12. Otra pesadilla.
¿Qué hace él
aquí? Qué carajos hace él, ya lo habíamos dejado en que era un sueño. ¿Llegará
igual que la vez pasada preguntándome si ya me voy a matar o si ya me voy a
poner a escribir?
—Tranquilo, vamos a caminar. Y sí, definitivamente, Coyo se ve mejor de
madrugada; ahorita lo arreglo, pero primero vamos por un café al Jarocho.
(…)
—No sabía que vendían café con
alcohol en el Jarocho.
—Digamos que soy un miembro que posee ciertos privilegios aquí.
Toda la gente empieza a
desaparecer, a esfumarse, son como fantasmas caminando que cada vez se llenaran
más de aire y se fueran vaciando de materia.
—No nos pueden ver, incluso puedes morbosearles el culo de forma
descarada y no te dirán ni pito. No te hagas, yo sé cómo te han dado ganas de
hacerlo con alguna que otra vieja buenona que pasa con sus falditas como
invitándote a arrancárselas, y cogértelas en la plaza.
—¿En dónde estamos?
—En Coyo…
—Sí, pero en dónde.
—Para fines prácticos, y dejes de estar de castrozo, estamos en un
sueño. Y no te diré más, al menos no hoy. O ¿qué?, ¿también vas a llorar por no
saber en dónde andas? Si los hombres nos alcanzáramos el miembro con la boca extrañaríamos
menos a las viejas. Practica yoga, quizá así dejes de andar lloriqueando por
una desgraciada. Puta igual que Lola.
—¡Cállate!
—¿Qué vas a hacer? Vayas donde vayas, te escondas tras tantas cobijas
antimonstruos como quieras te voy a encontrar, y ahorita tienes de dos para librarte
de mí, o te matas y terminas con esto, o te despiertas, y al menos la segunda
no te voy a dejar hacerla, así que decide.
¿Está lloviendo? Llueve pero tampoco nos mojamos.
—Muy bien, escoges el silencio, ¿qué,
te da miedo morirte? ¡Pero si estás dormido…! O quizá es que en realidad no
quieres que me calle, quieres que siga, ¿sabes? Creo que eres medio masoquista.
—Claro que no.
—Sí, piénsalo. Mira, había una abejita reina que se llamaba Karina, y
después apareció otra abejita reina llamada Eloísa. La abejita Eloísa no quería
problemas y por eso casi casi se ponía como una alfombra ante ti para evitarlos.
Pero qué hizo el zángano Marco; regresó con la primera abejita porque la “amaba”.
Luego también está por ahí Jimena, que cuando la conociste te dijo que tenía
novio y tenía amante, y madres, que Marco se enamora. Después el zángano
encuentra a otra chica que como Karina, tenía problemas con sus papás, y también
es cuatro años más joven que él, Marco se enamora de ella, aunque lo trajo como
calzón de puta hasta que se desesperó de tanto desmadre, aparece Grizel
(reaparece) cuando las cosas con Liliana ya no están tan bien. Es como si la
vida te pusiera otra oportunidad de hacer lo que no hiciste con Eloísa en una
versión mejorada, más afín, que le dijo que le enseñaría todo lo que pudiera y
si se sacaba la lotería sería su esclava, y madres, nuevamente, Marco busca el
primer pretexto que encuentra para regresar con Liliana porque quiere estar
complicándose la existencia.
—No es tan así.
—Claro que sí, hazme caso. Olvídate de Liliana, ve con Grizel, con ella
disque escribes, porque lo único que haces es ponerle splenda en mensajes de
texto y ahí está Grizel: “oh sí, Marco, vomítame tu miel, sírvemela en un vaso
que me la quiero tragar toda para orinar
rosas y cagar corazoncitos”. Eso que le escribes no deja de ser mierda aunque
la sazones con azúcar, pero por lo menos le escribes más. Espérala, qué son
unos días.
—¿Por qué la insistencia?
