jueves, 26 de septiembre de 2013

Cayendo

Hoy se me caían los dedos, uña por uña, falange, falangina, falangeta; medio, índice, pulgar, meñique, anu... lo que sea. Se me caían también los dientes, las pestañas (el cabello ya se me había caído antes), las orejas. Hace veinte días se me cayeron los muñones de los pies, el hueso de la rodilla, y hasta la nariz. Se me caían como manzanas maduras en un parque lleno de lodo, en un lugar donde nunca llueve, y donde nunca es de día. Era un lugar en el que también se había caído la luna, hace muchas lunas que estaba caída, iluminando el parque como una montaña blanca, una montaña fría y esponjosa, como si fuera nieve. No había sol, porque ese también se había caído, se cayó para arriba hasta que no fue un puntito más de esos que llamamos estrellas, o eso es lo que me dijeron a mí, mientras estaba un día recostados en la luna, antes de que también se cayera pa'rriba, y me dejara el hueco que después se volvería cuna; esa luna se quedó ahí muchos días y muchas noches de esa larga noche, hasta que un día también, al quedarme dormido, me di cuenta de que tampoco estaba; al principio pensé que me había quedado ciego, lo pensé hasta que se empezaron a caer las estrellas y me di cuenta que yo también me estaba cayendo, a pedazos, por aquí, por allá, hasta que ya no podía moverme, hasta que ya tampoco pude ver nada, hasta que me cayó el hambre y después la panza, y me seguí cayendo como ahora, donde solo me queda esta boca sin boca, y quizá la cabeza, y quizá el pecho... o quizá la idea, sí, quizá la idea de que aún me queda algo.

viernes, 20 de septiembre de 2013

Veinte de septiembre

Dentro de unas horas, conmemoraré el último no cumpleaños de mi querido tío. Le faltaban cuatro días para que fuera su sí cumpleaños... Sé que lo que estoy haciendo, no tiene forzosamente una intención literaria atractiva, es más como chisme, más como anécdota, más como tributo... seguramente al rato algunas personas más de mi familia comenzarán a recordar que hoy es el día marcado. Pero nadie podrá recordarlo como yo, yo fui el último en verlo respirar, en escuchar el jjjjrrrr que le salía del tubo que le habían metido en la garganta para que pudiera respirar, el que veía cómo a veces se le movían los ojos por debajo de los párpados. Yo fui el que se quedó dormido durante veinte minutos, después de haberle estado leyendo unos libros, y que al despertar lo único que pensó fue: "madres, ya no suena el gargajo". Fui el que se levantó, y el que vio que no se le movía el pecho y que nuevamente pensó: "madres, ya se me murió, me van a cagar"... el que salió corriendo y les avisó a los médicos en turno, y al que sacaron para darle al difunto unas descargas y ver si podían hacerlo no difunto. Yo sabía que no habí nada que hacer, en esos veinte minutos se podía haber muerto hacía dos, o hacía diecinueve y medio, pal caso, ya estaba frío (aunque tenía fiebre).

     No sé qué pasó, nunca me pude romper por completo, no pude llorar lo que hubiera querido, me puse a ver cómo sacar todos los trámites, había que llevarlo de León, al DF, yo era la mano de la familia allá, el que con ayuda de una tía lejana, sacó las cosas y se movió como nadie hubiera podido para solucionar todo; el que no pensaban que fuera capaz de sacar las cosas adelante, porque unos días antes, estaba turisteando por ahí, tomando fotos, y conociendo, hasta comprándose unas sandálias (no me acuerdo por qué, pero necesitaba unas).

     Una y cahchito de la mañana y llegamos al panteón San Isidro, ahí nos esperaban todos; el único reclamo es que habían llevado desnudo a mi tío, nunca le pusieron ropa; cómo iba a saberlo ¬.¬
después... después... después me di cuenta de que era muy fuerte, quizá tanto como para que alguien pensara que necesitaba un abrazo, quizá para que alguien en específico pensara que realmente necesitaba un abrazo, para que se quedara conmigo a la mañana siguiente, en lugar de irse de rápido porque tenía un ensayo, de que me acompañara a desayunar, a caminar al panteón, y a prestarme el hombro de la única persona en quien me apoyaba y poderme desquebrajar como se debía... Ahora, un año después, me doy cuenta de por qué es que ese día no pude llorar como hubiera querido, además de traerme a mi sobrinita unos momentos para que la cuidara; Liliana no estuvo ahí, conmigo (no se lo reclamo, ella tenía cosas que hacer), ella era la única en la que realmente confiaba para apoyarme y no estuvo; je. Wow, un año para resolver ciertos misterios; para darme cuenta (mientras escribo), hasta qué punto emocional llegaba su compañía.

    Pero bueno, ahora ella no está, y él está dos metros bajo tierra, en un hoyo casi olvidado por todos, con sus cosas repartidas entre los buitres que somos de la familia... y a veces, a veces viene a visitarme, no sé si sea él, o un mal sueño disfrazado de buen sueño, pero a veces, ahí está, y él sigue muerto, pero no lo sabe... Y a veces a él también lo extraño tanto, porque sé que era la otra persona en quien me podía apoyar de gran manera... y así me terminaron obligando a ser fuerte.

martes, 10 de septiembre de 2013

Diez de septiembre

Dentro de 19 o 20 horas (algo así como entre las siete y ocho de la noche del día 10 de septiembre) conmemoro una etapa de mi vida que podría llamar el principio del fin.

