jueves, 16 de abril de 2009

Sandra y Érica parte 5

—Parece que no sangra. Ahora a terminar con el baño que si no, nos quedaremos sin desayuno —y con una calurosa sonrisa continúo como si nada.

Así siguieron las cosas, como si nada, la ocasión no se volvió a repetir, la pequeña estaba desconcertada, el día de la ducha le pareciera que su tía la deseaba, que se encontraba a punto de conseguirle, pero ahora, todo era como siempre, en ocasiones intentaba seducirla sutilmente mientras dormía, frotaba sus genitales en la pierna de esta o viceversa, otras veces, hundía la cara en sus senos, pero siempre sin respuesta por parte de la mayor. Lo que Érica no sabía es que debido a ella, Sandra se cambiaba diariamente de ropa interior incluso si no se había bañado, o que cuando se duchaba era espiada y usada como objeto de masturbación, de la misma forma que ella lo hacía con su tía.

Uno de tantos días casi al finalizar el periodo vacacional, Sandra no estaba, había salido de fiesta; para pasar el rato Érica miraba una película en la que una escena para adultos entre dos mujeres, la comenzaba poner cariñosa y, justo en el momento más candente la lluvia había hecho que se fuera la luz. Se sintió frustrada por la abrupta interrupción, pero inmediatamente se gestó la idea de masturbarse, no siempre tenía tan buena oportunidad pues en las noches era usual que su tía o su abuela estuvieran presentes; el tardarse en demasía en el baño podía delatarla, y ahora que hubo descubierto el placer de autosatisfacerse, no despreciaba cualquier oportunidad que tuviera; era demasiado temprano para que llegara Sandra, y si la abuela entraba a la habitación no podría descubrirle con semejante oscuridad. Así que se preparó, metióse bajo las cobijas… deslizó una mano por su rostro descubriendo partes más erógenas que otras, bajó por su cuello empezando a descubrir sus sencillas curvas, por fin comenzaba a conocer a plenitud su físico, de pies a cabeza; la nuca… sus hombros… la espalda… brazos… manos… estómago… la pequeña pancita de la que no se había percatado, los dedos de sus pies… sus plantas… las pantorrillas… la zona interior de sus rodillas, su regazo… sus muslos… sus nalgas… las ingles… su ano… el perineo… su vulva… su clítoris… Todo en ella eran terminales nerviosas, bastaba una caricia efímera y superficial, un contacto más directo, unos dedos ensalivados, un suave apretón (o más violento). Cada área es distinta, y distinta era su estimulación, a distintos tiempos; el éxtasis le recorría con la sangre, su cuerpo temblaba de forma extraña —como convulsionándose—, no podía controlarlo. Los labios eran arrastrados con el lento salir de los dedos de la boca, húmedos entraban por el conjunto de fluidos corporales, húmedos salían por la saliva; cada exhalación de aire era un “aaahhh” de diversa intensidad. En su interior su cuerpo jugaba con ella a través de contracciones. La propia clave Morse del placer.

De pronto una frase en la oscuridad el heló la sangre. “¿Te ayudo?”, fue lo que había escuchado. Érica no se dio cuenta de que varios minutos atrás su tía entró en la habitación, sin ruido; dentro de ella una lucha con su moral se estuvo llevando a cabo. Sabía que el día del baño se había excedido, se dejó llevar por la calentura y trataba de contenerse desde entonces. El objeto de su deseo era parte de su sangre, hija de su hermana, era como su propia hermana pequeña, por eso trató de contenerse masturbándose y espiándola; no podía cruzar esa línea, no debía, pero su cuerpo le exigía fundirse con el de la jovencita, ser una sola, nunca había sentido tanta atracción por alguien como lo había hecho con ella… pero era como su hermanita. Entonces, entre su lucha interna, y los delirios carnales de Érica escuchó a esta, pedía a Sandra, se masturbaba pronunciando su nombre: “sí, Sandra… tómame, soy toda tuya… pruébame, saboréame… oh sí, qué ricos se sienten tus dedos, Sandra… méteme tu lengua”. Y entonces su voluntad se quebró, no importó nada, solo ser la una de la otra, se aproximó a la inocente niña y le ofreció su ayuda.

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