jueves, 17 de julio de 2014

Fragmentos de un borracho que dice que no es borracho

Mi psicólogo dijo que se trataba de un vacío, que tenía un hueco grandote al que buscaba llenar con la comida y el alcohol. No entendía que lo único que pasaba era que estaba aburrido, bebía por aburrimiento al igual que comía por él. Así también empecé a fumar, tener el cigarro en la boca me distraía un poco, me sentía haciendo algo, y por eso me fumaba uno tras otro, tras otro, hasta que terminaba asqueado, entonces me detenía para tomar aire un poco menos viciado, pero al terminar de hacerlo, iba por un trago. El wishky era lo mejor, lo podía beber lento, a sorbitos, y así sentir que el tiempo pasaba un poco más rápido, o al menos no tan a lo pendejo. Con el paso del tiempo no bastó el alcohol o la nicotina, y probé lo que me cayera en las manos, ¿marihuana? ¿Por qué no? ¿Cocaina? Pues a ver. ¿Lsd? Venga pa'dentro. Una manera de distraerme. Me decían que nada más buscaba morirme, que mejor me metiera un balazo. ¡Qué estupidez! Si la intención era matarse lento, ayudarle poquito a poquito a la vida, quizá en lo que me cargaba la chingada, podía pasar algo interesante. Bebí y fumé hasta el punto en el que las cosas más básicas como respirar u orinar, me dolían, entonces seguí bebiendo, afortunadamente nunca llegué a una congestión alcohólica, insisto en que no tenía prisa por la muerte, pero sí terminé bautizándome lo pantalones en los momentos que no atinaba a la taza, entonces venía una nueva forma de pasar el tiempo: me quedaba dormido. 

Las drogas por alguna razón no fueron lo mío. Me evadía demasiado, una buena línea me daba unas 6 horas de viaje activo, un ajo, unas ocho de colorcitos moviéndose desde todos lados; para mí nada diferente a estar mirando los carros de a lado en el camión. También verlos me hacían quedarme dormido. Comencé a dormir más. Dormí sin sueño, y sin sueños...

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Negaba mi problema con el alcohol no porque no creyera que tenía uno, sino porque no quería que los demás me molestaran con él. La gente a mi al rededor tenía la tendencia a querer salvarme. Quizá así es la mayoría, o más o menos la mitad, a la otra mitad sencillamente les valía madre lo que me pasara. Solamente se interesaban en mí cuando hacía mucho ruido por las noches, o les atropellaba un gato sin querer. Me habría sorprendido si el de la basura me hubiera preguntado por qué sacaba tantas botellas a la semana, pero la verdad es que él solo tocaba mi puerta si pasaban tres días y yo no le dejaba nada bajo las bolsas de plástico transparentes que compraba con la completa intención de mostrarle mis trofeos de cristal. Quizá nunca me preguntó nada porque fueron pocos meses los que estuve tirándolas a la basura; después de esos, me dedicaba a aventarlas por la ventana, tratando de atinar a alguno de los carros de mis vecinos. A uno le abollé el cofre, a otros tres les reventé el parabrisas; no espero que no se molestaran mucho, y si lo hacían deberían de haberlo visto del lado amable: mejor su parabrisas que atinarles en la cabeza.

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