Hace un año, más o menos a esa hora llegaba, de la casa de uno de mis tíos, con dos maletas llenas de cosas para acampar, me acompañaba mi madre y mi ex. A los pocos minutos de haber llegado a casa de mi madre, ella recibió una llamada: "se accidentó" dijo ella en voz alta y me miró casi llorando. Salí a fumar un cigarro, con la preocupación en el cogote, y detrás de mí salió Liliana. A los pocos minutos, mi madre me comentó que mi tío Oscar, había sufrido un accidente; justo el día anterior, Liliana y yo habíamos preguntado por él en la casa de mi abuelo, y él nos había dicho que había hablado con mi tío unas horas antes. Creo que esa fue la última vez que alguien escuchó su voz. Unas horas después andábamos de camino a León Guanajuato, mi madre, mi primo, mi tía, mi abuela y mi abuelo.

Así empezó todo. Diez días después, mientras yo andaba de turno, murió. Se llevó unos planes que tenía de ir al Cervantino con Liliana, y la sonrisa de muchos en la familia, un golpe fatal. Nunca había fallecido nadie tan cercano en la familia. Doce días después de esos diez días, valió la relación que habíamos construido durante dos años y nueve meses Liliana y yo.

Ahora, un año después el recuento no trae muchas cosas. Aprendí a vivir con mi soledad, y a ser mejor escritor (claro que esto no asegura nada, ya que me he encontrado con casos de escritores realmente mediocres, al punto de que me avergüenza que me metan en el mismo costal que ese tipo de personas, que su único mérito real es tener una palanca, o un conocido con dinero que les financie sus trabajos), al menos es lo que me dice mi asesora, casi la única persona que ha estado realmente a mi lado, y que junto con otra amiga, me han ayudado a salir adelante, o al menos a no aventarme por la ventana. He aprendido a narrar con técnicas diversas, y hacer varios géneros literarios (últimamente más guión); también me he dado a conocer un poco en facebook, al punto de que ya tengo fans amantes de mis letras.

¿Qué ha sido de mí en ese tiempo?

No tengo idea. Incluso me atrevo a decir que más que encontrarme (como suelen decir por ahí acerca de una de las utilidades de la soledad), me he perdido un poco más; sin embargo, he cambiado para reafirmarme, he pasado por los odios, los corajes, las decepciones, las mentadas de madre, las blasfemias, las lágrimas; pero a pesar de todo eso (como diría mi asesora), tengo una naturaleza fundamentalmente sana, y me doy cuenta de ello porque ni siquiera los odios se han quedado conmigo, no guardo rencores, no me interesan las culpas, y vivo soñando... sueño mucho, a veces pesadillas, pero otras los sueños esos que son salvavidas...

¿Qué ha pasado?

Todo ha sido tan confuso, que lo único que ha pasado conscientemente es esa misma consciencia del paso. De la experiencia, de las añoranzas, y sobre todo, la que me hace poder seguir mostrando una sonrisa sincera; sé que he aprendido a mentar madres, pero solo es un recurso retórico, una estrategia para contar las historias de alguna manera más divertida.

Ha pasado tanto, que hasta he aprendido que existe la esperanza, y que existen los clichés, y que los clichés son tales, porque funcionan... ha pasado tanto, que me doy cuenta de que hay personas que no dejaré de extrañar y a las que me gustaría volver a abrazar, y no nada más en un sueño, como pasó con mi tío unos días después de su muerte... si él estuviera vivo, o si ella estuviera conmigo, o si yo, solo fuera un poco lo que yo era hace algún tiempo, ese yo que ya no me siento cómodo de volver a ser, y que prefiere este yo más tranquilo, este yo, que se ha vuelto más sensato pese a que no deja de jugar como niño... sigo siendo yo, eso es lo que más me alegra, ese mismo yo que sabe que será chingón (y no uno de esos pseudo escritores de los que hablaba), que comprará una camper y viajará todo el tiempo que pueda... ese yo que prefiere evitar una pelea, y que disfruta más de no relacionarse con nadie, ese que solo algunos conocen, y que es auténtico, aunque a algunos más no les guste por completo... Ese yo que terminó ya un par de novelas, y que por cierto, ya está viendo cómo moverla, porque según el buen ojo (avalado por casi treinta años de asesorías) de mi asesora, este texto está chingón y va a darme una grata sorpresa, claro que no es una obra maestra, pero es un texto auténtico, puro, honesto, tal como yo. Ese yo que sigue esperando, aunque sabe que no sirve de nada esperar, pero no me importa, porque al igual que todo lo demás en mi vida, lo hago porque me nace, porque quiero hacerlo y no por esperar a cambio ni siquiera un "hola".

Un año, desde el principio del fin: Diez de septiembre del dos mil doce.