miércoles, 27 de agosto de 2014

Final de Californication y mi vida

Tal vez es la mierda que se me ha metido durante todos estos años a través de las redes sociales y los libros de Coelho que he leído a escondidas (o toda esa sarta de películas románticas comerciales que no he querido dejar de ver cuando realmente me llaman la atención)... Hoy estoy nostálgico (y cacofónico). Mi serie favorita acabó, por fin he visto el final de Californication. Quizá tenía demasiadas expectativas por un comentario de un amigo que también la veía. En lo personal me pareció un mal final; un mal capítulo, una mala temporada. Con el paso de los años la serie se empezó a volver mala; en esta última temporada ya estaba agonizando, y prolongaron la agonía durante doce capítulos más. Podía haber quedado en el final de la sexta; mejor aún: en el final de la quinta.
     Es raro porque esta serie, usualmente, me subía el ánimo cuando estaba muy bajón. Había algo en ella que me producía dicho efecto. Quizá porque veía mi reflejo en muchas cosas dentro de la serie, veía que alguien puede estar más jodido que yo, y que a la vez no ando solo en este camino de la literatura (había una especie de éxito esperanzador). En el fondo la serie nunca dejó de ser una comedia dramática con sexo, drogas y humor negro; el final del productor con la verga de caballo es hiperbólico y de una crudeza interesante; quizá es lo más rescatable de la temporada. Pero hacia el final viene Hank; el Hank que siempre trató de hacer lo correcto y resolver toda la mierda en la que él se metía a sí mismo y los demás que lo acompañaban en el viaje. Se ve a los personajes secundarios mostrar esa esperanza... y ahí, es donde encuentro mi nostalgia; no es sólo por perder una compañía que tuve en buenas y en malas, se trata de que al final, sin haber importado todo, sin haber importado nada... sin haber importado siquiera que todo en la producción se les cayera, el personaje en sí mismo siempre luchó por su ideal, y nunca se dio por vencido. Sentí el clásico "Te digo Pedro para que escuches Juan": qué he hecho yo. ¿Al final podría decir que me la jugué por lo que realmente me importaba?
     Un día, cuando estaba realmente tronado (en aquellos días en los que me seducía la idea de aventarme de la ventana) me dijo mi asesora-amiga-editora-tía: Te va a ir bien, tu terquedad se transformará en tenacidad. Y yo le pregunté cuál era la diferencia entre terquedad y tenacidad. Me dijo que en este punto no podía saberlo, que eso sólo se podía saber en retrospectiva; cuando al final mirara para o desde arriba; sólo entonces lo podría saber realmente.

      ¿Me la jugué por lo que realmente importaba? Es una respuesta compleja, y entre sus complejidades puede contestarse con sí y con no, para unas y para otras cosas. Pero dejando una nueva pregunta más difícil de contestar que la anterior: ¿Qué estoy haciendo?

miércoles, 20 de agosto de 2014

Cristal roto

 --¿sabes? -me dije a mí mismo mientras la miraba desde lejos, aprovechando que ella no me había visto a mí, o al menos no me había reconocido.-- Es así como te das cuenta de que las cosas ya terminaron. O que ya no te gusta, o que ya no la quieres, o que ya no lo que sea... cuando empezamos a salir a mí no se me hacía bonita, pero me dije a mí mismo que lo era; mientras estuve con ella, la vi como la mujer más hermosa del mundo. Ahora, ese hechizo autoinfligido se termina. Es triste. Pero así es. Tener que darle la razón a todas las personas que llegaron a ver sus fotos y me decía: Lo siento, wey, pero está fea. Está muy fea para ti. Quizá es simpática, pero no es guapa. Cuando me la describiste pensé que sería más bonita... y bla bla bla. Y entonces yo me molestaba porque decían esas cosas de ella. Pero tenían razón. La veía con ojos de amor. Es un poco triste, encontrarse con esa realidad que trataste de alejar siempre pero que al final se te clavaba sin darte cuenta: el mundo siguió girando aunque tú creyeras que no.

lunes, 11 de agosto de 2014

Bizarro

Me comí todos y cada uno de tus dedos. Me comí parte por parte, las comisuras de tus labios, los pistilos de tus pupilas, los vagos retoños de aquel recuerdo, me comí todo y nada, hasta el empacho y la náusea, hasta que vomité verde en el baño, y no quedó ni la bilis ni la sal que acompañaba el sudor de tus gemidos. Hoy me he hecho poco a poco trizas, pedazos de un recuerdo cansado, me he hecho bolitas de mierda como si hubiera sido digerido por un conejo huérfano consciente de su orfandad. No sólo me comí todo, me bebí las estrellas hasta que se apagó la noche, pues también me tragué de tajo la luna; me bebí las gotas de lluvia que traían un sabor a cuba libre y mojito cubano. A veces también te inhalé todas las fantasías suficientes para seguirte teniendo todos los días, el polvo de uñas y cometas en los que te partías durante un orgasmo empapado. No hay nada más; me cansé de ser arrullado con un silencio profundo y áspero que dejó de callarse en los espacios que habita entre canciones, esas canciones que tienen tintes de tu voz fría y cristalina, y clara, y fresca; donde me untaba tus dedos en la piel y la espalda, donde me untaba tus dedos en el cabello.  Ahora no queda nada más allá de unas prendas que dejaste olvidadas, hablándome a sol y sombra sobre ti y a deshoras, como cabildeo de entrañas, como una sátira fónica fermentada en ojos, en gusanos detrás de unos párpados y nervios ópticos que no dejan de atacar la amígdala y el cerebro y las ideas, y las noches, y toda aquella cosa de espacios físicos y viscosos, semilíquidos, semisólidos, amorfos que se parecen a mí sobre ti, a ti sobre mí, a mí a ti y a nada. Una colcha y un colchón que no deja de lamentarse; y se extingue, y poco a poco, como cada noche, se apaga

