sábado, 2 de febrero de 2013

A la caza del sincero

Juanito (Pachito, Manuel, Marco, o como quieran llamarlo) asumió su culpa a los 3 años al romper el vaso de leche. A los cinco años pasó mal el recado por teléfono y dijo: "dice mi mamá que no está".
   
     ¿A qué viene esta mala y breve historia? A la caza de brujas que me ha sucedido últimamente. Parece que mi mayor defecto es mi sinceridad. Al menos eso me ha pasado en mis dos últimas relaciones... a ver, a ver, empecemos de nuevo.

     El mundo apremia la sinceridad, la vanagloria como si fuera un valor que es necesario incentivar, pero socialmente es disfuncional. Las personas cazan a los sinceros los persiguen de tal manera que los más inteligentes tienen que aprender a mentir para poder estar en este mundo sin ser criticados y comidos por los demás. Los mentirosos son premiados en tanto no se descubran sus mentiras y lo sinceros que asumen su sinceridad de forma inmediata son vistos como cínicos.

     Ahora sí, y aterrizándolo en mi caso concreto, mis dos últimas relaciones valieron mierda porque he aceptado mi historial de negligentes experimentos de vida: fui infiel un par de veces, y acepté contar las cosas sin tapujo y sin miedo las cosas que había hecho, pues confío en la decisión de cada persona. Y así perdí la primera de estas relaciones de las que hablaba. La segunda por petición: terminé contando lo que había pasado en mi relación anterior y mis deseos sinceros de cambiar, pues habían terminado mis experimientos, que también había expresado en mi relación pasada. Pero la verdad es que la gente no cree, no confía y además castiga esa sinceridad...

      Sinceridad: solo los más correctos, los más valientes o, como en mi caso, los más pendejos.

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