domingo, 7 de septiembre de 2014

Notas de Lilith



Aun hoy la recordaba. No era ese hoy cualquiera de la eterna procastrinación que sonaba a algún mañana. Era más como ese hoy constante e incambiable, que dejaba de ser durante una fracción de segundos cada día a las cero horas del siguiente. Era ese hoy perpetuo del recuerdo constante hacia Lilith, ese hoy que habitaba con ella y donde ella no dejaba de estar aunque fuera en la cabeza. Por alguna extraña razón estaba más que cuando la tenía a su lado, era imposible quitárselade encima, la traía adherida a las neuronas como si fuera una grande y gorda sanguijuela, y él no tenía el cigarro con el cual quemarla y, si lo tenía, era incapaz de distinguir dónde debía de meterse el pitillo encendido para darle alcance, entonces Lilith le succionaba ideas y recuerdos, e incluso los más impúdicos pensamientos en los que no habitara ella, y sólo ella, y a veces también un poco de él, pero casi siempre era ella. Si bien el evangelio de Santo Tomás, decía: "levanta una piedra y ahí estaré", para referirse a Dios, Lilith se había vuelto su dios personal; una especie de estado meditativo con base en la repetición del mantra Lilithesco. Lilith estaba bajo las piedras y las sábanas, y el colchón, y el sol, la luna, las estrellas, el excremento que pisaba en la calle por andar despistado, y al que maldecía diciendo: Pinche Lilith. Lilith también estaba bajo las puestas de sol y los arreboles matutinos y vespertinos, su día amanecía con el ocaso y terminaba con el amanecer en el que estaba Lilith debajo; se reunían dos al estar en el espejo y Lilith estaba ahí, en medio de los dos que eran él mismo y bajo el reflejo... y no dejaba de estar en todos lados, menos bajo su mano.

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