—Mira el Kiosco, con su brillo nocturno y el vapor de nuestras bocas. Tú
ves piedras, pero todas esas piedras, todo ese concreto, aquí y ahora, no son
más que palabras, está hecho con las palabras de todas y cada una de ellas, con
todos sus: “te quiero”, “te extraño”, “te necesito”; todas las camas y los besos
y los abrazos, están hechas de todas las miradas, las risas, los enojos, todos
esos golpes, esos corajes. Las escaleras están llenas de los viajes, las
carreteras, los autobuses, los desvelos, los paseos; los “te amo”. Tantos
recuerdos. Todo eso está ahí, unido con lágrimas, sudor y semen. Ojalá llegara
un meteorito y destruyera todo, ¡pum!, volver a empezar, hacer nuevos
monumentos a tu locura y tus desdichas. Rompe ese viejo kiosco, vete con ella.
—¿Por qué?
—Porque si Karina no te llevó al suicidio, Liliana lo hará. No sé si te
quieres hacer el pendejo o el ciego, tú sabes que lo que digo de Liliana es
verdad. Como con Lola, son básicamente las mismas, orgullosas, berrinchudas,
ventajosas: “yo sí, tú no”, ¿o crees que a ella le importa lo que haces? No,
para ella eres un egoísta porque no tiene relevancia que Marquito “salga detrás
de mí en plena madrugada porque me puse a hacer berrinche y la zona está fea,
ni que me aguantara mi bipolaridad de me quedo contigo, regreso con mis papás,
me quedo, regreso; prefiero ponerlo celoso con sus amigos y los comensales,
para que yo no sea la única celosa; Marquito no quiere pelear y a mí me enoja
que no quiera pelear, por eso me hago la digna, le digo que no tengo nada, y
cuando ya se va, le reclamo que qué le pasa, que si no le importo y cómo puede
irse y dejarme así, como si no me hubiera preguntado primero qué tenía; o que
Marquito pague todo menos la mitad de la renta, para que yo haga con mi dinero
lo que quiera, ni me salvara de quedar con el rostro quemado por andar jugando
a escupir fuego y no saber qué hacer cuando se me prendió la cara; ni siquiera
le importó que Marquito se jodiera el lomo durante un mes porque yo estaba
recién operada y no podía hacerlo”.
—Eso de la operación nunca ha
pasado, ¿a qué te refieres?
—Perdón, estaba proyectándome.
—No, dime.
—Nada, hazme caso y ve al baño, antes de que tu siguiente anécdota sea
sobre cómo te hiciste pipí en la cama a los veintitantos. Por cierto…
Carajo con estos sueños. Cómo me
mal viajan. Pinche inconsciente, esto es obra tuya, cerebro idiota. 'Ni
madres, es del inconsciente'. A la chingada, deja de joderme la puta
vida, cerebro. 'Bueno, pero por lo menos prende la luz para que le
atines a la taza'… Tranquilo, seguramente es tu imaginación, aunque yo
también creo que vi en el espejo la palabra “escribe”.
(…)
Perfecto, aquí estamos, haciendo
locuras nuevamente. A la verga Grizel, no pudimos aguantar siquiera una semana
sin novia. Estoy empezando a pensar que de verdad tenemos problemas con la
soledad, '¿estás seguro de que es amor y no soledad? Mira, recuerdo que
hace unos años le dijimos a Karina que tú solo te apoyabas en tu pareja, y que
si ella no era, que sería otra, nadie es indispensable; y madres que se suelta
a llorar', ¿por qué todas las mujeres-niñas que conocemos, quieren que
les digamos que son especiales para que se sientan especiales?, con un dedo
extra, un coeficiente de doscientos o una tara podríamos justificar que lo sean,
quizá es la edad. Pero entonces podría ser Grizel, Jimena, Liliana, o Panchita
López; 'quizá, ahorita lo preocupante es que solo a nosotros se nos
ocurre venir casi a media noche a casa de Liliana, en una colonia de la verga,
con malandros drogándose a la vuelta de cada esquina'. ¿Y si la
descubrieron sus papás? 'A chingar a su madre, tomamos un taxi a casa de
mi mamá y le decimos que nos preste para pagarlo'. Esperemos diez
minutos más… ocho minutos más… ¿será amor…? Seis minutos más… Ahí viene. Síííí,
que nervio escuchar cómo mete las llaves para abrir la puerta... Estuvo llorando,
reconozco las bolsas que se le hacen por llorar, y los ojos deslavados que en
lugar de verdes parecen grises. Pero qué bonita sonrisa; mi trompuda hermosa.
