jueves, 12 de junio de 2014

Carta no entregada a una niña que me quiere o me habría querido

No es que sea realmente tan malo, tampoco es que esté tan roto. De igual manera mentiría si dijera que estoy completamente bien; sin embargo, todo se trata de una especie de prueba (no sé por qué pongo pruebas, pero sé que es la única manera de acercarme a ti). Si dijera que todo está bien, que soy el tipo que esperas, el sujeto inteligente y carismático que crees que soy (porque no soy ni inteligente, ni carismático), las cosas no valdrían la pena. Hago esto por una razón: si quieres estar conmigo me gustaría que lo hicieras en los momentos que tienen un poco menos risas de lo normal. Que vieras los peligros por los que transito, esos momentos de humo y alcohol que me llevarán a malos ratos (e inolvidables, e invaluables). Porque estar con alguien en los momentos buenos no tiene ningún mérito, todos pueden estar a lado de alguien mientras el aire huele a rosas y sexo, a mañanas y desvelos, a risas; pero estar con alguien cuando lo único que tiene es úlceras, y pus, y dolor, un hedor a vómito matutino, a dientes podridos como sueños, ahí está lo difícil. Estar con alguien que ríe siempre es más fácil que con alguien que siente el dedo de dios cazándolo para darle una buena aplastada: el olor al culo roto por ángeles guardianas que no saben hacer otra cosa que sodomizar a cambio de sus favores de protección. Estar con alguien en los momentos jodidos, no es lo mismo que estarlo siquiera en los malos ratos... por eso, siempre que me buscas hablo de más, no soy sutil al aceptar tus invitaciones, advierto de antemano que las aceptaré con la intención de apresarme a tu par de labios finos, a tus caricias, a tus ojos, advierto aceptar esas reuniones de ansiedad cabrona donde no sabré hacer otra cosa que meterme en tus brazos. Sé que eso te alejará, que impedirá que me mandes un mensaje durante semanas, que te hará pensar en la distancia. En realidad no quiero que te alejes, sé que me alejé yo mismo, pero lo que realmente quiero es que me preguntes a qué me refiero cuando digo que hay cosas que no deseo mencionarte para evitar que te preocupes; por eso no te digo que bebo más y fumo mucho, porque no quiero que llegues a mi casa, que te aparezcas de repente y me digas: tranquilo, he venido a salvarte, y me abraces, y me metas en la cama, para que después de cogerme solo me vuelvas a abrazar. No le digo a nadie esta problemática, porque también me asusta que estés, que realmente estés y te preocupes, y me apoyes de verdad y, entonces, no tenga más opción que llorar, y seguir llorando, de tristeza, de soledad, de compañía, de arrepentimiento, de ayuda y gratitud. Por eso no quiero decir nada, no quiero que estés, no quiero tu cercanía, no quiero hundirte en mi agujero, porque es mío, es un hoyo que he cavado y al que le tengo aprecio pues es verdaderamente mío y sé que no me dejará nunca.

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