miércoles, 22 de noviembre de 2017

Recuerdos

A veces me pregunto qué tan ebrio debería de estar. Qué tan falto de sueño, amor, o de aire, en esta necedad de humo, es la necesaria para escribir. Dónde está el filo de este cuchillo por el que camino con dos abismos a los lados mientras abro los pies a cada paso.
Hoy caminé sobre las pisadas de hace casi siete años, con el corazón vuelto loco, y una extraña sensación en las manos. Hoy me acordé del metro "Deportivo 18 de marzo", de tu chamarra con pelos al rededor del capuchón, y tus cachetes inflados, y de tus brackets. Me acordé de haberte visto por primera vez y no saber qué decir y aún así intentarlo, de las gomitas con formas de dedos, y ojos, y narices; y de los viajes en camión, y de cuando no se necesitaban tantos pesos para salir.
Me acordé de pensar que podrías verme por primera vez y creer que era feo, de que las charlas en persona no fueran ni la sombra que en Internet. De tus ojos grandes. De que esa vez no fue la primera vez que te veía. De que andabas en otro mundo más al norte de este mundo. Me acordé de tu nariz rota y cómo te vi por primera vez con collarín y parche, de cómo iba con mi novia y yo te miraba por el reflejo del cristal del auto. Me acordé de que te veías guapa, maltrecha pero guapa. Me acordé de cómo estabas en la fiesta de quince años donde también estaba mi tío que falleció hace cinco años... de tu blusa negra con tirantes delgados, y tu short o falda verde olivo, y de cómo se te veían los pezones debajo de la blusa. De tu piel clara, de tu cabello dorado, de tu sonrisa grandota, y de cómo el metro siempre ha sido un lugar para tomar decisiones... verte o irme, o verte y decir: voy a creer que esta es la mujer más hermosa del mundo, y terminar creyéndolo, o de cómo antes, cambié a una novia por una exnovia. Y entonces algunos recuerdos vinieron a borbotones, vino la imagen de mí dándote la llave del candado de mi cuarto y que perdería para siempre, de cómo caminamos por coyoacán, y del hotel cerca de calzada de Guadalupe que visitaríamos después de ver quince minutos de película y diez de andarte masturbando en la sala... del camellón donde nos acostábamos en los árboles, y de subir al cerro del Tepeyac, donde yo te habría visto llegar desde lejos, con mi ceguera y todo, con el pantalón de mezclilla y tu sudadera a rayas gruesas blancas y verde agua, y de cómo te reconocería por la simple manera de caminar. Y entonces recordé más, el esperarte en las calles cercanas al lugar donde tomabas tu curso, y la carta de una baraja inglesa donde me escribirías "Te quiero" y que enmicaría para poner de adorno en el cierre de mi maleta.
Me quedé pensando que en la mañana, no pensaba en ti, que no creí que siguiera sintiendo algo, que no creí que causaras nada, como lo he creído siempre, y que te encuentre en la memoria caminando peldaños a mi lado, en esa tú de humo, esas cosas que no escribí nunca pero me acuerdo por momentos, como de tus manos y el pesar que te han dado siempre, y el miedo a la artritis, y que se te engarrotaban. Me acordé de mi muerte, esa que llevo aplazando años, mientras te contaba al mirar los carros que sólo quería escribir tres novelas antes de hacerlo y ahora quiero escribir unas pocas más, mientras tengo unas ganas más grandes cada vez de encontrar esa muerte. Pero entonces veo las flores que crecen a las faldas del Tepeyac, y las veces que estuvimos en parques y cuando te recostabas en mis brazos allá en eje siete, y me decías que te gustaba que fuera así, que te dejara abrazarme pero no te abrazara yo, y te me quedabas viendo y me decías que te gustaba mi perforación en el labio, y entonces me besabas...
Me acuerdo de abrazarte y decirme que no eras tan delgada como Karen, y que si aún así te querría., y que aún así te amé, y entonces, me acuerdo de cosas no escritas, como el no pedir tu mano, o los viajes de noche por Andrés Molina, y que muevas los brazos mientras cuentes algo, y siempre sonrías grande... No recordaba lo que fue hacerte el amor la primera vez hace mucho, cuando todo me salió mal, la película en la consola que no jalaba, y el gas que se había acabado cuando te quise cocinar pescado, y que me abrazaste y me dijiste que qué pasaba y te conté esa frustración, y me abrazaste más y entonces te quité tu blusa rosa, y tus pantalones de mezclilla, y no llevabas bóxers, sino traje de baño, de esos con letras blancas y fondo negro y algo rojo, que decía "yes" "no", y te besé los senos, los pezones, y te hice un oral, y entonces, para que todo acabara de la misma mala forma que empezó, no supimos dónde había quedado el condón; tu "Ay, Marco, la cagas" "abrázame", al terminar de hacer el amor. De mi intento de hacerte crema de apio, y cómo evité que quemaras la instalación eléctrica por lanzar agua al horno eléctrico, mientras la casa se volvía humo y los gatos corrían a refugiarse en las cajas... Me acordé, pues, entre arcángeles de mármol, de volver a sentir así... Hay, pues, tantas cosas que no escribí y no me arrepiento de no haberlas escrito y que me sorprendan de golpe, mientras viajo en un camión, contigo al lado, aunque seas de otra cosa que piel y huesos

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Cementerio

Esto sí es mío. No el sol, ni los movimientos de traslación y rotación de la tierra. No me pertenece esa temporada de otoño donde los árboles se desnudan y muestran sus ramas artríticas. Esto, esta tristeza y ganas de que no se acabe la noche, de que nadie despierte, que todos disfruten soñar. Esto es mío, las dosis de veneno en humo y la facilidad para recordar, tanto como para seguir soñando. Esto es mío, esta incertidumbre de tristeza entre nostalgia y melancolía. esto de manos vacías, e incapacidad para olvidar unas cosa o evitar recordar algunas otras que no han pasado. esto es mío: la afición por las cuerdas y los nudos, las navajas (y el miedo al dolor), mirar por las ventanas de los edificios de más de siete pisos de alto, las ganas de degustar el sabor pólvora y plomo, a culo en la boca, a pelos entre los dientes. Esto es mío: una canción con pasaje directo al pasado, y la repetición de la misma hasta que la piel ya no sepa a carne y sudor sino a cenicero