¡Qué bonita es! Cuántas ganas tenía de pasarle los dedos por su cabello y
acomodárselo detrás de la oreja…
—No hagas ruido, si te escucha el
perro va a despertar a mis papás, me estoy quedando en el cuarto de acá abajo.
—OK.
—Eres el primer novio que conoce mi casa por dentro. Métete rápido.
—¿Cómo le vamos a hacer mañana
para salir?
—Mis papás se van temprano,
podemos sacarte antes de que se vayan. Lo planeamos después. Mientras abrázame.
Puta, cómo no va a ser amor
esto. Basta estar entre sus brazos para sentirme lleno otra vez, como si ella
ya fuera parte de mí. A la verga mi cerebro, a la verga el sociópata desconocido
de mi inconsciente, me dirán toda la misa que quieran pero yo sé lo que siento.
Sonrisa por aquí, sonrisa por allá, un suspiro, dos suspiros, tres.
—¿Qué haces con la ropa puesta?
Te quiero desnudito, me encanta tu cuerpo, y tu pancita. Desvístete. Yo te
tengo una sorpresa.
No es sexy lo que hace, pero no
estoy buscando sensualidad, solo esos ojazos… ok, sí se le ve bien esa lencería
roja como de encaje. Fuck, retiro lo de no-sexy; tal vez no fue la mejor manera
de desvestirse, pero ya así semiencuerada…
—Quiero hacerlo con una canción.
—Ok… ¿Placebo?
—Sí… shhhh, nada más hazme el
amor, Mar.
Esa canción no es romántica,
pero… qué ricos son sus labios, carnosos, suavecitos. Cómo no voy a amarla, si
en sus brazos, en sus pechos, en sus piernas, en su saliva, me siento como en
casa, como si los dos encajáramos a la perfección, casi podría escuchar que
hacemos Clic…
—Me gusta hacer el amor contigo.
“Me gusta hacer el amor contigo” sonó raro ese contigo, contigo, contigo…
—¿Conmigo?, ¿en esta semana lo
hiciste con alguien más?
—Sí, Mar, pero no me gustó,
contigo está rico, me gusta mucho, es especial, me enchinas la piel cuando me
acaricias, cuando me pasas las manos por el cabello; me prende cómo me agarras
las nalgas, me pones loquita.
Sonríe y déjalo así, no tienes
nada que reclamar, tú permitiste el tiempo y durante ese tiempo no eran nada,
así que te chingaste. Quizá es una especie de venganza de que le dijeras en el
viaje que tú eres una puta, y que necesitas de musas para escribir y ves una
vez al año a Jimena, ella aceptó que eras así. Te dije, no le digas, no lo
hagas, aguántate. Pero no, ahí va Marco a ser sincero, pendejo, ahora te jodes;
aunque lo aceptara sabes que es poco probable que las cosas salgan bien. Pero
bueno, ni pedo, está con nosotros, es lo que vale, no con otro, confórmate con
eso.
—Quiero estar en nuestra casita.
¿Ves?, más pruebas, tranquilo.
Es como cuando le encontraste mensajes, no pasa nada, duele, pero no chille. 'No chillo, pero se siente feo'.
13. Un viejo amor me puede consolar
Ayer estaba pensando en Andrea y
ahí está ese recuerdo de cuando la vi hace dos años, al dormir se me ocurrió
ese capítulo; qué cagado con Marco, cómo se asusta cada vez que me encuentra.
En algún momento tal vez le revele que soy su autor, solo espero que no se
cause una indigestión que lo lleve a la muerte; aunque sería muy cagado, un
suicidio por saber que es un personaje no me serviría de mucho.
A
estas alturas, lo único que me queda son recuerdos y fantasías, uno se abraza a
algo intangible cuando ya no le queda nada tangible. Pero aún es muy pronto
para aferrarse a Dios. Más cuando yo soy como Dios. Quizá un día le mandaré la
peste, o sífilis o gonorrea. Ahorita no, ahorita que disfrute de sus
pendejadas, que se encule para que cuando valga verga todo, sienta como si lo
colgaran de los pelos de los wevos. Es una mierda cómo uno termina creando
amigos imaginarios para no aburrirse. Es como mi Wilson, solo que no es un
balón ensangrentado. Yo lo quise ayudar, decirle el camino que debía de seguir,
pero cuando un personaje está bien desarrollado, no lo puedes obligar, se
sentiría forzada la historia; así que lo dejaré que se complique con Grizel y
con Liliana, mi Andrea y mi Lola.