domingo, 10 de agosto de 2014

Catacresis

Había encontrado mi propio camino que, desgraciadamente, era parecido a los de muchos otros. No hacía las cosas por tratar de emular a ninguno, aun así caía en el cliché de mi actividad. Cenaba una lata de cerveza y desayunaba una caguama de litro doscientos, a veces comía también acompañado de una dosis etílica caribeña. Escribía de día y de noche, y hasta en sueños. La vida podía reducirse a esas dos actividades primarias para los bichos de esta estirpe. Escribir significaba también alimentarse de lecturas, y meterse en problemas con una u otra morra en la que me pudiera perder, algo así como si las pupilas fueran agujeros negros y me bebieran la sensatez, y sólo me quedaran problemas y más problemas hasta que el cuerpo aguantara; la actividad también incluía lecturas de otros escritores mediocres que me buscaban para pedirme ayuda en sus textos, que querían ser aniquilados en una crítica despiadada (Cuando lo merecían). Buscar enemigos de gratis, y de paso (y sin quererlo) admiración y cierto renombre. Pero siempre prefería meterme en los ojos, en aquellos a los que llegara también por pupilas o letras, meterme hasta el tallo cerebral (el que se le inflamó a mi tío y lo dejó vegetal, antes de morir, antes de que despertara siquiera una vez) de aquellos iris preferentemente coloreados por verdes, azules o grises; a veces de unos cafés más claros que oscuros, y siempre en una piel blanca y una sonrisa generosa. Casi siempre en el mutismo, pues cuando hablaban era para decir alguna estupidez, los labios de aquellas a las que llegaba mi imagen, deberían de usarse sólo para besar, la palabra articulada no era un don que poseyeran la mayoría de ellas; alguna que otra sí, y esas eran las más peligrosas. Combinación de claridades físicas y lucidez mental: adiós valentía, ante aquella moza que terminaba teniendo todo, y jugaba a hacerse la que no pasaba nada... y que a veces me daba para escribir.
Mi propio camino, así era sencillo y clichezco, catacrético; estadísticamente recorrido por otros antes que yo.

Como a nostalgias

Como a nostalgias

a provincia
a una realidad inerte donde la siguiente avenida
o detrás de las casas se encontrara el mar
a almendros
nocturna fragancia
y sal
de una piel
de costa
a sol cansado de quemar
arena


Olía al pútrido olor del ron
del sexo
En los lugares comunes
de la ciudad
de la literatura
que habían plagado las últimas generaciones
de los que escriben

habían marchitado las estrellas
a base de letras
emputecido los labios
a versos
y rellenado la luna
con ajos y cebollas
de un lenguaje coloquial
sacralizado por repetición

alcancía a tope
de pagares
a una musa que nunca llega
que no fía

a recuerdos etílicos
a promesas con cuatro punto 8 grados de alcohol
y el olor a pantano
de melancolía

viernes, 1 de agosto de 2014

Dejah vú

Saliste del nombre de una de mis novelas
habías sido bautizada antes de que te conociera
había intuido
por algún hado o moira
tu nombre
había nombrado un personaje con tus letras
había vivido una vida contigo
habías sido de papel
y de tinta
habías sido

ahora eres
estás y eres

ahora apareces
ahora sonríes
ahora te abrazo
ahora te beso
y
por si fuera poco
te sueño

habías sido
un anuncio
la epifanía
de ti misma

en otro tiempo

como un sueño de Pavic
donde no existe el tiempo
habías sido
porque ya eras
aunque no llegaras

y ahora
eres besos
y eres compañera
y ahora eres
el trago de chela
y la mano suave
del mundo onírico
del que tarde o temprano se despierta

cliché

No es cierto que algo en ti fuera diferente
el sabor de tus senos ya lo conocía
a veces en sueños
a veces en labios

Ya conocía tu voz
ya conocía tus espasmos
incluso tu mirada molesta

Tú no eres nueva
nunca lo has sido
como nunca lo ha sido
ninguna otra

lo siento
no eres especial
por ti
no eres especial por casi nada

así como yo tampoco lo he sido
nunca