miércoles, 2 de septiembre de 2015

EL APELATIVO

--Shhh. No digas ese nombre.
--¿Por qué?
--No es bueno despertar a los muertos.
--¿No estás siendo un poco dramas?
--Si tú dices...
--¡No jodas! ¿Qué se supone que significa eso?
--Lo dicho.
--¡Cómo pudiste!
--No podía seguir así.
--¿Así cómo?
--Así, berreando como sirena de ambulancia en las noches, deslumbrando a gritos la madrugada, mirando por las ventanas, buscando... Era cansado. Era desesperante. Era cruel.
--¿O sea que le asesinaste por compasión?
--No puedes asesinar a algo que no ha estado vivo.
--Pero lo hiciste, le asesinaste.
--¿Y qué esperabas? ¿Querías que le siguiera mintiendo, que le contara historias, cuentos de hadas, que le dijera que las cosas siempre pueden mejorar, que si cree lo suficiente sus deseos se cumplirán?
--¿Preguntaba por mí?
--No hacía falta, siempre estaba recordando todo lo que habíamos hecho, cómo jugábamos con las almohadas antes de dormir y cómo nos espantábamos cuando se iba la luz y cómo un día, entre bromas, había surgido...
--¡Vaya! ¿En serio lo has hecho?
--...
--No tenías derecho, también era parte de mí.
--¿Qué querías? Dijiste que no ibas a regresar.
--¿Y no me conoces... me conociste lo suficiente?
--¿Sí?
--¿No? Lo sabías, sabías que iba a volver. Si no qué haces aquí ahorita; por eso no me dices nada, no haces preguntas. Lo sabías.
--...
--Tu frialdad, tu distancia... Le extraño.
--....
--Te dije, le tuve que matar.
--¿Entonces por qué estás aquí?
--También le extraño.
--Cari...
--Shhh, deja a los muertos en paz.

No hay comentarios: