sábado, 21 de junio de 2014

Para seguir callando

Tú le escribes a ella, lo revisas, lo corriges, dudas. Lo ocultas. Esperas que algún día lo lea sin leerlo. Esperas que sienta lo que escribes. Desde hace un tiempo piensas en ella, la tocas en ese calor que se acumula en tu cuarto, sientes que te toca en ese frío que se acumula en tu cuarto. Le sigues hablando en silencio y a escondidas, esperas que te hable, que te cuente de sus frustraciones, de sus miedos y sus planes a futuro. No te das cuenta de que te involucras, de que la anhelas acompañarte algunas noches en la cama. No por el hecho de cogértela, no por el hecho de tocarla; por la compañía, por su aroma, por la vitalidad que irradia, como si supieras que aquella vitalidad te revitaliza, como si quisieras ignorar que se vacía, que se expone y se sigue vaciando. Sientes que se vacía hasta la muerte, en su sonrisa se vacía. Y quieres ser el tapón que la ayude a no derrarmarse entera, el tapón que pare el seguir manando a esa herida que es su sonrisa. Pero esa sonrisa te da vida, te hace pensar que a veces puede sonreírte por algo más que la fantasía de una amistad sincera. Te da vida pensar que esos labios que le enmarcan la carcajada se cierren en torno a tus labios, que esos ojos curiosos paren su curiosidad en tus pupilas, detengan el tiempo. Ella es ella, así como se ha mostrado, en esa sincera caricia de su voz áspera y grave, en esa caricia que se detiene tras de sus anteojos, y que, a veces, se muestra en la necesidad de un abrazo, donde se quita los lentes y llora sobre tu hombro. No te gusta que llore, pero sabes que los ojos se le hacen más bonitos cuando se le caen unas lágrimas. Cuando le apagas la luz para que llore a gusto, y después te diga: ¿Por qué apagaste la luz? Y tú le contestes que no es nada, que sólo respetas su intimidad, y a ella no le quede más que decir que se ve fea llorando, y a ti no te quede más que decirle que es mentira, y que ella lo sabe, que ella seguirá siendo hermosa tenga una sonrisa o un llanto colgado de la cara. No te interesa mucho nada, sólo esos momentos de compañía, hasta que de pronto se aparezca en tu casa, y te acompañe en la bebida, y platiquen horas en otras lenguas, y beba, y sigan bebiendo; hasta que le gane el sueño, y te pida dejarla dormir y le ofrezcas tu cama, y ella te ofrezca dormir a su lado. No seas mentiroso, esto ya lo habías fantaseado, te toma por sorpresa sin tomarte. Tú sentías que sólo era cosa de estar un día a solas, de dejar que se desvistan los tapujos y las moralidades, de abandonarlos o beberlos con ron hasta que desaparezcan. Tú sabías, ella te lo había transmitido: el día que estuvieran a solas algo pasaría. ¡Y entonces qué haces! Le haces piojito, con un brazo que le sirva de almohada, y la escuchas plácida y placentera sentir las caricias, y la sientes mover su cuerpo hacia el tuyo, y te dejas llevar hasta que la culpa te detiene, hasta que ella misma platica, hasta que se queda dormida otra vez, y te dices a ti mismo que es momento de parar, que hay que ser sensato y no hacer nada porque tiene novio, y no quieres que engañe a su novio, no quieres ser motivo de culpa, no quieres que por ti pase lo que sabes que tiene que pasar y, más aún, no quieres ser uno más. Uno de esos que sólo la han visto como objeto, como una chica guapa, linda, hermosa, con la cual sacarse una tercia de orgasmos, para pensar después en ella, pero no como un ella, sino como esa muñequita que coge rico, a la que sólo se la quieren coger otra vez. No, tú lo que quieres es la niña asustada detrás de esa máscara de mujer liberal. Tú lo que quieres es lo que tiene atrás del pecho y no del brassier. Y entonces respetas, le haces piojito y evitas los embates de su cadera que busca tu pelvis, y sólo la quieres plácida y apacible, recostada a tu lado, como esa promesa de un beso que será algún día, y será sincero y será, sobre todo, incierto. Pero eso no evita tu duda, tu sensación de que la cagaste, de que debiste aprovechar la oportunidad y cogértela; de haber sido como cualquier otro, porque nadie toma en cuenta ese tipo de detalles, y todos prefieren acordarse de la buena cogida, o de la cogida que pudo haber sido, pero que no quisiste aprovechar. Y entonces, solo te queda aferrarte a la idea de que hiciste lo correcto, y de que lo correcto fue no haberle sacado ni un beso, y olerla, y metértela en la cabeza y en el pecho, y en la imaginación y en la memoria, y en la incertidumbre. Y entonces no te queda más que la incertidumbre y la vocecilla que dice que la cagaste, y se pelea con la vocecilla que te dice que hiciste lo correcto. Y la dos tienen razón, y las dos apestan, y las dos lo saben. Y todo tú lo sabe, pero ella no. Así que callas, y escribes para seguir callando.

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