lunes, 1 de junio de 2015

Antídoto


--En la mayoría de los casos se siente como si mataras a alguien.

--¿Alguna vez..?

--No, viejo, cómo crees. Pero supongo que así se debe sentir. Después de eso, bum, no hay marcha atrás. La vida vuelve a empezar para los dos.

--¿Cómo fue?

--Ojete. Una mierda. No hay marcha atrás. Te llenas de poder, y es como si pudieras sentir el corazón palpitando en tu mano y sólo tuvieras que apretarlo para que dejara de latir. Entonces te mira; sabes que lo sabe y sin palabras su mirada te suplica que no lo hagas, y cuando lo haces es como si escucharas cómo se parte. Y no tiene nada que ver con las lágrimas, todo se hace lento, el aire pesa, y la saliva se vuelve densa como si quisiera resistirse a que la tragues. Entonces sólo estás tú y la mirada y la duda. El corazón te late en los oídos y la cabeza se te acalora, y a la vez las manos te sudan pero están frías. El tiempo se alarga tanto. Entonces sólo lo haces, lo dices y con la lengua le atraviesas el pecho. No sangra, pero te juro que el corazón se le para, se detiene como se detiene todo lo demás. Entonces todo vuelve a moverse, te das la vuelta y no miras para atrás. Sabes que después nada vuelve a ser igual, y ambos renacen, pero es al revés: el mundo ya no tiene tantos colores, y todo se siente gris y nublado, pero no llueve, todo es árido y vacío, monótono, ya no hay chispa ante nada.

--Suena como a estar muerto.

--Algo así.

--¡Vaya! Entonces por qué...

--Porque debes y no quieres que nadie más le haga daño. Porque te aseguro que no se puede matar algo que ya está muerto.

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