguien me quiere querer.

Lilith

divagaciones

Vaya, es tan extraño. ¿Cómo una personita, durante tan poco tiempo, puede marcarte tanto? Tengo veintisiete años. he vivido más de diez mil días, y alguien que estuvo sólo día y medio, hace más de un mes me ha dejado pensando en ella constantemente.

Quizá no sea nada grave; nada de verdadera importancia, y sólo se trate de un suceso que tiene una raíz más profunda; un algo que te hace recordar inconscientemente otro algo. Quizá no; quizá sólo sea alguien que te hace recordar la posibilidad de un tiempo de felicidad pura. Quizá no sea siquiera algo que tenga en la cabeza, algo que esté vedado a mis propias y nocivas rutinas de autoconocimiento, autoanálisis... Pero es que, dioses, fue alguien que sólo estuvo día y medio, unas cuantas horas, unos cuantos besos, unos cuantos orgasmos, unas cuantas tomadas de la mano, unos cuantos abrazos, unos cuantos... En mi nueva novela pongo: Uno puede fácilmente olvidar lo que es estar solo; también recordarlo es igual de sencillo... tanto tiempo de soledad que ya no la notaba, y bastó con unos segundos de mirar un viejo mensaje, de una vieja foto para que puff, uno recordara (se diera cuenta) que se está solo.

¿Qué es estar solo? Dicen por ahí: cuando se mire al espejo y no vea a nadie reflejado, entonces asústese porque eso es estar realmente solo... Entonces apago la luz, para no ir al espejo y encontrarme con alguien reflejado ahí, o quizá no encontrarlo. O, peor aún, encontrar un desconocido nunca visto.

Necesito descansar

Estoy cansado de sostenerme a mí mismo
de sólo tener brújula y niebla
y amistad
Estoy cansado
y quizá sólo sea sueño
y quizá sólo sea hambre
o sobriedad
(autoimpuesta
sin darme cuenta
autoaceptada)
y quizá sólo sea vida
o la forma en que poco a poco
la muerte se encamina

estoy cansado de las noches
ya casi tanto como de los días
de la misma cama
del mismo cuarto
del mismo vacío
y quizá no sea nada más grave
que cansancio
simple y llano cansancio
en dolor en la espalda
el dolor en los brazos
la fatiga

estoy cansado de caminar
imponiendo mis pasos
siguiendo mis pasos
acompañando mis pasos

me veo desde fuera
y tengo el cuerpo cansado
y se me está cansando el alma
igual que la mirada
y quizá un día
(un día pronto)
ya no abra los ojos
por cansancio del cuerpo
o por cansancio del alma
cansada de sostenerme a mí mismo

miércoles, 7 de enero de 2015

¿Se puede soñar por dos personas, en dos lugares diferentes y al mismo tiempo el mismo sueño?




¿Se puede soñar por dos personas distintas, y al mismo tiempo, el mismo sueño?
No es como el célebre y comentado caso entre los cazadores de sueños, donde una mujer soñaba los sueños de un hombre del pasado, y donde ese hombre del pasado soñaba los sueños de aquella mujer del futuro; donde se enamoraron uno del otro, y únicamente fueron capaces de realizar su amor mediante el mundo onírico, siempre y cuando estuvieran viviendo en el mismo lugar. Con ese caso los cazadores se dieron cuenta que los sueños eran un algo fuera del tiempo, pero inmerso en un espacio determinado. Como un mensaje codificado en una frecuencia que solamente esos soñadores eran capaces de registrar.
Con forme fueron avanzando las pruebas, los cazadores de sueños empezaron a darse cuenta que lugares determinados, o bajo circunstancias determinadas, hacían que los soñadores fueran capaces de ser inducidos en mundos similares... una nueva manifestación de lo que se conoce como sugestión; por lo tanto: basura. Sin embargo una hipótesis no se rechaza tan fácilmente, sólo se cambian algunas variables y se vuelve a probar. Fue entonces cuando decidieron no usar la inducción: metieron por razones diferentes y sin revelar información alguna, diferentes sujetos a los que dejaron dormir y a los que les preguntaron sus sueños una vez despiertos. El resultado arrojó respuestas suficientes para mantener la duda, pero no las necesarias para esclarecerlas. Quizá se trataba de un inconsciente colectivo jugando a la deriva. Pero nada que pudiera justificar nada en absoluto.