Chale,
qué pendejo fui al dejar a Andrea irse. Ella estoy seguro que hubiera sido perfecta,
o muy parecida a lo perfecto. La conocí a los diecisiete, cuando estaba más
idiota que ahora; un chat de no sé qué pendejada, y de repente todos a quejarse
de sus madres, cuando yo empecé a quejarme de la mía, ella me dijo que la
entendiera, que le diera un masaje y que así iba a ver cómo cambiaba, jajaja. Claro
que sí; que no mame. Que ella le dé mansaje a la suya, le lleve café, té,
galletas, leche con chocolate y hasta champurrado si quiere. A mí que me deje
estar tranquilo con mis pedos; más o menos eso es lo que pensaba en esos momentos,
pero aun así, como era la única en el chat casi de mi edad, decidimos cambiar
correos.
Quién
sabe de qué tanto hablábamos. Pero sé que eran horas de andar chateando,
mandándonos mails y de alguna forma coqueteándonos. Recuerdo que le contaba de
mi relación con Karla, y siempre se le notaban los celos, la insultaba; yo le
decía que le bajara de wevos, que no se pusiera tan pendeja. No, eso fue
después.
Antes,
cuando no había pedo de Karla, hablábamos de libros, le gustaba leer, le gustaba
la filosofía, sí, ya me acordé. Hasta sentía que la muy cabrona estaba
queriendo competir conmigo porque le gustaban las mismas cosas. Cuando le dije
que estudiaría Filosofía, ella me dijo que también; cuando pasó el tiempo y dije
que me cambiaría a estudiar Creación Literaria, ella hizo lo mismo. Hasta
quería venirse a estudiar acá. Ojalá lo hubiera hecho antes.
Cómo
nos divertíamos platicando de nada, o si no, en los peores tiempos donde yo no
tenía internet, esperábamos una vez a la semana, yo iba a algún café internet
para leer y responder sus mails. Desde los problemas en nuestras casas, hasta
los días de escuela. Lo que fuera. Nos conectábamos a video llamadas para
hablarnos y saz, como si Cupido me trajera en jaque, termino dando las nalgas
por ella. Pero bueno, yo en ese entonces no tenía novia, ni había tenido,
seguramente hubiera dado las nalgas por cualquiera, así de fácil me dejaba querer,
moviendo la cola como perro a quien me mostrara algo de afecto (y estuviera
guapa).
Una
vez vino a la capital, me avisó de repente.
—Mario,
vine con mi papá a una exposición de estomatología. Voy a estar en el World
Trade Center todo el día, ¿nos vemos?
¡Pues
cómo chingados no! Tantas ganas que le traía a sus labios, bien definidos, a
sus ojos ligeramente rasgados. Sentía que ya tenía novia, pero a la vez
maldecía mi puta suerte para conseguirme a una que vivía hasta la chingada. Que
pasara lo que tuviera que pasar. En ese momento lo único que tenía en la cabeza,
era mandar a la verga cuantas clases se podían para llegar al centro de
convenciones y ver qué podía sacarle.
Ahí
estaba Andrea, esperándome en la entrada de la exposición, con un pantalón de
mezclilla y una sudadera rosa. Me sonreía y yo empezaba a sentir las patas como
deshuesadas. Platicábamos de lo que era vivir en la ciudad y lo que era vivir
en su rancho de San Luis, porque para ella todo lo que no fuera el Distrito,
era un rancho.
Veíamos los
diferentes stands, y conseguimos cepillos y pasta dental gratis. Era como una
señal del destino que me decía: “órale cabrón, a lavarse el hocico para que la
beses a gusto”. Pero por más que intentaba darle las indirectas, ella no se
dejaba, por el contrario sí me permitía abrazarla; pero quién chingados se
conforma con un puto abrazo cuando tiene una tarde para ver a la chica que lo
trae babeando las alfombras y hacer algo más.
