lunes, 11 de agosto de 2014

Bizarro

Me comí todos y cada uno de tus dedos. Me comí parte por parte, las comisuras de tus labios, los pistilos de tus pupilas, los vagos retoños de aquel recuerdo, me comí todo y nada, hasta el empacho y la náusea, hasta que vomité verde en el baño, y no quedó ni la bilis ni la sal que acompañaba el sudor de tus gemidos. Hoy me he hecho poco a poco trizas, pedazos de un recuerdo cansado, me he hecho bolitas de mierda como si hubiera sido digerido por un conejo huérfano consciente de su orfandad. No sólo me comí todo, me bebí las estrellas hasta que se apagó la noche, pues también me tragué de tajo la luna; me bebí las gotas de lluvia que traían un sabor a cuba libre y mojito cubano. A veces también te inhalé todas las fantasías suficientes para seguirte teniendo todos los días, el polvo de uñas y cometas en los que te partías durante un orgasmo empapado. No hay nada más; me cansé de ser arrullado con un silencio profundo y áspero que dejó de callarse en los espacios que habita entre canciones, esas canciones que tienen tintes de tu voz fría y cristalina, y clara, y fresca; donde me untaba tus dedos en la piel y la espalda, donde me untaba tus dedos en el cabello.  Ahora no queda nada más allá de unas prendas que dejaste olvidadas, hablándome a sol y sombra sobre ti y a deshoras, como cabildeo de entrañas, como una sátira fónica fermentada en ojos, en gusanos detrás de unos párpados y nervios ópticos que no dejan de atacar la amígdala y el cerebro y las ideas, y las noches, y toda aquella cosa de espacios físicos y viscosos, semilíquidos, semisólidos, amorfos que se parecen a mí sobre ti, a ti sobre mí, a mí a ti y a nada. Una colcha y un colchón que no deja de lamentarse; y se extingue, y poco a poco, como cada noche, se apaga

No hay comentarios: