lunes, 18 de mayo de 2015

De viaje

En su cabeza ya no quedaba un rostro. Sólo características imprecisas: Frente, cabello, ojos, dientes; quizá abstractas: bonita ¿Bonita? Divertida ¿Divertida? Linda ¿Linda? Algunas pasiones: la añoraba, la deseaba, la amaba ¿La amaba?

En los primeros días escuchó por ahí que le dijeron que volvería. Pensó que sería pronto, y cuando pasaron las semanas, ella parecía volver; sin embargo sólo aparecía. Después se iba. Durante un año apareció constantemente, siempre apareció en el anonimato de otros nombres. Apareció en comentarios también anónimos. Él pensaba que volvería, que quizá sólo estaba necesitando tiempo. Después se enteró que se casaba. Quizá eso es lo que necesitaba, pensó él. Juntarse con alguien para que lo extrañara, recibir la dosis de monogamia aburrida que le recordara la vieja monogamia chueca que habían tenido. Poco a poco dejó de aparecer, y él pensaba en alguna mujer que se le cruzaba de repente, pensó una y otra vez que con una y otra sería capaz de conseguir un nuevo paraíso. No era así. Ella apareció más esporádicamente, lo cual lo hacía creer cada vez que reaparecía que era para regresar; no regresaba. A él dejaron de interesarle las relaciones, las demás chicas le causaban fatiga. Tenía fatigados los ojos para mirar más, y tenía fatigados los dedos para tocar otra piel. Le fatigaba hasta la cama, el hueco entre él y el borde que prometía dejar caber a alguien más.

Vino la duda, ¿regresaría? Se habría equivocado aquellos oráculos. Desapareció por meses, casi llegó al año, reapareció en silencio, de la nada, y se marchó. Se había ido; sabía las cosas que tenía que decirle para que se marchara, quizá no segura y no tranquila, pero para que al fin se fuera. Él seguía siendo un imbécil, no al estilo patán, sino al inconsciente, al idiota, al torpe. ¿No, después de tanto, se conocieron? No se había ido en paz, pero se había ido. Se habían dejado descansar. La paz vino al pecho, el alivio. Siguió el paso del tiempo, ella espiaba pero no aparecía. Él empezó a aceptarlo. Era cierto, lo que ella le llegó a decir era cierto. Se había ido desde hacía mucho tiempo, sólo le quedaba el cuerpo en aquella casa, pero se había marchado antes de terminar, lo supo al descubrir algunas cartas que había dejado olvidadas; "él sería perfecto si no fuera él", decía ella. "Quisiera que esto cambiara, pero ya no regresaría". Él lo entendía, y de alguna manera no le dolía, había dejado de dolerle. Había regresado a pensar que era inútil preguntarse qué habría cambiado o si hubiera sabido esas cosas antes ¿habría cambiado? ¿habría importado que cambiara para ella? ¿habrían encontrado otras cosas por las que pelear? Pero ella también lo había dicho, se la habían pasado bien. Sí, se la habían pasado bien. Y ahora ella estaba feliz; se había casado y había encontrado a su pareja ideal, y él... bueno, él se había resignado, a quedarse callado y pensarla de vez en cuando en silencio y en secreto, a no molestarla y había empezado a crecer, había dejado de enfocarse en el amor y mejor lo hacía en sus cosas, en sus proyectos. Leía, investigaba, creaba. Aún no lo sabía, pero en poco tiempo él se iría, se iría para no volver. Se iría a la aventura que da una mochila en otros lugares, su patria sería más grande que su país, y si no era por la mochila se iría en alguno de sus proyectos, pero se iría lejos. A ella le gustaba viajar; dentro de todo también por eso se iría. Pensaría en ella mientras mirara las ventanas y las nubes: Frente, cabello, ojos, dientes, aquellas imágenes que seguirían borrándose con el paso del tiempo... y otras más claras, que se quedaban afianzadas; cosas abstractas como el amor.