Pero
no se dejó. Por más que intenté, la desgraciada no se dejó. Perra, por no haber
sido perra. Fuera de eso, pues no estuvo tan jodido, salvo por el final;
habíamos intercambiado cositas especiales, yo le di un collar con una especie
de cruz gótica con una piedra roja en el centro y ella unos pasadores, pero de
beso nada. Incluso casi para despedirnos, cuando yo llevaba cargando como
ocho bolsas de mierdas que ni siquiera eran para mí, tampoco me regaló uno. Por
el contrario, su papá le habló por teléfono, le dijo que ya iba a pasar su tío
por ellos y así, como si me metiera una patada en los wevos, me despachó
diciendo que me fuera porque venía su tío y no quería que nos viera. Doblemente
perra, ni beso y me trató como caca.
Cuando
hablé con ella por mail, me dijo que nunca me había mandado al carajo con esa
intención, pero que lo del beso ella también quería darme uno; puta madre, por
qué no me lo diste entonces, me quedé pensando; dijo que no podía darme un beso
porque no éramos novios. Carajo, triplemente perra y amarrada. Pero igual seguimos
hablando por mail, hasta que yo empecé a andar con Karla, ella se empezó a
encelar y, un buen día, me cansé de los insultos para Karla. A mí, por el
contrario, me elogiaba mucho y me armé de wevos para insultarla, fue la primera
mujer que insulté, pero ella ya me tenía tan harto de que le dijera a Karla
naquita y pendeja, que le tuve que decir lo suyo.
—A
ver, Andy, si es una naquita, o pendeja, es mi pedo, déjame en paz, ando con
ella. Por lo menos es más de lo que te puedes encontrar allá. Los pinches weyes
que me platicas, son unos pendejos que se creen mucho porque saben quién es
Carlos Cuauhtémoc Sánchez; pero allá no te encuentras a ningún cabrón como yo.
Pendejos a la vuelta de la esquina abundan, así que suerte con los tuyos.
—¿Y
crees que un pendejo como tú que es peor que un perro, o que la mierda de un
perro, es mejor que ellos?
—Tal
vez. Por lo menos yo no tuve que compararte ofensivamente para decirte las
cosas, así que piénsalo tú.
A
la chingada como durante dos años. No sirvieron de nada todas esas llamadas por
teléfono casi diario, ni los juegos de besos, abrazos y demás, ni siquiera que
me hiciera cantarle canciones pendejas de pop meloso en español mientras
hablábamos de larga distancia. A la chingada bien y bonito, con todo y nuestros
planes ilusorios de una vida juntos. Andrea era demasiado cobarde para hacer
cualquier cosa: le compré la guía para el examen de admisión que no hizo, le
investigué sobre la escuela en la que estaba yo, ya hasta había convencido a mi
mamá para que la adoptara como hija y se viniera a estudiar acá. A wevo, a
cometer incesto cada que se pudiera con mi nueva hermanastra. Pero no, puras
mamadas de su parte.
Después
me arrepentí, pese a todo, era buena onda la hija de la chingada, pero rencorosa
como mi tío y mi abuela, no me contestó ningún mensaje para tratar de llevar
las cosas tranquilas. Pero me buscó así de la nada, cuando apenas estaba
conociendo a Lola, me dijo un día en el Face: “estoy aquí”. Qué pedo, atrás de
mí o dónde. Pero no me dijo nada más hasta medio año después que se dignó a
platicarme con más detalle.
Al
parecer estaba en el Distrito, había entrado a estudiar a casa Lamm. Llevaba un
año y medio, o dos, aquí. Lástima por ella, lástima por mí, yo estaba con Lola,
y estaba bien, sin intención de cambiar nada por nadie, y menos con ella que
era tan pinche necia, más pinche necia que yo.
Pero
medio año más con Lola, y las cosas empezaban a verse diferentes. Pinche Lola,
todo el tiempo pensando que le ponía el cuerno con alguien, hasta llegaba a
olerme la ropa cuando me iba a dormir; la descubrí esculcándome los papelitos
que tenía en las bolsas para ver si me encontraba algo, y cuando me descuidaba,
también el celular. Me quería tener tan controlado que hasta me acompañaba a
ver a mi mamá para que no me fuera a ningún otro lugar. Por eso terminamos esa
ocasión. Ya estaba harto, hasta la puta madre porque no estaba haciéndole nada.
