viernes, 17 de enero de 2014

Otro fragmento aleatorio de novela

Desde hace unos tres o cuatro meses, estoy construyendo una novela de la que no tengo más que un capítulo, poco a poco, se me aparecen partes de esa historia y las escribo, quizá algún día se vuelvan parte del texto, no lo sé, lo que sí sé es que me muestran la vida de esos personajes que estoy tratando de escribir. Aquí dejo otro fragmento aleatorio de esa novela; lo más odioso, es que estoy trabajando en otra y me da ideas para esta que ya tenía varias semanas abandonada, detesto no poder terminar ninguna de las dos...

¿Realmente Lilith se había ido? ¿Había desaparecido entre humo y cenizas de mundo oníricos, tal como cuando llegó? Durante una decena de meses creyó había vuelto a los trocitos de olvido en los que se le alojaban algunos sueños que durante un tiempo fueron repetitivos, y después de mucho ignorarlos, decidían ignorarlo a él. 

      Había tantas y tan constantes dudas, que así lo sentía, como una especie de sombra que manchaba un claro soleado. Cuando estuvo por cumplir el año ni siquiera la recordaba, había aprendido a vivir tirándose de a loco al punto de que él mismo se había cansado de intentar hablarle. 


      Las señales también dejaron de aparecer. No había más lunas que mostraban su nombre burlón en el cielo no-estrellado de la noche citadina. Así como también el tono de su voz, se había vuelto como el de cualquier otra mujer que le alcanzaba los oídos con el aliento cálido, o el eco distante y frío de una plática que no le pertenecía.

      Vivía en la oscuridad literal, era la manera de sentirse verdaderamente solo. Las sombras se tragaban su propia sombra, y el espejo no tenía luz que reflejara nada. Ahora dudaba siquiera que existiera un espejo en esa casa de sombras que conocía de memoria y que había medido a pasos.

      Pero tampoco era tan drástico como a él le hubiera gustado que en realidad fuera, siempre tenía que salir para comprar algo de comida, solo que ya lo hacía con la mirada abajo, evitando mirar las paredes que en algún momento habían sido testigos de alguna fechoría infantil a las que Lilith lo alentaba, y que a veces, de soslayo, percibía poseedoras de las marcas que le habían dejado. 


      Un vecino que le llegaba a preguntar sobre ella, la rama de un árbol del que se había colgado para jugar a los piratas y decirle que había tierra a la vista, señalando el supermercado.

Odiaba eso, pero odiaba todavía más el no poder alejarse de esos lugares. Ponía mil y un pretextos, pero en el fondo solo había uno real. Una de esas profecías que tanto quería ignorar, haciéndose el fuerte y desinteresado, pero que no dejaba de susurrarle al oído, cada vez que pensaba marcharse, que Lilith regresaría, y cuando lo hiciera, sería demasiado tarde, y ella terminaría llorándole más de lo que él le había llorado. Movía la cabeza negando y en voz baja se decía orgulloso que él no había llorado. Cuando lo decía, le costaba tragar saliva, y no se trataba de otra cosa más que su cuerpo diciéndole mentiroso, un mal mentiroso que no era capaz de engañarse a sí mismo, un peor mentiroso, que se decía a sí mismo que no tenía por qué hacerlo, si nadie le había preguntado nada.

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