Con el tiempo escogieron un hostal. Un lugar que cambiara de residentes constantemente, y que mezclara tantas energías y pensamientos diversos que resultara difícil mencionar una especie de sugestión. Después interrogaban a los durmientes y veían que sus sueños estaban relacionados a las vivencias del día que habían detonado la ensoñación a la que se hacía referencia.

Las pruebas siguieron hasta avanzar al punto en que un soñante era capaz de soñar el suño inducido por alguien más, sin siquiera hacer mención expresa del sueño. Bastaba con mirarlo y proyectar el sueño, para que el soñante tuviera aquella visión onírica deseada. Se empezó a pensar en la telepatía, y se justificaba con que era más fácil mandar el mensaje telepático durante estados donde las ondas theta y delta están más presentes y hacen más susceptible a la mente. Sin embargo no dejaban de ser sueños inducidos por alguien más: una variante más de la telepatía.


La mayoría de aquellos cazadores de sueños desertaron de aquellas prácticas no lucrativas después de un tiempo de no conseguir nada. Después de otro tanto, lo hizo el resto. Al menos casi todos, excepto uno. Aquel fundador de la sociedad caza-sueños quedó solo y a la deriva con sus preguntas. Pero no desistió. Creóo un grupo en internet donde pedía a los seguidores de dicho grupo que dijeran el sueño, lugar de donde escribían, el día y, en medida de lo posible, la hora a la que habían soñado. Durante agotadores días siguió las publicaciones de los muchos que dejaban escritas sus ensoñaciones.


Ningún resultado a favor. Cabos sueltos. Sueños ajenos.


No sabía que en algún lugar, en algún tiempo lejano. Un sueño lo esperaba. Un sueño que no podía ser soñado aún porque así funcionan los sueños. Se encuentran flotando en lo que todos llaman vacío. Y aquel sueño no se hacía prensente no porque él no estuviera listo para él, sino porque la chica del sueño aún no estaba lista para aquel sueño.


Pero el tiempo es sabio, y si no sabio al menos paciente, pues él mismo es tiempo y se tiene enteramente a sí mismo, y así un día él ya había abandonado las curiosidades de los sueños, se había dedicado a ser gente de provecho con un trabajo serio y sincero, y ella había pasado por las vicisitudes necesarias de todo ser humano: había amado y había perdido, había sido herida y encontrado a la muerte de frente en los ojos familiares de un familiar. Había soñado despierta y había perdido la esperanza en los mismos sueños, y había vuelto a soñar. Había llegado al lugar, a la calle, a la hora y el día donde aquel sueño esperaba su aparición para colarse entre su falda verde y su blusa negra (sin la cual el sueño no la había reconocido las veces que había pasado anteriormente), y la había abrazado silencioso, esperando el momento en que ella cerrara los ojos y se dejara soñar.


Unos segundos eran todo lo que aquel sueño necesitaba para sí. Unos segundos, una tarde de mayo, mientras ambos tomaban una siesta, mientras en ambos, aquella siesta era algo poco común pues no dormían siestas. Y entonces ambos caminaban en direcciones opuestas, mirando la calle, y los carros, y el toldo rosa de una tienda de regalos. Y entonces ambos estaban por cruzar el camino y ambos encajaban a la perfección sonrisa con sonrisa y después mirada con mirada. Y tan fuerte había sido la mirada que a los dos no les quedó más remedio que despertarse al mismo tiempo.


Cada uno caminó más tarde por esa calle, y miraron el toldo rosa de la tienda de regalos; y al día siguiente pasó cada uno al mismo tiempo por aquella calle, y por aquel toldo rosa; y uno miraba el toldo y el otro el piso. Y durante un momento ella lo vio, y se preguntó a sí misma si alguien puede soñar al mismo tiempo y en diferente lugar el mismo sueño. Él no la miró en ningún momento, miraba al sueño y se preguntaba al mismo tiempo que ella ¿Se puede soñar por dos personas, en dos lugares y al mismo tiempo el mismo sueño?


Él miró la hora y se dio cuenta que se le hacía tarde para ser una persona de bien