Salvo haber visto a Lucía cuando llevábamos poco tiempo de salir, y eso no se lo había confesado
nunca. Por si fuera poco todo el tiempo estaba quejándose de que su mamá la
presionaba para que regresara a casa porque se había ido sin terminar siquiera
una carrera y no tenía nada en qué pararse, y como yo tampoco la tenía, aunque
ganara más de dos mil pesos semanales en el bar, era visto como un pobre
diablo, un señor que le había lavado el coco a su princesita, un meserito con
el que tendría hijos meseritos. Así que órale, mejor a chingar a su madre,
literalmente hablando. Y le dije a Andrea que nos viéramos.
Ese
día paseamos un rato. La invité a la casa, y aproveché que Lola aún no se
llevaba sus cosas para decirle a Andrea que aún estaba con ella; ya sabía la
forma en la que chingaban a su madre las cosas cuando las formalizábamos, y con
ella había que ser muy precavido; un paso en falso y adiós Andrea durante medio
año.
Estuvimos
saliendo durante dos semanas, iba, la veía, platicábamos; daban las altas horas
de la noche y me regresaba a casa, siempre con los ojos entre pacheco y ebrio
por tantos besos y abrazos, y ella siempre intentando que formalizáramos la
relación; casi lo logra cuando me dijo que el universo confabulaba a nuestro
favor para que por fin estuviéramos juntos. Incluso me aclaró el incidente con
su tío, años atrás. Dijo que eso lo había hecho pensando en que quería venirse
a estudiar acá, pero que si me veía ahí ese día, seguramente su tío terminaría
convenciendo a sus papás de que no la dejaran venirse a vivir; si hasta su mamá
le dijo que no quería que me buscara. Pinche mala suegra, aún se acordaba de
que le había dicho que Andrea y yo nos queríamos casar. Pero no pudo
convencerme para que diera las nalgas como tres años atrás.
Incluso
antes de irse a pasar las vacaciones con sus padres, fuimos al hotel, queríamos
dormir juntos, pero como suele pasar en todo el mundo, terminamos más calientes
que somnolientos. Al menos al principio. Porque después, me di cuenta de que
realmente me gustaba esa mujer y que no me interesaba tanto sexualmente, yo
quería amor, quería que me asfixiara entre su abundante melena negra, y después
también quería que me dejara respirar porque sí me asfixiaba, quería que me
abrazara entre su pecho desnudo. Y después tal vez, quería coger. Pero creo que
mi cuerpo está en mi contra, otra vez no se me paró, hijo de puta. Y cuando lo
logré, me pasó lo contrario de Lucía, Andrea estaba muy estrecha, el miedo de
lastimarla porque no entraba, hizo que mi verga, valiera verga. Puta madre,
putos fracasos conmigo, puto pito traidor. Pero no todo estuvo perdido, la
parte del amor y las cucarachas voladoras en el estómago estuvieron chingonas.
Me volví un puto cursi, y andaba suspire y suspire.
Pero
ni madres, ni aun así iba a caer en el juego tramposo de tener una relación, y
menos cuando no había podido terminar de tajo con Lola que seguía en el bar los
fines de semana por el trabajo y donde se esforzaba porque regresáramos. Me
coqueteaba y yo le regresaba los coqueteos, a veces creo que estábamos mejor
que cuando andábamos de verdad. Lo único malo es que ella insistía en que le contara
lo que hacía y si veía alguien más.
Eso
es masoquismo, no se le puede llamar de otra forma a esa mamada. Nadie en su
sano juicio quiere saber si alguien a quien quieres, se anda chingando a otra
persona, ni siquiera si se anda besando. Pero ahí estaba Lola, como pinche
burra necia queriendo saber todo, hasta los calzones que usaba Andrea. Y ahí
está el pendejo de Mario, contándole las cosas. Quizá Lola tenía razón, no
había por qué sentirse mal por eso. No andábamos en ese momento, yo si quería
podía hacer de mi culo un papalote, o un estuche para lápices.
