lunes, 15 de diciembre de 2014

ORGE (capítulo 2 del limbo, capítulo 8 de la numeración seriada de mi novela)

Cómo no estarle agradecido a alguien que te visita tu blog como loco (el 12 de diciembre, entre las 10 y 12 del día, mientras estás dormido) y te hace tener un sueño en ese mismo lapso de tiempo, que te detona la idea para ponerte a escribir el siguiente capítulo de tu novela. Cómo no estar agradecido con alguien que te ha ayudado a ser tan chingón en lo que haces (e ir mejorando más todavía), aunque tu hígado pague las consecuencias y te hayas vuelto una piltrafa en todo lo demás (pero cada vez soy mejor escritor). Cómo no desearle otra cosa más que felicidad...

ORGE

Volví a soñar con ella. Durante veinte minutos que le robé a la eternidad, volví a ser plenamente feliz. En realidad no sé si fueron veinte minutos, dos horas, o diez segundos, pero ella apareció. De nuevo se hizo presente viajando en el metro a mi lado, y aunque haberla encontrado sólo se trataba de una mera casualidad, para mí era como si hubiera decido regresar. Entonces me le quedaba viendo a la cara y ella me preguntaba por qué la veía tanto, y a mí no me quedaba de otra que ser sincero, le decía, incapaz de contener mi emoción: "porque estás bien bonita".

      Sus ojos claros, su piel clara, su cabello claro. Su claridad policromática; pequeños arreboles en sus mejillas; los verdes, los azules, los dorados y los rosas. Yo no recuerdo haber soñado nunca a colores, a veces creía haberlo hecho, pero nunca con la certeza de esta vez, donde podía verla en Technicolor, o en High Definition, porque se le veían las arrugas de los labios, las marcas de los granitos y hasta el vello suave y fino de sus patillas. Y entonces estaba seguro de que no era otra cosa más que bonita; algo apenada, pero bonita, un bonito a secas, un bonito al que yo me había acostumbrado y desacostumbrado después, o al menos hasta ese sueño. Un bonito que se había hecho bonito con la distancia, y los recuerdos que me recordaron que en algún momento había sido feliz y no me había dado cuenta... como siempre pasa, pero aquí lo supe reconocerlo en ese mismo instante; y sin que lo definiéramos sabía que había regresado. Y yo iba a casa de mi madre... debí haber sabido que era un sueño: ella de vuelta debió haber sido suficiente para despertarme por semejante incongruencia; ir con mi madre debió despertarme una segunda vez por semejante imposibilidad. Pero no desperté y ella seguía ahí, con el nervio temblándole en la voz,ese nervio que pocas veces me dejó conocer, desgranándosele a palabras: "siento raro ver a tu mamá". 

Y entonces bajábamos de la estación del metro, íbamos caminando fuera, y yo estaba en aquella ciudad distorsionada a la que sólo voy en sueños, y que no tiene mucho que ver con la real, y que conozco tan bien como la de verdad, para comer, por la emoción de ir a comer a algún lugar como los que solíamos visitar en antaño; cualquier puesto callejero que nos diera buena espina, o mera curiosidad. 

Un beso, ¿qué se hubiera sentido sentir de nuevo un beso? Estoy seguro que no la arcada violenta que me trajo de regreso a la cama, en un ataque de tos, quizá por fumar, o por el frío, o por ambos. Llevaba días enfermo, y la enfermedad hizo su recordatorio en el peor de los momentos, dejándome sin otra opción más que darle el trago a la botella que tenía en el buró, para sentir un alivio momentáneo en el ardor y la garganta. Me dolía la temperatura, el frío me dolía, y el calor también hacía que me doliera la piel; seguramente tenía fiebre, y entre tanto dolor no me quedó otra más que volver al sueño.

No sé cuánto pasó, volví a los sueños sepia. Otra vez a los lugares que sólo se visitan en sueños. Otra vez al parque donde ella me encontraba desde los trece años, donde estaba con su delgada figura, sólo cubierta por un camisón que le mal cubría el cuerpo, pero se ajustaba a las formas importantes: parte de sus caderas, su espalda, las curvas de sus senos, los pezones; otra vez me miró con ese gesto apacible y sereno, y esa sonrisa que no hacía otra cosa que invitarme a que me acercara, y que después reafirmaba mostrando su mano. Yo miraba a todos lados, confirmando que fuera a mí a quien le hablaba, me sonreía, y yo volvía a mirar para ver que no estuviera el novio en turno que me quisiera golpear, porque, lo sé, ella era demasiado bella para mí y yo no podía creer que una chica tan linda me estuviera haciendo así de caso. Entonces me acercaba entre asustado y sumiso, con la cabeza gacha y la oreja aguzada, y la nariz, y todo a la espera de la señal de peligro. Porque algo me decía que estaba en peligro. Me sentía como un cervatillo cobarde, y entonces me daba cuenta de que era un cervatillo.

Hasta ahí siempre se trataba de lo mismo; siempre que tenía ese sueño era igual, y siempre sentía que de lejos ese novio escondido me iba a dar el tiro, para desollarme después, vender mi piel y hacerme en guisado. Pero no podía hacer nada más que acercarme. Por primera vez el sueño siguió su curso y dejó de ser como esos sueños de caída donde despiertas antes de llegar al fondo. 

Lilith sacó un cuchillo y mientras me acariciaba empezó a afilar mi cornamenta; no me había dado cuenta de que poseía una cornamenta hasta ese momento, y con paciencia afilaba cada asta. Sabía que cada una de ellas era punzante. También sabía que me dolía, pero las caricias curaban la dolencia y me hacían sentir grande. Aquella Lilith sepia me acariciaba, aquella Lilith apacible, mostraba una sonrisa que no era capaz de distinguir. Miré a todos lados, escuché voces que no era capaz de entender, ni de distinguir de dónde provenían. Y de entre todas esas voces una cobró nitidez, y en el barullo decía que tenía que hacerlo. Que así es como debían de ser las cosas. Yo no quería, sabía a qué se refería esa voz que repetía que debía de hacerlo. Empecé a escuchar otra en un dialecto desconocido, y aunque no la entendía me produjo enojo. Entonces arremetí contra el pecho de Lilith, y al mirar de vuelta, me di cuenta de que era Cain. Había atravesado en el pecho a mi hermano. Mi enojo crecía mientras buscaba a Lilith, al verla de nuevo, la embestí tratando de atinarle al rostro para así no perderla de vista, errar el destino. y aunque el camisón seguía siendo el mismo al mirar mi objetivo me di cuenta de que era una de mis tías, o quizá las dos en una misma; le había dado en el ojo; una mitad de ella estaba paralizada, como muerta, de la otra mitad, la del ojo herido, no brotaba nada más que el llanto y las lágrimas. Sentí paz. Y junto con esa paz me llegó también el desconcierto, el miedo, me sentí observado.

Ahí estaba Lilith invitándome con la mano a que me acercara; poco a poco me acerqué a ella, nuevamente con la cabeza gacha y el oído aguzado. Me acarició. Me limpió las astas. Me miró mientras retrocedía sin dejar de mirarla. Lilith estaba apacible, serena. Y yo sentía la necesidad de atacarla. Le anuncié el ataque piafando la tierra; ella me miraba con una sonrisa. Después pude verme desde fuera, me veía a la distancia, al venado que era y a Lilith. Cuando la ataqué, miré a través de una mirilla y disparé. 

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