jueves, 12 de junio de 2014

Sin título orgásmico

Ella tenía un culo hermoso, era un culo al que de repente le salían granitos, y que tenía estrías, era un culo que mostraba cierto grado de celulitis. Como si un culo liso fuera algo natural; ni las actrices culonas como Scarlett Johansson tuvieran culos tallados en mármol. Ella tenía un culo hermoso, con finos pelitos y una piel firme, apretado, tan apretado que le dolía cada vez que la penetraba. Hay quien dice que el dolor se va con las reincidencias, pero a ella nunca se le fue, sin embargo aprendió a volver el dolor en placer, en gritos constantes que la llevaban al éxtasis, el orgasmo inevitable que empezaba con lamidas a los vellos que le rodeaban el ano. El sabor no era feo, sabía a piel, era un sabor real, y no el de las fantasías producidas por los videos porno que pululan en la red. Era un sabor dulce, como el de sus pezones acres, como el de sus senos, como el de su espalda, como el sabor que tenía toda su piel, incluso con el olor a jabón que tenía al llegar a mi cama y me contaba en secreto que se había bañado antes de verme. Que había lavado su piel blanca y tersa sin pudores, o al menos con pudores desvestidos. Esa piel sedosa, jovial, que pedía mi lengua en sus nervios, que pedía ser estimulada por la húmeda caricia de mi saliva y sus labios, y para sus labios, y en sus labios. Y entonces me regalaba unos gemidos que confirmaban un buen trabajo. Y entonces nos volvíamos pegajosos a la piel del otro, cálidos, húmedos y pegajosos uno para el otro; implosionando en su cuerpo con un orgasmo que la dejaba abatida durante unos minutos satisfecha donde, al recuperar el aliento, pedía nuevamente más, volviéndose una fuente, una pequeña fuente en mi cama, mojando las sábanas, las cobijas y el colchón. No había nada más en el mundo que no fuera ese momento de éxtasis, de explosión primigenia que hacía nacer al mundo en su boca y en su mirada, y en sus pulmones, a través de suspiros que nos daban la ilusión de ser uno, al menos por un par de segundos.

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