Andrea
se fue con sus papás para pasar las fechas decembrinas, yo seguí conviviendo
con Lola en el bar, y mientras más convivía, más me volvía a sentir atraído por
ella. Pinche Lola, te odio, te odio, carajo, esa hubiera sido una ocasión
perfecta para que te fueras a pelar los pitos que quisieras; pero no, ahí
estaba con todo el puto reino animal en la panza, o una buena infección
estomacal pensando en Lola, disfrutando esos dos días a la semana que Andrea me
quería cortar, que me exigía cortar.
Me
agarré las bolas lo más fuerte posible y decidí que lo mejor era mandar todo a
chingar a su madre. Quizá Andrea tenía razón y el universo confabulaba en
nuestro favor, así que adiós Lola.
Hicimos
el amor una vez más, al terminar sabíamos que lo mejor era darnos espacio y
mientras yo iba por un chocolate para ella, ella se iba lejos; poco a poco se
iría llevando sus cosas, los días o las horas en las que yo no anduviera en la
casa, para evitar vernos.
Me
hablaba con Andrea, pero sobre todo me mensajeaba, “Honey, lobiu” es como se
despedía en sus mensajes. Tal vez había tomado la mejor decisión. Ya le había
hecho caso a sus demandas. Sin embargo, ella no era capaz de hacer nada. No nos
mensajeábamos más porque su mamá la regañaba por estar todo el tiempo en el
celular, no me dejó irla a visitar porque ella quería que la visitara como su
novio, y no como un conocido, y en ese momento no podía ser de otra forma la
presentación . No me podía ir a ver a la capital de su rancho, porque según
ella, andaban cortando cabezas y no quería que me decapitaran; pura mierda,
tras mierda, tras mierda; pretexto más pretexto. Sin embargo aguanté un rato,
un par de días más, a su vez veía lo que estaba teniendo con Lola. Lo dejé al
azar, aunque en el fondo sabía lo que pasaría: le diría a Andrea que se
regresara antes de con sus papás, si no, pues a la chingada.
—No
honey, es que entiéndeme, yo no puedo hacer lo que se me dé la gana, tú porque
vives solo y no dependes de tus papás.
—No
te estoy pidiendo que te cases, nada más que te vengas una semana antes.
—No,
sweety, no puedo hacer eso, en serio.
—¿Sabes
qué, Andy? Haz lo que se te dé la gana.
A
la chingada con esto, ya sabía que pasaría así. Ojalá alguien me hubiera
avisado de lo que podría pasar. Pero soy tan pinche necio que de seguro, igual
que al pendejo de Marco “me ganó el amor”, en el fondo yo hice que se cagara
esa relación porque lo que quería era estar con Lola. Quizá si le diera unos
toques en lo wevos, lo convencería de que mandara a la verga a Liliana, pero no
se puede. Uno está condenado a su destino porque está condenado a ser uno
mismo.
6 comentarios:
muy divertido.
Qué situación la de tu personaje, tan revuelta, tan tormentosa... tan a simple vista desagradable.
Pero creo que te jodieron para bien.
Mi estimado/a, me alegra que disfrutes la lectura de los capítulos de mi novela. Aunque la verdad difiero de la última parte de tu comentario... no me jodieron, la jodimos. Y eso no es necesariamente para bien... sigo pensando que cambiaría mis letras por estar con ella, y además deseo de corazón que nunca tengas que pasar algo así, hay noches en las que sigo llorando su usencia (pero eso no lo pongo en la novela, nadie quiere melodrama). Un día de estos sé que voy a terminar aventándome por la ventana n.n
Pues creo que no a ese punto.
Espero puedas enterrarla y dejarla morir.
Si no, mucha suerte y felicidades.
Pues ahí va, ya no la odio n.n pero sinceramente, sé que nunca dejaré de quererla. En mifacebook puse una reflexión al respecto de hace unos días que estaba hablando con un primo. Está en público por si algún día te das la vuelta (si no, igual la publicaré aquí la próxima semana)...
Por cierto, por qué si no la puedo enterrar y dejar morir, porqué el suerte y las felicitaciones?
Pues la suerte para que no pese la curz... Y las felicidades por tu trabajo
:D
Gracias por las felicitaciones, supongo entonces, que te gusta mi trabajo. Pero me queda la duda:
Por qué cruz?
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